La
envidia es un sentimiento incomodo, la verdad, en mi caso no la entiendo, yo
creo firmemente, que cada quien hace lo que tiene que hacer para poder aspirar
a merecer todo eso que desea, su trabajo y capacidades ha de ser la medida de
sus aspiraciones, quizás esté equivocado pero así veo este asunto de vivir. Tengo
amigos cuyo estatus y calidad de vida es superior, por lo menos en lo que a
ingreso mensual se refiere, ellos han trabajado bastante para lograr su estilo
de vida y eso me alegra, me emociono cada vez que me entero de algún logro, un
viaje, una mejora, en fin, en todo eso que hace que uno se sienta orgulloso de
conocer gente interesante como ellos, lo único malo de conocer tanta gente
brillante y talentosa es que uno termina creyendo que eso del talento es algo
normal, cuando la realidad es que son la excepción y no la regla.
Eso
de las excepciones y las reglas pude comprobarlo en estos días, una tarde en la
que andaba con mi hija, coincidí en una parada con un antiguo alumno a quien conocía
desde hace tiempo gracias a una amiga en común, este alumno es un señor de más
de cincuenta años que decidió ponerse a estudiar en sus cuarentas, eso lo
aplaudí. Cuando nos encontramos nos saludamos, el respectivo abanico de
preguntas normales de gente que tiene mucho tiempo sin verse, de esos que
terminan en una competencia a ver quién ha hecho alguna cosa digna de mención, porque
sé su filiación política no quise preguntarle nada, sin embargo el hombre
insistió, yo por supuesto le fui sincero, soy solo un humilde profesor de
fotografía, aunque con cargo titular tampoco es que el cheque del sueldo sea
para creerse la gran cosota, con todo y que me encanta este trabajo cosa que no
digo muy en voz alta por un asunto cabalístico (de que vuelan vuelan), el
hombre me dice muy orgulloso que ahora trabaja en una oficina patrocinada por
el gobierno local desde donde monitorean lo que pasa, en sus propias palabras,
donde cambian matrices de opinión equivocadas. Para cambiar el tema le pregunté
por qué andaba a pie y no en moto como siempre, me dijo que por culpa de la generalización
ya que ahora todos los motorizados son mal vistos, yo me sorprendí pues ese
señor no tiene la estampa de boleta de captura que tienen los otros, le comenté
que los motorizados mal vistos eran los que parecían de los llamados
colectivos, me respondió que en su cuadra habían hecho destrozos esos
colectivos y los vecinos los habían amenazado, a él y a su esposa, por eso
andaban a pie, medio escondidos, por miedo a las amenazas de los vecinos que
los asumen como informantes del régimen, aunque me espante la cosa, no creo que
los vecinos estén tan equivocados. Para cerrar el comentario me responde el
señor que a pesar de los destrozos ellos, la guardia y los colectivos,
defienden la revolución.
Mi
expresión me delató y el sujeto, quien se sintió a sus anchas, comenzó a
disertar sobre la libertad de pensamiento y la tolerancia, la cosa se comenzó a
enturbiar en lo que le dije que eso de la tolerancia es una tontería, que mejor
hablábamos de aceptación pues “tolerar” es en sí mismo un vocablo que invita a
la polarización, él se rió y me dijo que no pensaba así, ahí la conversa se
transformó en una suerte de pelea amable, casi nunca me molesto con gente del
gobierno, no tiene sentido y la verdad a los pocos que trato son gente
brillante que asume sus fallas, que tiene propuestas, no esa ciega como terminó
siéndolo este tipo, la conversa tuvo su climax, cuando me dije , con una
sonrisa amplia, que si bien mi visión era que todo andaba mal, para el todo
estaba bien, contrario a mi costumbre grité, ya íbamos en un bus milagrosamente
solitario, me acordé que ese señor había sido operado por un cáncer de próstata
hace unos años, y le espeté a bocajarro, que bolas tiene, si no ha visto las
colas para comprar leche, si el café todavía lo vendían en la bodega del
frente, si las medicinas que tomaba se las mandaban de la habana y si su puto
sueldo le alcanzaba para todo.
Ahí
el hombre sonrió beatíficamente y me dijo descaradamente que sí, que a él no le
hacía falta nada, que todo estaba bien, que la culpa de la inflación era de los
especuladores, que el dólar no estaba regulado si no que el estado tenía que
hacer así para poder controlar un poco al capitalismo, que fuese a visitar no
se cuales comunas, yo no podía creer lo que escuchaba, como alguien que vive en
la misma ciudad que yo, que gana lo mismo que yo pues lo sueldos de la
gobernación no son la gran cosa, que sufre las mismas cosas que todos, niega lo
innegable, si pasear por un centro comercial es la antesala a la depresión, ir
al centro de la ciudad es ver la agonía en pleno de una economía.
Lo
mandé a freír monos para continuar conservando las formas, el hombre se bajó
sin pagar el pasaje y cuando el conductor del autobús le reclamó, el tipo muy
molesto le grita que ellos pusieron los muertos para que todos pudiésemos vivir
así, los otros pasajeros le gritaron a coro, Chavista tenías que ser
desgraciado, mi hija se recostó de mi hombro y escondió la cara asustada por el
ruido.
Pasé
el resto del día molesto, esto tenía que haberlo escrito ayer pero la verdad tenía
la rabia muy a flor de piel como para poder hacer un detallado y medianamente ecuánime
escrito, sin embargo la constatación de los síntomas de la ceguera oficialista
es algo que se sale de los parámetros de lo “normal” pues se supone que TODOS deberíamos
reclamar lo justo, futuro, empleo, educación, economía, salud, todo al alcance
de nuestras aptutudes, que el trabajo y el futuro sean porque así lo
determinamos con el esfuerzo de nuestras neuronas y no con el de los músculos
que se usan al inclinarse pues de tanto hacerlo llega un momento que olvidas
como ponerte de pie, así mismo sucede con los países, esa conversa con ese
señor me ha abierto los ojos ante el horror de que esta historia no terminará
bien para nadie, como me gustaría estar equivocado de verdad.
José
Ramón Briceño, 2014
@jbdiwancomeback
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