En
los ochentas hubo una película de bajo presupuesto, se llamaba “los dioses
deben estar locos”, su trama daba vueltas alrededor de un indígena africano que
mira como una botella, lanzada por un piloto aterriza en medio de la sabana y
el indígena piensa que es un regalo de los dioses, desencadenando toda una
cadena de eventos muy graciosos por lo absurdos, una suerte de encuentro entre
la modernidad y la era de piedra en la que algunos viven aún.
Mirando
las redes sociales y las publicaciones digitales no dejo de pensar en la fulana
película, acá todo está de locos, vemos, vivimos y sentimos todo lo que el
estado niega con vehemencia, he visto como motorizados civiles con estampa de
boleta de captura colaboran hombro a hombro con sus naturales “enemigos”, las
fuerzas de seguridad, quienes de paso son las primeras víctimas de los motorizados,
estos a su vez se ofrecen en las horas libres como los infames Mototaxis, en vehículos
de barata construcción y con la misma estampa que da más miedo que otra cosa. En
este país nadie anda desprevenido, hoy vi cómo, mientras que alguien se montaba
en un autobús con alguna historia trágica para que le regalen alguna limosna,
una joven estudiante casi saltó por la ventana, tenía miedo, eso no se puede
censurar, los asaltos en los autobuses son algo casi que cotidiano, mientras,
en las calles los policías y guardias nacionales solo tienen ojos para los que
protestan, muy de locos eso.
Igualmente
sigue la cacería de cosas de comer, ya es casi un deporte adivinar adonde hay
tal o cual producto, el ejercicio de voyeur de bolsas de supermercado ha tomado
un auge inusitado en estos tiempos, antes solo se miraban las venezolanas que
usualmente son bellas en extremo sin embargo en estos tiempos es más importante
el contenido de su bolsa que el mirar su falda, cosas de la locura
revolucionaria.
El
estado ha ido reforzando su idea de que los barrios populares son territorio
chavista, hay redes de información bastante nutridas, de soplones y vigilantes
fanáticos que monitorean todos los movimientos de sus vecinos, por esa y otras
razones es complicado ver representantes de esas barriadas en las
manifestaciones, sin embargo. Ayer estuve en una de las marchas diarias, unos
jovencitos, apenas saliendo de la adolescencia, todos portan barbas que los
hacen ver mayores, sin embargo se les nota por encima la juventud, las
muchachas igualmente jóvenes, son esa sonrisa difícil de encontrar en los
mayores, unos cuantos apenas. Convocaron a una concentración en una
urbanización de clase media del sur de mi ciudad, la gente, en su mayoría amas
de casa, jubilados y algunos otros jóvenes activistas de la zona se dieron cita
a la cinco de la tarde, luego de las arengas, los discursos y los vítores, uno
de los estudiantes dirigentes, invitó a toda la concurrencia a una caminata por
la zona, atravesaron una urbanización y tomaron camino a un barrio cercano,
donde la pobreza se absorbe por los cincos sentidos, de esos donde la
delincuencia han hecho nido.
El
recorrido fue lento, pero curiosamente, esa zona considerada de alta densidad
de oficialistas miraba desde las puertas, aceras y negocios la marcha de gente
de oposición, en algún momento parecía estar en una película, en algunas partes
daban vítores, en oros nos miraban como si de marcianos se tratase, solo unos
pocos habitantes de esa zona hicieron comentarios de rabia como era de
esperarse. Una mujer de apariencia humilde, pelo teñido de rubio y vestimenta
acorde a la zona, gritaba destemplada que “Son puros ricos y los pobres estamos
con Maduro” más algunas poco sutiles palabras dirigidas a la marcha, de una
acera, una voz masculina amenazó a los marchantes con grupos violentos a la
salida del barrio, de una casa un señor mayor gritó alguna sandez con acento
oficialista. En líneas generales se sintió más estupor por parte de los vecinos
de la barriada que otra cosa, no hubo la violencia esperada, pues debo confesar
que hasta yo estaba asustado.
La
violencia demostrada por todos los estratos bajos en la defensa de su mesias
era proverbial, difícilmente podía uno cruzar esos espacios sin sentirse
observado y hasta en algunos momentos amenazado, lo común es que quienes no
pertenecen a esos espacios son tildados de “sifrinos” que es algo así como
tildar de ricos descerebrados que solo andan pendientes de la moda, eso también
es herencia directa del estamento político que así se asegura la fidelidad de
ese estrato tan grande de la población, fueron ellos los que con su presencia
masiva permitieron el retorno de Chavez aquel once de abril del 2002, pero que
en esta ocasión parecen haber abandonado al heredero.
Minutos
antes de terminar la marcha por el barrio, una familia que miraba con asombro
desde su portal le reclamaba a una niña, con uniforme de liceísta que gritaba
algo sobre Maduro, que se dejara de eso pues al no trabajar tampoco sabía lo
duro que la pasaban todos, que la comida era todo un acto de magia y llegar a fin
de mes un misterio divino, por supuesto la joven silenció sus gritos y
desapareció en el interior de su vivienda mientras sus otros familiares seguían
dando ánimos a la marcha, la cosa se puso más tensa a la salida, un grupo de
motorizados estaban esperando a los marchantes para golpearlos, les exigían
devolverse por donde vinieron, cosa complicada por lo estrecho de las calles,
imagino que tenían otros cómplices adentro de la ciudadela que es ese barrio y
allí cometer cualquier barbaridad, los muchachos que organizaban la marcha les
dieron frente, llegaron más de treinta policías motorizados y hasta allí todo,
sin embargo tanto los policías como los violentos a lomo de moto dejaron muy en
claro que no tolerarían más marchas, sin embargo ya se hizo, se demostró que
los barrios pobres no son ya territorio chavista.
Cosas
de locos en este manicomio, por el momento los furiosos son pocos, mañana no
sabemos, la locura es así, intempestiva, sin un patrón especifico, en algún momento
los pacíficos se vuelven violentos y viceversa, ojalá solo pase lo contrario y
no vaya a ser que termino en el mismo manicomio con la camisa de fuerza
rojarojita hecha de fusiles, cantos, arengas y mucha pero mucha hambre.
José
Ramón Briceño, 2014