Estar en una guerra debe ser la cosa más espantosa que le puede pasar a cualquiera, sobre todo porque es la suma de todos los miedos posibles, desde ver morir a tus seres queridos, no encontrar medicinas, no tener empleo, no tener acceso a la comida ni a servicios básicos, vivir con miedo perenne y jamás conseguir la calma bajo ningún pretexto, perder tu casa, la escuela, los amigos, en fin, la vida. A pesar de sobrevivir creo que salir en una pieza de cualquier guerra es igual una forma de estar muerto, imagino que la depresión de verse vivo y no tener a nadie más ha de ser horroroso.
En Venezuela ya conocemos la mayoría de las sensaciones de una guerra, igual comer es un lujo, andar tranquilo en la calle también, las medicinas son un asunto de suerte así como la atención médica, quizás pudiéramos sentirnos en paz pues no hay bombardeos ni balaceras perennes, pero se de mucha gente que tiene entrenamiento de combate en sus barrios para evitar caer víctima de alguna balacera en los “territorios de paz”.
Eso del éxodo venezolano se parece mucho a una crisis de refugiados, la diferencia es que todavía existimos quienes tenemos arraigo y la situación la campeamos como bien podemos para evitar caer en la tentación de la balsa o la caminata, además los más pobres saben que no tienen oportunidad en otras tierras gracias a su absoluta falta de formación especializada, sin embargo estoy seguro que han de haber miles de albañiles, ebanistas, carpinteros, electricistas, fotógrafos, cocineros, mecánicos y hasta prostitutas emigrando como bien pueden y sobreviviendo en otras tierras, los otros, esos que se graduaron en las universidades y tienen títulos que los certifican como profesionales se van también en avión con la esperanza bajo el brazo, con la maleta llena de proyectos y el corazón flojito de tanta nostalgia que entra apenas se cruza el caminito del aeropuerto hasta el avión.
Antes de sentarme a escribir esto entré a un supermercado muy grande, solo hay muchas bebidas gaseosas y otras cosas que al parecer no se venden mucho, de cosas realmente importantes de comer no había la gran cosa, hasta la verdulería y frutería, usualmente plena de productos está casi sin nada, las neveras de jugos y lácteos están vacías y las de productos congelados es igual la cosa, total, parece el preludio de alguna película pos apocalíptica.
Pretendía escribir mi insulto cotidiano pero debo ser sincero, las ganas me fallan, ya estoy cansado de decir lo mismo y sentir que le grito a las paredes. Como si fuera poca mi desesperanza leo que el imbécil de Miraflores ha decidido traer 20 mil refugiados de la guerra Siria, pobre gente, los sacan de esa guerra para esta otra, tienen dos caminos o se amoldan a sus colas, descubren que comer acá es casi tan complicado como en su tierra y que las balas acá no son por ideologías si no por otras cosas menos complejas o más simples según se vea. Ojalá sea falso eso de que son combatientes para preservar al régimen, sería terrible comenzar a odiar a una gente que ni siquiera habla mi idioma.
Ahora quiero saber de dónde saldrá el dinero para alimentar a 20 mil personas, en que parte los alojaran, quien les dará empleo, quienes tendrán que perder su trabajo para darles espacio, como justificaran que mientras la mayoría del país se muere de hambre con unos sueldos groseramente insuficientes, a otros les van a “ayudar” mejor que a los nacionales. Son respuestas necesarias antes de tomar la determinación de tener un frente más a quienes despreciar o sentirme triste por su suerte, espero esas respuestas, sé que muchos pro gobierno me leen, quizás hasta exista inteligencia de ese lado, ojalá sepamos los venezolanos que no se nos va a tratar peor que las visitas como es la costumbre de los imbéciles comunistas quienes en pro de hacer propaganda para que los crean gente son capaces de cualquier cosa, el mundo ha cambiado, esa guerra anunciada al otro lado del mar lo hará cambiar más , ojalá nosotros también cambiemos para peor, ya estoy harto de cambiar para mal.
José Ramón Briceño, 2015
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