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sábado, mayo 23, 2015

Paraíso perdido

Historias del horror cotidiano III
Desde que comencé a escribir estas historias de terror venezolanas, que parecieran ficción sin serlo, se  han acercado algunos amigos para contarme sus vivencias, he decidido, por un rato escribir sobre ellas, en primer lugar para sacarlas de mi cabeza pues atormenta la posibilidad de volverme un número más de las estadísticas extraoficiales, por otro lado, darles difusión para que otros sepan que el asunto aquí está más allá de la estupidez política y la miseria económica que nos agobia todos los días, donde un grupo de inútiles de traje y corbata hacen ruido daño declaraciones para achacar su imbecilidad a otros , sin jamás hacer amago de aceptar sus errores o enmendarlos, siempre el cambio es para peor.

En el estado Aragua existen varias playas, entre ellas, La Ciénaga,  que antaño fue una suerte de refugio donde se supone jamás pasa nada pues el único acceso que tiene es por mar, a pesar de ser parque nacional existen allí varias casas vacacionales, un par de docenas acaso y todas a la orilla del mar, por ser una ensenada están enfrentadas orilla con orilla y separadas por unos cien metros (en su parte más ancha) por una lengua de mar. Desde niño he pasado allí cientos de fines de semana, tenía un padre bastante irresponsable que me dejaba a mis anchas por horas hasta que volvía de la pesca o de juguetear con alguna novia del momento, nunca me pasó nada, es más creo que allí aprendí a estar solo, aprendizaje interesante para estos años de mi adultez.

Ayer un buen amigo y colega me contaba, mientras tomábamos un café que hace poco ha habido una ola de robos allá, una noche asaltaron por lo menos a diez casas y quince campistas que dormían en sus carpas, los despojaron de todo. Se metieron en las casas y se llevaron hasta las plantas eléctricas junto a cualquier cosa de valor, entre las víctimas se cuenta un señor de más de 60 años a quien le fracturaron la frente con la culata de un fusil de asalto, de esos de uso militar, mientras amarraban a un poste a la nieta del señor quien no tiene más de diez años. Todos los asaltantes venían en botes a motor y como dato curioso usaban botas militares, según mi amigo se movieron con rapidez, como si hubiesen tenido todo planificado de antemano y no con la acostumbrada improvisación que para esos casos exhibe usualmente el hampa desorganizada.

Un tiempo después, volvieron pero esta vez abrieron las puertas de las casas y las mudaron otra vez, también armados, al filo de la madrugada, para irse por donde volvieron, por supuesto eso jamás salió reseñado en ningún medio y nadie dijo nada, quiero pensar que por un asunto publicitario pues la percepción de ese espacio es que está a salvo del hampa, cosa que como ya veo no es así.

Como dato curioso me cuentan que un domingo cualquiera , una lancha entró a la ensenada a una velocidad inusual pues lo normal es que todas las embarcaciones reduzcan la velocidad al entrar pues hay mucho nadador pasando de una orilla a la otra, además de gente buceando o simplemente pasando el rato en el agua aprovechando la calma y la ausencia de olas, resulta que iba perseguida por otra embarcación con identificación de la guardia costera, al llegar justo a la mitad de la ensenada ambas embarcaciones abrieron fuego, un domingo a las doce del día, donde ambas orillas están llenas de temporadistas, ni los perseguidos no los que perseguían tuvieron la decencia de no hacer disparos pues nadie pensó que pudieran haber heridos, que milagrosamente no hubo, al final el perseguido había secuestrado quien sabe en qué playa al lanchero y lo obligó a encallar en alguna playa desierta de las muchas que hay en la costa, para acto seguido escapar por la montaña, dicen que el lanchero quedó detenido, sin embargo, menudo domingo de terror han pasado esos pobres turistas que escapando de las balas de la ciudad igual se las encuentran en el mar.

Ambas situaciones son graves, pero la última podríamos achacarla a una muy mala casualidad. El primer relato me causa cierta suspicacia pues esta playa está a apenas diez minutos de navegación de una base militar, eso de los asaltantes armados con fusiles de asalto, usando botas militares y con cierta disciplina para ejercer su maldad me da muy mala espina, no quiero pensar que todo se debe a que algunos altos oficiales quieren tener sus casas de veraneo allí a precio de ganga pues el miedo usualmente hace que la gente se deshaga de todo al precio que sea, a veces perdiendo se gana y la vida pues no tiene precio, aunque la verdad en este país de horrores cotidianos cualquier cosa puede pasar y cualquier intento de ficción se tropieza con una realidad aún más retorcida que la mentira literaria.
José Ramón Briceño, 2015
@jbdiwancomeback



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