Siguen las aventuras de Hugo en Roma, el noveno capitulo que espero les guste lo suficiente como para comprarlo en Amazon con este link
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Mi familia paterna se mudó de la capital a principio de los años cincuenta, terminó en mi ciudad natal casi que por accidente, el abuelo, un calavera a todas luces, no pagaba los alquileres y se desentendía de los caseros, haciendo que un día cualquiera mi abuela se quedara en la calle con siete hijos menores, gracias a los favores de algunos familiares del abuelo localizó una casa que podían pagar, organizó la mudanza y se vinieron cuan gitanos, nadie sabía a ciencia cierta de que vivirían, pero mi abuela, acostumbrada a las penurias organizó la cosa de tal manera que todos estaban seguros que sobrevivirían, claro, por el presupuesto inicial primero estuvieron en una casa terriblemente fea, con techo de zinc y habitaciones colectivas, una para las niñas, otra para los niños y la de la abuela, el abuelo aun no aparecía, allí vivieron por un año, al tiempo ubicaron otra casa, a tres cuadras de distancia, con cuatro habitaciones, dos baños, un patio enorme, por un poco menos de la mitad del alquiler que ya pagaban, se mudaron sin preguntar mucho, la supervivencia mandaba.
Esa casa aún existe, está detrás del zoológico de la ciudad, ese mismo que fue construido como patio de juegos del dictador andino quien escogió esa zona como su residencia, por cierto mi bisabuelo paterno bajó de las montañas gracias a algunos tíos y primos que pelearon en la guerra junto a aquel andino.
Llegó el día de la mudanza, mi padre que para esa época contaba diez años junto con un primo de igual edad, fue el primero que llegó a la casa, llevaba en una carretilla los enseres menos voluminosos de la familia, cuenta mi viejo, que al llegar a la casa, escucharon a través de la puerta el ruido de niños jugando adentro, les sorprendió la cosa pero por ser una época donde los muchachos andaban de su cuenta, pensaron que eran algunos vecinos jugando, cuando acercaron la oreja a la puerta para oír mejor a ver si reconocían alguna voz, golpearon desde adentro dejando sordos a ambos, acto seguido llegó mi abuela, quien era de carácter muy fuerte, dio gritos, impartió ordenes terminantes y no quiso escuchar nada de muertos ni aparecidos, eso era superficial, lo importante era la mudanza.
Así se instalaron en esa nueva casa, se organizaron de manera similar, la diferencia más marcada entre la casa anterior y esta era que la habitación sobrante le tocaba al hijo mayor, que para ese tiempo estudiaba agronomía en la universidad, mientras esperaba la posibilidad de ingresar a medicina en otra facultad de esa misma institución pues no había encontrado cupo.
Esa semana comenzaron a escuchar cosas extrañas, sin embargo con los estragos de toda mudanza, la abuela los dejaba extenuados entre remodelaciones, amateur como diríamos hoy día, los que pudieron trabajar pronto se lanzaron a la calle para aportar algo a la economía precaria de la casa, los otros pues colaboraban en la titánica labor de volver habitable un espacio que llevaba no menos de quince años abandonado, pronto descubrieron la razón de lo barato del alquiler y del abandono de esa casa.
Para no hacer tan largo el cuento, te puedo decir que por las noches habían tres fenómenos más o menos fijos, al filo de la madrugada, un caballo se oía caminar por la calle, se detenía frente a la casa y acto seguido, se podía escuchar a un jinete desmontar, este parecía tener una prótesis pues el paso era irregular, sus pisadas se escuchaban como si tuviese una pata de palo como la de los piratas de la televisión, llegaba hasta la puerta del jardín, sonaba como si la abriese y pasara adentro, las primeras veces se alarmaron, encendieron luces, sacaron las escobas como si de armas se tratase, pero no había nada, todo estaba igual, la puerta trancada con un candado gigante seguía fijada por las cadenas que la abuela le había puesto, cuentan que al final se acostumbraron al fenómeno, aunque parezca sorprendente mi abuela decía que lo mejor era que nadie los visitaba pues tenían miedo de la casa embrujada, eso lo consideraba bueno porque en tiempos de crisis económica extrema tener invitados era todo un lujo complicado. Allí vivieron algunos años más, hasta que la economía familiar permitió una nueva mudanza.
