Crónicas
de mi paso por Calcuta (Cúcuta , Colombia, agosto del 2017)
Desde
que me hice adulto he laborado en dos cosas, la docencia y la fotografía, la
primera es mi profesión y la segunda el oficio que en verdad me ha dado de
comer durante toda mi adultez. Haber estado en tantos sitios, conocido tanta
gente, dar clases o ser reportero tanto en espacios de alto poder adquisitivo
como en barriadas miserables me hizo pensar durante mucho tiempo que lo había visto
todo, es más, hasta fracasar en diversos intentos de emigración que me han
hecho rodar muchos más kilómetros de los que alguna vez imaginé no me habían
preparado para las diversas tragedias que presencié una noche en Cúcuta
Esa
noche que pasé durmiendo en el terminal de esa ciudad colombiana entendí a
formas cabal las razones por las cuales en el resto de Latinoamérica los nuevos
parias somos los venezolanos. El asunto es que últimamente no emigran, huyen y
entre esa barahúnda de exiliados económicos y políticos cunde la pobreza, los
hay que emigran solo con lo puesto , sin un céntimo para comer ni papeles para
legalizar , ese asunto obliga a muchos hasta a robar para ganarse la vida o
cuando menos la comida del día, también hay mujeres que se prostituyen por unas
cuantas monedas, yo vi una muy linda muchacha ofreciendo sus servicios en los
alrededores del terminal de autobuses de Cúcuta por veinte mil pesos colombianos lo que
equivale a comprar cuatro cajas de cigarrillos baratos y viéndolo bien esa
mujer hubiese podido pedir más y seguro encontraba quien le pagase sin embargo
me figuro que estaba desesperada. En ese mismo sitio conocí a varios compatriotas
que estaban en la misma indigencia, uno de ellos estaba esperando que saliese
un bus hacia Bogotá, su historia es similar a la de muchos con el añadido de
que se iba sin más que algo de equipaje, el pasaje de bus y dinero si acaso
para pagar un almuerzo, él contaba que había dejado esposa e hijo en alguna
ciudad del llano venezolano , que lo habían despedido de su empleo y gastó la
liquidación integra en un mercado comprado en la frontera y que mandó a casa
con un familiar que lo acompañaba, el joven se iba a la aventura a buscar la
manera de vivir.
No
es que yo anduviese en mejores condiciones o con más dinero pero cuando menos
al día siguiente dormiría bajo techo en casa de mi hermana menor y sabia que comería
algo caliente , el amigo ni idea de cuando volvería a comer completo. Mientras hablábamos
tomando un tinto se acercó un hombre también joven a avisar que a una cuadra,
en una plaza cercana estaban dando comida a los venezolanos. Por razones que no
van al caso casi volé pues no había comido y hasta el dia siguiente no tendría fondos
para eso así que ese nuevo amigo y yo salimos lo más rápido que nos permitían los
respectivos equipajes hasta la plaza en cuestión, allí estaban no menos de
ciento cincuenta personas de todas las estampas posibles imagino que la diáspora
no tiene rango social específico, sin embargo todos estaban hermanados por la
pobreza pues la diferencia de cambio entre el peso y el bolívar es abismal
(mientras esto escribo está a 0,20 pesos por bolívar y las minúsculas son por
su valor). Luego de hacer un par de filas para obtener un sándwich de jamón y
queso con su respectiva bebida noté que habían policías escoltando otra fila
donde daban unos tamales muy parecidos a hallacas aunque con otro relleno, los
agentes sacaban de la fila a los colombianos que siendo tan pobres como los
compatriotas moradores de la plaza también aspiraban una cena gratis pero los
uniformados no lo permitieron.
