5
Se llama Elena, mide un metro setenta, medidas perfectas y sexo
deslumbrante, me volví a casar antes de un año, pero una vez instalados en mi
apartamento de Caracas, la mujer no se pudo acostumbrar a la rutina de fines de
semana con mis hijos pequeños, una vez la sorprendí intentando castigar a la
niña, a los tres días ya estaba en un avión con destino a la casa de sus
padres, nunca más la volví a ver, aunque debo admitir que aun sueño con ella,
creo que se volvió a casar con un jugador de polo, ojalá sea feliz.
Anduve al garete por un tiempo, salí con varias estudiantes y algunas
profesoras, sexo sin compromiso, fines de semana con los hijos, hasta que me
tropecé con Inés, mi última esposa, la dejé hace apenas unos meses, cuando
constaté el asunto este de la inexistencia de Dios tal y como lo conocemos.
Lo de Inés no fue amor a primera
vista, me fastidiaban un poco algunas de sus manías, como esa de misa
dominical, casa familiar con altar en la sala, capilla en el jardín, conversa
piadosa y prohibición de alcohol, sin embargo, era para ese momento una hermosa
veinteañera, brillante, con notas excelentes en la facultad de educación, donde
se había graduado con los máximos honores, inteligente, bella, le caía bien a
mis hijos, se querían, aunque el sexo no era muy bueno, me dije que una vez
lejos de padres y viejas de la iglesia quizás mejoraría, ya necesitaba sentar
cabeza, para lo demás estaban los amigotes de la infancia, quienes aún frecuentaba, eso cubría sobradamente la cuota
de parranda necesaria para el equilibrio mental.
La cosa empezó bien, ella muy enamorada hacia un real esfuerzo, se
tragaba a los amigotes, ellos, no se sorprendieron pues parte de la amistad es
ver a las novias sin preguntar mucho, la
trataban con la sutileza plena de desinterés, propia de quienes perciben el
desastre pero no quieren herir al amigo.
Tuvimos un hijo, ahí comenzamos a distanciarnos, yo le peleaba pues lo
pretendía transformar en un beatito y eso mi amigo es síntoma de mariconería en
mi pueblo, al final, a mis primeros cuarenta años dormíamos en habitaciones
separadas por la excusa de mi ronquido, mi tufo a cigarrillo y mi mal humor,
¡de bolas!, ¿cómo no iba a estar malhumorado con tal arpía en mi casa?, así vivimos unos años hasta mi
crisis existencial, donde oriné la sotana al arzobispo, en misa de ocho, fui
preso y ¡por fin!, me abandonó, le di el divorcio, pensión para el niño, me
quedé con mi casa, ella se fue con la otra bruja de la suegra y el maricón del
suegro, habíase visto tal viejo pendejo carajo, perdón Ramiro, es que me
molesto cada vez que me acuerdo de ellos, ha de ser, esta nueva vida que me
tiene intolerante.
6
Antes de la universidad la verdad me había convertido en una espina en
el costado de mis pobres viejos, bebía, fumaba y me perdía entre faldas, no
respetaba ni a las primas, como tenía excelentes notas me lo podía permitir,
aunque mi mamá lloraba por las noches cuando me sentía llegar borracho a los 16
años, mi viejo aunque asustado estaba orgulloso de que su retoño fuese un
calavera con inteligencia, quizás algunas peleas, disparos, puñaladas que jamás
me acertaron, un par de fracturas y algunos deslices de faldas, pero nada
serio, por cierto, ahora que lo pienso, ¿dices ser del Moján no?, si –dice Ramiro-
¿por?, es que los padres de dos de mis grandes amigos son de allá, uno es
médico especialista, el otro artista plástico con varios premios en su haber,
ambos se llaman Luis y fueron compañeros de tragos y excesos en mí ya lejana
adolescencia.
Ramiro dice que son primos de él, que pequeño es el mundo, que cosa tan
graciosa, descubrir un amigo de mis queridos primos orinando la Fontana di
Trevi, muy gracioso, hasta increíble, deja que les escriba, seguro se reirán
mucho.
Pedí por favor que les dijera a sus primos que nos conocimos, de seguro
les parecerá muy graciosa la cosa, Ramiro me mira fijamente y dice que cuando era niño recuerda que sus
primos andaban de farra y que un tipo flaco de cabello largo que se parecía a
él, debe haber tenido unos ocho años en esa época, a lo que le respondo que es
factible y repetimos a coro mientras bridamos, ¡Que pequeño es el mundo
carajo!.