Algunas noches se veía un resplandor en el patio, como de fogatas encendidas, ese resplandor venía acompañado del sonido de tropa, bufidos de hombres, ordenes de mando, carreras, como de un ejercicio de castigo, esos tan comunes en los cuarteles, ilógicos como todos los inventos de los militares, hace pocos años unos estudiantes desenterraron armas y municiones del siglo XIX en esos terrenos.
La familia estaba aterrorizada con eso, pero igual había cosas más importantes a las que hacerle frente, comer era prioridad, los fantasmas, según palabras de mi muy piadosa abuelita, se podían ir a la mierda, decía a quien quisiera escucharla.
Al final cayeron en cuenta que era el traspatio de su casa formaba pate del cuartel donde la guardia personal del general Gómez hacia vida, algunos vecinos viejos les contaron de muchos crímenes cometidos a la sombra del poder a principios del siglo pasado.
Una mañana hasta los vecinos amanecieron en la calle, durante la madrugada se oyeron los lamentos de una mujer, intercalados por gritos en otro idioma, cuya intensidad denotaban un alto nivel de dolor y de rabia, el fenómeno duró cuatro horas más o menos, los vecinos salieron a la calle, solo para darse cuenta que el tal sonido al parecer no tenía ninguna fuente visible, las señoras sin que nadie los organizase se arrodillaron a rezar por las almas en pena, los más valientes hombres de la zona salieron armados con machetes, dispuestos a brincar la cerca del zoológico y buscar el origen de los gritos que tenían los nervios de punta a todos en la cuadra.
Con el alboroto salió el guardián del zoológico, con su uniforme de policía sin insignias, sus deslustradas botas altas y barba por lo menos de dos días, tranquilizó a todos, la explicación que dio era que ese día se cumplían treinta años de la muerte de Eva, una señora alemana que vino junto con su esposo, un oficial que hacía de instructor en la escuela de aviación militar, lo trajo el general en persona para que adiestrase a los nuevos pilotos, una noche como esta treinta años atrás, el hombre encontró a su esposa en la cama con otro, el amante huyó por una ventana y el cornudo, en medio de su natural rabia, mató a su esposa a patadas.
Cuando los otros militares llegaron alarmados por los gritos nada se pudo hacer, el general ordenó que devolvieran al asesino a su país de origen, del militar no se supo más, pero en cada aniversario, el alma de la mujer aun pena por los jardines del zoológico, imagino que la mudanza de los nuevos logró que los gritos se intensificaran esta noche.
El guardia pidió a los vecinos volver a sus casas que nada se podía hacer ya, hoy, más de cincuenta años después todavía los viejos hablan de esa madrugada, en que un espanto los despertó a todos.
Ese día la familia en pleno comenzó a hacer planes de mudanza.
Ese fue el último año en que vivieron allí, una noche, sintieron un pájaro caminar por el techo, lo espantaron, cuentan que las alas hacían un alboroto inmenso, como si el pájaro en cuestión fuese un gigante que graznaba, mi abuelo, que había logrado en virtud de su posición como padre de los niños, que la abuela le permitiese pasar la noche en el sofá, le daba con la escoba al techo, el ¿animal? Se molestaba, alzaba vuelo solo para caer unos metros más allá, en eso estuvieron un rato, hasta que mi abuela se hartó, gritó una sarta de palabrotas que no sorprendieron a nadie, le ofreció sal a los que estuviese en el techo, eso alzó vuelo, graznó un par de veces como aceptando el trato para no volver, cuenta mi padre que al día siguiente pusieron un kilo de sal en el techo y jamás se supo más del fenómeno. El abuelo no volvió a dormir allí, pero nunca reconoció que le daba miedo la casa, él era un hombre de su tiempo, el valor no se discutía, su escepticismo ya era reconocido por todos lo que lo conocieron, sin embargo creo que esa noche descubrió que no era tan escéptico, tampoco volvió a recriminar a sus hijos cuando le contaban las historias, había sido protagonista de una y esperaba no volver a serlo jamás.
Uno de los eventos insolitos sucedió una semana de abril, antes de las vacaciones escolares, mi tío, el hermano mayor de mi papá, estaba estudiando en la acera de la casa, eran otros tiempos y los estudiantes para no molestar se reunían bajo los postes de luz a estudiar, el hampa era casi inexistente, para esos años Las Delicias eran un campo, no el caos de hoy día.