Imagino
que por mi estampa de recién llegado enseguida otros compatriotas se acercaron
a conversar, en especial fueron dos mujeres, una de ellas con dos niñas y
esposo, la otra estaba sola. La primera dijo que tenía poco más de un mes allá,
que en principio dormía en la acera junto al esposo quien además es Colombiano
pero que por alguna razón no podía dar la nacionalidad a la señora y sus hijas,
recién llegada pedía limosnas en los autobuses pero comentaba que para ese
instante había comprado una cava y vendía agua en la misma plaza perro en
horario diurno, había además conseguido alojamiento en alquiler en una barriada
cercana, la comida regalada les ahorraba bastante. La otra señora , cuya
vestimenta gritaba su pobreza , contaba que en Venezuela habían quedado tres
hijos y un esposo, ella se había aventurado buscando mejores condiciones de
vida , aunque no aspiraba empleo fijo por aquello de que en ese caso el tiempo
no sería tanto a fin de visitar a la familia , al preguntarle por su vivienda
me dijo que hasta hacia unos días dormía en las calles pero que alguien le había
dado alojamiento y que al día siguiente iría a la casa materna para traerse a
la hija mayor (9 años) con quien se dedicaría a “vender” dulces en las unidades
de transporte colectivo ya que usualmente le reportaba cuando menos 50 mil
pesos al día, mucho más de lo que conseguiría en un empleo formal en ambos
lados de la frontera.
Luego
de ver aquella comunidad donde la indigencia no solo vestía harapos pues también
vi, (aunque no hablé con ellos) gente bien vestida y con estampa de
profesionales universitarios de todas las edades, me volví al terminal a
terminar de pasar la noche que con el estómago lleno siempre se hace más amable
la banqueta que en suerte me tocaría. En efecto me apropie de un banco en el andén
del terminal, allí dormían otros tantos compatriotas en espera de la unidad que
los sacase de allí al día siguiente, el cansancio pudo más que la cautela pues tenía
más de 24 horas viajando entre autobuses y caminatas, tuve un coma profundo
hasta la seis de la mañana cuando volví a la vida, en una pieza y con la maleta
aun a mis pies.
Salí
a buscar un tinto ya que tenía aun algo de dinero con que pagar el cigarro y el
café reglamentario de cada mañana, le compré a un señor a la puerta del
terminal donde un compatriota cuyo acento de barriada caraqueña denotaba su
origen (así como la vestimenta) , se acercó buscando conversa , ya me sentía
Forrest Gump hablando en la banqueta aunque en este caso era el borde de una
maceta , el señor habló de su casa, de hijos y de supuestas promesas de empleo ,
ahí me enteré que alguna ONG les daba desayuno caliente. Fui hasta el sitio del reparto (la misma plaza de la noche anterior) y ahí escuche de
que vivían, algunos caminaban buscando empleos a destajo, los que tenían oficio
se reunían para visitar las construcciones , los que no pues buscaban desde
vender pasajes en el terminal hasta limpiar carros en los autolavados donde el
trabajo es brutal pero pagaban lo suficiente para reunir, los menos aseguraban
hacer cualquier cosa que les permitiese pagar un sitio donde guardar la maleta
y la ducha del día, aunque varios aseguraban ducharse en el rio donde
aprovechaban de lavar ropa. La queja normal era sobre los robos que se hacían unos
a otros, las miserias ni compartidas son llevaderas entre ellos.
En
el mismo sitio de la frontera donde volví esa mañana a sellar mi pasaporte pues
pedían como requisito indispensable un pasaje de ida para poder hacer el trámite,
vi filas largas de gentes esperando turno para que los soldados del ejército
les regalasen agua, fruta y alguna chuchería mientras cincuenta metros más allá varios
negocios hacían ruido anunciando ventas de productos que hace rato no se ven en
los anaqueles de Venezuela, allí también había mucho compatriota haciendo
compras para volver, seguro habrían desde vendedores informales hasta amas de
casa que reunían de alguna manera para asumir el descomunal costo de hacer
compras del lado colombiano, hay de todo pero a precios locales son astronómicos
por lo desfavorable del cambio. Cucuta ya parece una Calcuta latinoamericana
donde en vez de Coolis hay venezolanos, en otra ocasión hablaré de como
sobreviven en Bucaramanga mis compatriotas, el éxodo tiene muchas historias de
horror.
José
Ramón Briceño, 2017
@jbdiwancomeback
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