Como
todos sabemos en este país hay escasez hasta de ciudadanos (gente hay, ahora
ciudadanos, es otro asunto), tengo varios días buscando champú y desodorante,
el primero para mi hija y el segundo para mí, la verdad esto me tiene muy
incómodo, no es posible que un país donde hasta hace apenas unos años vendían
eso hasta en la bodega de la esquina, hoy día toca hasta rebuscar en el mercado
negro o depender de la buena fe de amigos y familiares para tener tal o cual
producto.
Ayer
precisamente mi alarma subió a otro nivel pues me sorprendí teniéndole envidia
a una tropilla de indigentes que vive bajo un puente muy cerca de mi casa,
ellos al parecer hace tiempo superaron todos los escollos de la vida del mortal
común, el dólar les interesa poco, aparentemente tampoco se enferman y cuando
lo hacen se mueren sin que su familia o amigos tuvieren que preocuparse por los
gastos astronómicos de un sepelio, por vivir tan miserablemente tampoco tienen
miedo de andar por la calle pues ningún hampón los robará, mucho menos tienen
las angustias de todos nosotros, esas de lo que no encontramos, lo que no
podemos pagar, lo que nos hace falta y hasta lo que deseamos.
Cuando
uno comienza a tener envidia de la vida ajena ya debe preocuparnos, pero cuando
esa envidia tiene como punto focal la locura ajena del indigente promedio, ya
toca hacer cuentas para visitar al psiquiatra o comenzar a investigar en google
sobre drogas legales o ilegales para bajar el estrés traumático de vivir en una
economía de guerra sin frentes, donde todos pueden ser enemigos y la vida a
pesar de ser un regalo divino, es complicado agradecerla mientras piensas
encarecidamente como prolongarla cuando menos hasta que tus hijos tengan edad
para valerse por sí mismos.
No
he pensado en el suicidio ni mucho menos, pero si lo he hecho en función de
tener una discusión bastante seria con mis familiares y amigos, especialmente
con mi novia (cuando tenga la edad
suficiente) con mi hija, desde hoy he decidido dejar de cuidar las formas,
dedicaré los sábados en la noche a beber hasta perder la conciencia, buscaré
más a mis amigos inteligentes, no le hablaré más a nadie que no tenga conversa
interesante, me dedicaré exclusivamente a intentar complacer a la gente que
quiero, a escribir y dejaré de lado mi natural prurito a las drogas, tengo la
impresión que una pastilla mágica si bien no va a acomodar nada, cuando menos
bajará esta beligerancia que me está comiendo por dentro como un virus mal
sano, si por casualidad no se encuentran las fulanas pastillas por aquello de
la escasez me pasaré a la marihuana, al parecer ser una persona “normal” en
este país está derivando a tener que estar intoxicado para no terminar en un
loco ni suicidarse cuando una mañana de domingo me descubra viejo y cansado
para seguir peleando contra el monstruo de la nada venezolana, donde ser
imbécil y arrodillado es la mejor forma de sobrevivir a este imperio de
energúmenos inútiles que mandan en el país.
Eso
aplica también para mucho opositor que sigue viviendo en otra dimensión donde
las leyes sean respetadas y las elecciones una forma de santificar el sistema
“democrático” cuando la verdad es otra. Me niego a buscarme un arma, la verdad
me dan grima todas, tengo la impresión de que la gente que usa las armas para amedrentar
simplemente se está escondiendo de su poca inteligencia, la única manera en que
pudiera justificar su uso es en la defensa de gente y bienes, de otra son
simplemente adornos que “embellecen” la poca cantidad de materia gris de
quienes las portan, una suerte de marca para imbéciles que la comunidad
sociópata rojarojita ha estandarizado para justificarse.
Como
no pensar en usar ansiolíticos si caminar en la calle es un asunto de extrema
valentía, el motorizado bien puede ser una persona trabajadora como un asesino
en potencia, el señor o la señora que caminan por la acera igualmente podrían
serlo, los jóvenes son víctimas fáciles de secuestro para cualquier fin
malévolo pues ni los pobres se salvan, los militares con su bozal de arepas ya
ni de gente pueden ser calificados, los policías pues aparentemente son bandas
armadas santificadas por su placa además de protectores oficiales de cuanto
malviviente poderoso camina y respira en esta tierra de maldad
institucionalizada, eso sin mencionar la volatilidad de los sueldos y la
pobreza obligada en la que vivimos, ya ni meterse a alcohólico es posible pues
los licores son carísimos.
Apenas
pueda me daré una vuelta por los consultorios populares, pediré una cita con un
psiquiatra (ellos son los que recetan químicos) y le rogaré que me mande algún
coctel que me vuelva ecuánime, para que dejen de importarme las cosas que no
puedo obtener y quizás así vea la salida que no he podido encontrar, saludos
desde mi esquina.
José
Ramón Briceño, 2014
@jbdiwancomeback
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