Bien, el tipo cuenta que a media noche vio una hermosa mujer paseándose por la calle, supuestamente muy bella y él, soltero siempre a la caza de un par de bonitas piernas , le soltó un piropo, ella le sonrió, él se levantó de su silla, soltó el libro, y la persiguió como en trance -cuenta- , cuando volvió en sí, estaba en medio del patio de la escuela cercana, la mujer desapareció por un puerta cerrada, el volvió corriendo, recogió todo para terminar en la habitación materna contando el evento.
Mi abuela que lo conocía le prestó una colchoneta y el joven amaneció allí, nunca más estudió de noche, cuando menos no en su casa, buscó la manera y se mudó a la capital donde hizo hasta de buhonero para graduarse de médico, nunca volvió a esa ciudad más que de vacaciones, con toda la familia y en plan de fiesta.
Una semana después, en plenas vacaciones por el asueto de semana santa, estaban primos, amigos y tíos en el patio haciendo una parrilla, cuando se acabaron los cigarrillos, reclutaron a los más jóvenes de la casa para ir a comprarlos, eran apenas las ocho de la noche pero las luces de la calle estaban apagadas, por lo menos los primeros postes antes de llegar a la avenida, justo los del perímetro del parque zoológico, los niños que para la época eran mi padre y su hermano menor, montaron sendas bicicletas y fueron por el recado, el camino de ida fue normal, ambos niños asustados, fueron lo más rápido que le permitieron sus piernas, así se evitaban el paso lento por la oscuridad del sitio que ellos pensaban era el origen de los horrores.
Compraron lo encargado en una fuente de soda que estaba frente a la jaula del elefante pero al otro lado de la calle, se devolvieron.
Mi papá dijo estar cansado, así que bajaron de las bicicletas para ir caminando, cuentan que cuando pasaron junto a la cerca, pero del lado de la calle, escucharon como si alguien pasara un palo por entre los barrotes, pensaron que era algún amigo jugándoles una broma y se acercaron a investigar, no vieron a nadie, pero igual pensaron que se había ido corriendo quien hiciera tal cosa, seguidamente oyeron unos ladridos, levantaron la mirada y se encontraron con unas sombras bajo lo que quedaba de un árbol quemado, eran de un perro muy grande, con las fauces abiertas, como en actitud de espera, a su lado o sobre él, la sombra figuraba a un hombre colgado del cuello que se mecía al viento, ambos corrieron, dejando las bicicletas tiradas en la calle, cuentan quienes los vieron llegar, que los niños llegaron con el miedo dibujado en sus rostros, el más pequeño lloraba abrazando a su mamá y el otro pues se conformaba con su silencio hasta que el susto le permitió hablar, mi abuela pidió a los más grandes ir a recoger las bicicletas, no se habló más del asunto, pero tampoco volvieron a salir por las noches a menos que alguien los llevase en carro.
Mientras pensaba en algunos argumentos más convincentes pedí al camarero otro té frio, Rodrigo dice que los relatos le parecen bastante interesantes, pero son cuentos de terceros que bien pueden ser historias para asustar a los niños, sonreí y le dije que solo es el prólogo antes de pasar a contar lo otro, mis experiencias, la verdad son muchas las historias de las casas embrujadas adonde he vivido.
Mientras voy desgranando los cuentos me ataca una certeza que comparto con Ramiro, ahora que lo pienso en frio pareciera todo un guion como si el destino fue el que organizó todo para que en la adultez rozara la locura, como un largo prefacio que confirme mi tesis de que el mundo es un circo y los humanos sus payasos.
Trae el camarero la bebida, Ramiro que ha pedido un trago también es servido. Enciendo un cigarrillo y vuelvo a mi conversa.
Cuando tenía quince años nos mudamos a una urbanización al sur de la ciudad, muy clase media, alejada de todo el circuito citadino, después de la siete de la noche encontrar un taxi era un milagro, por tanto los jóvenes se trataban entre si y se conocían por lo menos de vista, eran años buenos, todavía el hampa no era tan pavorosa como hoy día, tuve la suerte de poder salir a mi antojo, la verdad no lo hacía mucho, mi pre adolescencia estuvo signada por un sobrepeso excesivo del cual todos se burlaban, lo que me volvió un tipo algo retraído, solo pendiente de mis libros, recién mudado, una tarde en que volvía del liceo, mi abuela paterna, quien hizo las veces de mi mamá, pide que vaya a comprar algunas cosas que faltaban para la cena, dejé sobre mi cama la camisa del uniforme, salí a hacer el encargo y al volver a mi habitación estaban los lápices flotando a la mitad del cuarto, me asustó la cosa pero pensé que era el cansancio que me hizo ver cosas extrañas donde no había nada, hasta allí el asunto.