Ramiro cuenta que para él la cosa fue complicada, precisamente por esos
primos calaveras, su mamá les tenía mucho miedo, la verdad no eran primos de
sangre, pero su padre y el de ellos eran amigotes desde el kínder, que a pesar
de las distancias aún se veían para beber hasta olvidar sus nombres, su madre
(la de Ramiro), llevaba el matrimonio como si de una penitencia le tocase, su
padre al final ya lo sabía pero lo toleraba, al final pasaba más tiempo en la
finca entre sus hermanos mayores, peones, vacas, toros, compradores, guerrilla,
autodefensas, cervezas, rones y quien sabe que más, así que el viejo le daba
dinero a borbotones a mi mamá, ella simplemente vivía para mí, me llevaba a
misa, me metió en la pastoral y ya cuando tocaba escoger profesión me dejé
convencer y aquí me ves, con treinta años , prontuario de faldas, crisis de fe,
en un bar venezolano donde lo único venezolano es el ron y el idioma, hablando
con otro de los calaveras odiados por mi vieja.
El seminario fue un tormento, muchos de mis compañeros tenían una
tendencia marcadamente homosexual que todos veían e ignoraban, las noches de
los primeros meses fueron de golpes para defender mi hombría, creo que le
fracturé la cabeza a uno muy insistente, mi madre habló con el obispo que a la
sazón era primo tercero de su abuela y resolvió la cosa, al joven lo trasladaron
a otro seminario, en cambio a mí me salió reprimenda de avemarías,
padrenuestros, sin fines de semana ni vacaciones, haciendo de catequista de la
parroquia, allí , en plena sacristía, una señora joven y bella pues la
parroquia era al este de la ciudad capital, satisfizo su curiosidad regalandome
el mayor de los presentes que un joven podía aspirar, tenía una piel de
porcelana solamente profanada por unas pecas que demostraban su afición al mar,
unas curvas de infarto producto de horas de gimnasio, cremas y cirugías, me
volvió loco, quería colgar la sotana, nunca jamás volver, pero mi vieja tenía
aun poder sobre mí, era muy joven y no me permitió dejar los hábitos, so pena
de maldecirme, hizo especial hincapié en
no decirle a mi viejo pues sabía que me apoyaría.
Ahora sé que esta imposición del sacerdocio no era más que una manera de
castigar a mi padre, pero en fin, una vez que aquella hermosa señora me ayudó a
conocer el cielo, aparecieron otras, la noticia se regó como un buen chisme, me
comenzaron a llover invitaciones, señoras y señoritas en flor se me ofrecían
sin pudor, hasta que la cosa llegó a oídos del padre de la parroquia quien,
para defender su feudo, me devolvió al seminario a terminar mis estudios, ya calmado
el escándalo, los terminé e hice una maestría en derecho canónico.
Al terminar los estudios hice trabajo social en una escuela que estaba
ubicada en una barriada muy pobre al sur del estado, allí la cosa se puso peor,
otra joven me sedujo, lo que no sabía es que la tal era novia del peor
malhechor de la zona, una noche le llovieron tiros a la iglesia, al amanecer
descubrimos que habían fusilado al cristo de la pared, la imagen estaba en el
piso con los ojos vendados y casi destruido a disparos que parecían hechos a
quemarropa , el padre entendió el mensaje.
El padre hizo algunas llamadas que lograron encontrarme una parroquia
en la selva, muy lejos de los disparos
citadinos, el aislamiento me calmó, aunque las hormonas me volvían loco, al
final logré contar con la complicidad de unos primos cercanos que tenían una
mina, ellos contrataba prostitutas de lujo, gracias a una cuenta bancaria,
alimentada por mi padre, que ya estaba en conocimiento de mi debilidad por la
carne, pues en un momento de crisis le pedí ayuda, me permitía hacer frente a esos gastos sin que
se resintiera la caja de mi parroquia.
Al año en la selva y habiendo ido de incognito a la mina de mis
primos instintos a buscar lo que no se
me había perdido, me harté, sin decirle a mi madre, fui a la finca, hablé con
el viejo, quien por cierto descorchó un whisky que tenía guardado para una
ocasión especial, mató un toro y montó fiesta, la excusa era la visita de su
hijo, el cura, pero ambos sabíamos que la parranda era por comprobar que su
benjamín es todo un hombre, a pesar de los deseos maternos, jamás lo había
visto tan feliz.
