Decir
que el país está hecho un desastre es un lugar común, las razones, sabemos
todos que a pesar de lo que podamos alegar, en principio el asunto es meramente
económico, no tiene otro análisis que haga un real retrato de la situación
desesperada que vivimos más que ese de la economía. Los socialistas hablan mal
del capitalismo, tienen todo un discurso que está elaborado sobre otro muerto
ya hace años, más que demostrada su ineficacia pero en el país tiene asidero
pues el odio y la envidia, inoculados con metódica regularidad han terminado
por hacer trizas lo que otros más inteligentes tardaron 40 años en instaurar.
Los
opositores peleándose por migajas y los jefes de las distintas empresas odian a
los empleados de más bajo rango pues estos, siendo influidos en primer lugar
por los socialistas que les han hecho creer que el mundo les debe algo, en
segundo lugar están amparados en leyes que pervierten el normal
desenvolvimiento de una empresa, abusan de la permisividad con actos que no
corresponden a sus labores o simplemente no haciendo nada, lo que termina
siendo una lucha sorda de clases entre trabajadores y empleadores.
Me
sorprendo cada vez que oigo a un “empresario” hablando mal de sus empleados y
envidiando otras economías donde despedir a un empleado es un asunto rutinario,
si lo dijese de otra manera quizás no me incomodaría tanto pero el odio que
supuran sus palabras me asusta. Mientras vivía en México vi como despedían a
empleadas solo porque suponían que estaban embarazadas, todo por huirle a
sufragar los costos del parto, tal y como las leyes locales exigían, me parecía
un acto ruin, así un largo etcétera de abusos que cometían los pequeños
comerciantes que conocí mientras estaba allá, por supuesto nunca expresé nada
pues estaba de visita y no sabía por dónde va el asunto en profundidad.
La
otra cara de la moneda no es más grata, los obreros usualmente hacen todo lo
posible por incordiar al jefe, odian cuando uno de sus iguales asciende, pero
se niegan a estudiar lo que sea que les reporte más ingresos o ascensos en la
estructura de la empresa donde laboren pues suponen que trabajo es lo que ellos
hacen, eso de estar todo el día supervisando, llenando papeles, haciendo
proyectos, vigilando la producción y pensando es realmente una excusa de vagos,
si no sudas no hay trabajo real. La excusa para no hacer nada por superarse
está amparada bajo el axioma de que “terminan muy cansados al final de la
jornada” estudiar no tiene sentido pues “Loro viejo no aprende a hablar”, eso
es flojera justificada, se de muchos (incluyéndome) que estudiaron y trabajaron
al mismo tiempo para levantar una familia y avanzar en esto de la economía
personal, además claro de intentar dejar algo para las futuras generaciones.
Eso de quejarse pero no hacer nada es una cosa terrible pues terminaremos
viviendo del gallinero vertical, el cultivo organoponico, el criadero de cerdos
en el balcón y el jineterismo institucionalizado como otra nación por la que
estos socialistas suspiran.
Vale,
en Venezuela al parecer hay una relación inversamente proporcional entre el
dinero y la cultura, existen excepciones a la regla, pero por lo general uno ve
en las calles gente en unas camionetotas cuyo valor es el equivalente a unos
mil sueldos de profesor, donde el volumen de sus equipos de sonido molesta el
sueño del vecino de tres cuadras atrás, los ves en los aviones aplaudiendo el
aterrizaje en el aeropuerto, hacen colas para comprar celulares que cuestan
quince sueldos mínimos solo para estar a la moda y al final esa exhibición de
bienes no es más que una demostración de pobreza mental, quien realmente tiene
dinero compra el aparatejo ese en el imperio que cuesta la tercera parte en
dólares, ni de vaina hace esos escándalos pues los convierten en víctimas fijas
de un secuestro. Las galerías de arte languidecen, las librerías casi que
desaparecen de las grandes ciudades (en las pequeñas no pasan de ser
quincallerías) y sus lecturas por lo general dejan mucho que desear, algunos
hasta dicen viajar solo para “raspar el cupo” ni salen de los hoteles a ver la
vida de las ciudades que visitan, haciendo de sus viajes solo anécdotas para
creerse la gran cosa pero hacen lo mismo que cualquier motorizado en la guaira
un domingo cualquiera.
Los
que pueden menos, toman por asalto las licorerías del barrio, se instalan a
gastarse la mitad del sueldo semanal en cerveza mientras la señora y los hijos
venden para sobrevivir comida del mercado negro, hacen fiestas pantagruélicas
sin respetar a los vecinos, protegen malvivientes solo por un asunto de
afinidad de clases, no estudian, cuando lo hacen reclaman por que el profesor
les exige “demasiado” se beben hasta el agua de los floreros, roban en sus
empleos, no van los lunes a trabajar por la resaca pero el jefe les tiene “el
ojo puesto”, prefieren la colita para comprar en vez de trabajar en función del
ascenso social y económico, hacen de la miseria un asunto de orgullo y de la
riqueza algo detestable solo porque la ven tan lejos que nunca la podrían
alcanzar, para ellos solo hay “sifrinitos hijos de papá” y para los otros solo
son “monos malandros”, al parecer son irreconciliables.
José
Ramón Briceño, 2014
@jbdiwancomeback