Una noche en que llovía a cantaros estábamos todos viendo televisión en la sala, no recuerdo muy bien que mirábamos, no había cable en esa época, de repente sonó un escándalo en la cocina, todos nos miramos y nos levantamos a ver, uno de los gabinetes se había rodado solo, estaba pegado a la pared pero cuando vimos se había separado como cuarenta y cinco centímetros, las puertas y gavetas abiertas, su contenido regado por la cocina, hasta la cesta de papas y cebollas se vació cayendo algunas en la sempiterna jarra de café, mi abuela tomó cartas en el asunto, recogió todo y recomendó a los habitantes retirarse a dormir, no había más nada que hacer, otra vez lo que fuera estaba entre nosotros, un tío que dice ser una especie de médium dijo que habían duendes en la casa, los demás que somos escépticos lo tildamos de loco y nos forjamos una teoría igual de loca pero más terrenal que otra cosa, no explicó nada pero nos calmó el ánimo a todos.
Eran los tiempos de la primera gran devaluación, el negocio familiar comenzó a hacer aguas, todos tuvimos que trabajar, a mí solamente me lo permitían en vacaciones, mi mamá se empeñó en que fuese un universitario divorciado de las cosas de la familia, decía que era muy inteligente, aunque la verdad pienso que ella estaba clara en que era diferente a todos, ellos también me rechazaban un poco, nadie podía entender por qué odiaba los deportes, no seguía ni el béisbol local, al contrario de ellos que se desvivían por los juegos, no me agradaban los burdeles, tampoco la música popular, nunca pude mantener una conversa decente con nadie de mi familia, solo con mi viejo que aceptaba mis excentricidades como cosa natural y hoy día somos muy cercanos.
Habían unos vecinos, ambos hermanos son hijos de una antigua amiga de mi padre, por esa razón yo frecuentaba esa casa con regularidad, la señora de la casa trabajaba bastante, lo que permitió a esos dos hermanos hacer lo que les viniera en gana, la hermana menor tenía para ese tiempo unos trece años, el mayor, catorce, yo tenía quince, también estaba un vecino hoy militar al que le perdí la pista hace un rato, el noviecito de la muchachita, también para la época ese tenia quince años y otro aspirante a novio de la muchacha que terminó por hacerse amigo de la casa .
La curiosidad infantil es una cosa muy seria, cuando les conté lo que había pasado en mi casa, me propusieron jugar a la ouija pero una variante más artesanal y al alcance de quienes solo tienen para la merienda escolar, como buen descreído les tomé la palabra, nos hicimos de una biblia vieja, robada de alguna biblioteca familiar, un listón rojo y una tijera grande, se supone que si pones la tijera abierta en medio de la biblia, lo atas todo con el listón rojo, entre dos toman los extremos de la tijera con la yema de los dedos índices de ambas manos, le puedes preguntas cosas, si gira a la derecha la respuesta es afirmativa, a la izquierda, negativa.
Así preguntábamos tonterías típicas de adolescentes, una tarde en que yo estaba en clases, al volver me encontré con la joven, estaba acompañada de algunos vecinos con cara de susto, me contaron que se pusieron a practicar con el nuevo descubrimiento hasta que la biblia se les soltó de las manos, dando vueltas en el aire, todos salieron corriendo hasta la acera en espera de que llegase algún adulto ya que el miedo no los dejaba entrar.
Aunque no era adulto, mi descreimiento pesaba más, así que pasé a la casa, efectivamente estaba el libro con la tijera y el listón en el piso, lo recogí, deshice el nudo, desarmé eso y no pasó más nada, me fui, tenía hambre.
Era un lunes, el viernes siguiente nos juntamos de nuevo, hablamos del tema, estábamos, los hermanos con sus respectivas parejas, el vecino del frente y yo, conversábamos sobre boberas , sentados en la mesa del comedor, yo estaba justo frente a la ventana, al filo de la media noche comenzó un ruido muy raro en la calle, todos pensamos que era el padre del vecino quien, hacia dos semanas, volviendo de una fiesta explotó los cauchos de su carro al estrellarse contra una acera, no existían teléfonos celulares en aquellos años , así que el señor volvió a su casa rodando en los rines sin cauchos, al día siguiente una grúa le cobró cara la gracia, así que el primer pensamiento lógico era que el señor había vuelto a tener otro accidente.