Mi padre invitó a mucha gente, además de todos mis hermanos en pleno,
los tíos carnales y por afinidad, los notables del pueblo cercano, hasta de la capital del estado, llegaron atraídos
por el alboroto, las caravanas, los fuegos artificiales a la fiesta patronal
del feudo personal de mi familia.
Al terminar todo e irse los invitados, en una encerrona con mis hermanos
mayores y mi viejo, donde nos decidiríamos que hacer, al final decidimos mover
las influencias para que me licenciasen por un año en el cual debo buscar la
manera de que mi vieja no muera de un infarto cuando deje este presidio sin
barrotes de la sotana.
Es que a sus años está enferma, seguro le da algo a la pobre, no de la
tristeza, si no al constatar que mi viejo tenía razón, este oficio no es para
mí; tú, amigo Hugo, has aparecido con la excusa perfecta, te voy a ayudar a
lograr demostrar tu tesis, así lo de yo dejar la sotana será un acto natural y
no el resultado de un desastre hormonal, por lo menos para mi conciencia de
hijo menor.
Mientras conversábamos, se armó un alboroto en el restaurante, un par de
venezolanos gritaban algo sobre que yo era su
profesor. el ruido de los gritos
llamó mi atención y los invité a la mesa, eran una pareja de caraqueños, de
menos de treinta, ex alumnos aventajados de la época en que fui mentor y
posterior tutor de posgrado, hubo saludos y abrazos, los recién llegados
invitaron una ronda de tequeños de jamón serrano con queso manchego, una
exquisitez impensable en Venezuela pero en Europa eran casi normales, a pesar
de que los tequeños no son naturales de allá, pero entre la efusión del
momento, las presentaciones de rigor, la alegría de oír otro acento familiar en
tierra ajena, comentaron la razón de su
presencia, de paso dijeron que la alegría era mucha pues hace unos días, otro
compañero, vía email, les dijo que yo estaba recluido en un sanatorio por haber
orinado el altar mayor de la catedral, según, en estado de locura temporal
producto de una crisis nerviosa causada por mi reciente divorcio.
Les aclaré que es una verdad a
medias, pero fue al contrario, primero cometí la fechoría y luego mi mujer me
dejó, lo de la crisis nerviosa fue por otra cosa, les expliqué que andaba
enredado pues me había tropezado con la verdad tras la gran mentira occidental
de la religión cristiana y sus derivados.
Los recién llegados, se miraron y sonrieron como muestra de
incredulidad, al notar el sarcasmo en la mirada de los exalumnos, les solté a
quemarropa una reflexión. Jóvenes, piensen por un momento, si la religión fuese
un asunto original, tal como nos lo enseñan desde la más tierna infancia, ¿Cuál
es la razón para que todas, las pre cristianas y la sarta de seguidores de las
cristianas, incluyan en algún punto del ritual el pasaje del sacrificio?
Aprovechando la ocasión, de nuevo
a la carga, ¿Cuál será el motivo para que todas las religiones de los últimos
cinco mil años se parezcan tanto?, ahí se las dejo, ahora, cuando tengan alguna
respuesta más o menos coherente, me la envían a mi email para no leerla jamás,
disculpen mi franqueza queridos amigos, es que la mayoría de los seres humanos
se niegan a aceptar que hemos sido timados, no es que no exista un mundo
espiritual, es que el asunto de dioses, santos, vírgenes, altares y rituales al
final no es más que la constatación de que la humanidad sigue entre dinosaurios
y cuevas, la caverna, la de platón, aún pervive en el inconsciente colectivo,
mejor brindamos por la vida y nos dejamos de pendejadas que esta Roma eterna,
sin malandros ni el caos tropical debe agradecerse a pesar de los italianos con
su nula simpatía.
Los otros asistentes al restaurante también alzaron sus copas por el
brindis, pues este fue invocado en voz alta, todos allí eran refugiados de la
misma guerra que se quedó a miles de kilómetros, entre sol, tierra, playas,
ríos, montañas y sabánas, luego del brindis, un silencio pesado cayó sobre el
local, hasta la cocina quedó suspendida en su silencio de nostalgia, allí
también la violencia y el recuerdo había dejado huella, pasado un minuto o
menos, todo volvió a la normalidad.
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