Al asomarme no vi nada, solo el ruido, cuando el ruido se hizo muy fuerte, mis contertulios gritaron para asustar a las mujeres (dijeron luego, aunque sospecho que tenían tanto o más miedo que ellas) , mientras eso pasaba, vi flotar por la calle una gran mancha, parecía un mantel, de tono anacarado con destellos de colores, como las conchas de las almejas por su cara interna, esa cosa flotó un segundo al frente de la casa, subió al mismo nivel de la puerta de madera, entre la casa y la calle habían como dos metros de diferencia pues la casa estaba construida como en una terraza, lo que haya sido flotó y se metió a la casa, la calle volvió al silencio normal de las primeras horas de la madrugada de un lunes.
El hermano mayor de esa casa, llevó a su novia a dormir, ella vivía en una casa vecina, los demás nos quedamos esperando que volviera por que la hermana menor no se quería quedar sola, ambos hermanos me dieron el encargo de cerrar la casa, al noviecito de la niña le prestaron una bicicleta pues él vivía a unas diez cuadras de distancia, en una urbanización vecina, yo pues me iba caminando ya que estaba viviendo a una manzana de distancia, los habitantes de la casa se encerraron a dormir con su mamá, tranqué las puertas, lance la llave por una ventana, grite lo que hacía para que supieran donde buscar la llave cuando se levantasen al día siguiente, tranqué la reja y nos pusimos en camino, entre el susto y la sorpresa, cuando habíamos caminado unos diez metros, tras un árbol, en el jardín delantero de la casa, salieron unas voces de burla, se adivinaban unas sombras, me devolví para reclamarles ya que pensaba que los dueños de esa casa nos jugaban una broma, no había nadie, las sombras se reían, nosotros corrimos, el muchacho en bicicleta debe haber pesado como cuarenta kilos, era muy flaco, yo por el contrario pesaba más de cien, el muchacho al no verme correr tras él me gritaba, hasta que se dio cuenta que iba al frente, desaforado, hasta llegar a mi casa donde entré sin despedirme y fui directo a la habitación de mi abuela, ella me vio, se levantó, hizo un té de manzanilla para bajar mis nervios, escucho mi historia y asintió, para luego confirmar que esa casa estaba encantada.
La casa de mis amigos era originalmente de una familia que mi abuela conocía, de hecho el negocio se concretó gracias a sus diligencias, ahí caí en cuenta de que entre mi madre y mi abuela había una guerra silenciosa, no es normal que la suegra le consiga casa a una ex amante de tu esposo, ella (imagino) lo tenía como una batalla ganada.
La abuela, esa noche me contó que en esa casa antes vivía una señora amiga de ella, era muy viejita, seguro ya ha de estar muerta, me dijo que la señora en cuestión le tenía pánico a la casa y se negaba en redondo a quedarse sola allí, de hecho esa fue la razón de la mudanza de la familia en pleno, el hijo que vivía con su familia y la viejita tuvieron un susto mayúsculo cuando encontraron a la señora desmayada en la puerta de su habitación, decía haber visto una joven rubia de vestido azul paseándose por el pasillo, a las ocho de la mañana, no era ni de madrugada, esa misma semana mandaron a la señora de viaje y gestionaron la mudanza, le alquilaron la casa a la familia que en esos días la habitaba.
Ahora entendía que lo visto y oído esa noche no era parte de mi imaginación y me fui a dormir.
Ahora que lo pensó, lo más raro de todo es que nadie más oyó ni vio nada esa noche, todavía recuerdo el estruendo como de cien cadenas que se arrastraban, la cosa blanca que flotó, los susurros y risas de las sombras en el jardín, pero ni la señora que dormía se despertó con el alboroto, ningún vecino metiche comentó nada, eso pone la experiencia en otra perspectiva, más pavorosa aun.
Esos hermanos aun los frecuento vía redes sociales, la joven es hoy día, más de veinte años después, una excelente diseñadora gráfica, el hermano mayor, quien por esos días, a los 14 años tuvo su primer hijo, hoy es abuelo reticente ahora es tarotista, espiritista, mentalista y hasta adivino, con línea 800 y cuatro divorcios en su historial, creo que a partir de vivir en esa casa todos se llevaron una parte de esa aura sobrenatural, cada vez que paso frente a ella me provoca detenerme y tocar la puerta, pero no me atrevo ya que uno no sabe con qué se puede encontrar.
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