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domingo, marzo 16, 2014

Ensayo sobre la ceguera


La envidia es un sentimiento incomodo, la verdad, en mi caso no la entiendo, yo creo firmemente, que cada quien hace lo que tiene que hacer para poder aspirar a merecer todo eso que desea, su trabajo y capacidades ha de ser la medida de sus aspiraciones, quizás esté equivocado pero así veo este asunto de vivir. Tengo amigos cuyo estatus y calidad de vida es superior, por lo menos en lo que a ingreso mensual se refiere, ellos han trabajado bastante para lograr su estilo de vida y eso me alegra, me emociono cada vez que me entero de algún logro, un viaje, una mejora, en fin, en todo eso que hace que uno se sienta orgulloso de conocer gente interesante como ellos, lo único malo de conocer tanta gente brillante y talentosa es que uno termina creyendo que eso del talento es algo normal, cuando la realidad es que son la excepción y no la regla.

Eso de las excepciones y las reglas pude comprobarlo en estos días, una tarde en la que andaba con mi hija, coincidí en una parada con un antiguo alumno a quien conocía desde hace tiempo gracias a una amiga en común, este alumno es un señor de más de cincuenta años que decidió ponerse a estudiar en sus cuarentas, eso lo aplaudí. Cuando nos encontramos nos saludamos, el respectivo abanico de preguntas normales de gente que tiene mucho tiempo sin verse, de esos que terminan en una competencia a ver quién ha hecho alguna cosa digna de mención, porque sé su filiación política no quise preguntarle nada, sin embargo el hombre insistió, yo por supuesto le fui sincero, soy solo un humilde profesor de fotografía, aunque con cargo titular tampoco es que el cheque del sueldo sea para creerse la gran cosota, con todo y que me encanta este trabajo cosa que no digo muy en voz alta por un asunto cabalístico (de que vuelan vuelan), el hombre me dice muy orgulloso que ahora trabaja en una oficina patrocinada por el gobierno local desde donde monitorean lo que pasa, en sus propias palabras, donde cambian matrices de opinión equivocadas. Para cambiar el tema le pregunté por qué andaba a pie y no en moto como siempre, me dijo que por culpa de la generalización ya que ahora todos los motorizados son mal vistos, yo me sorprendí pues ese señor no tiene la estampa de boleta de captura que tienen los otros, le comenté que los motorizados mal vistos eran los que parecían de los llamados colectivos, me respondió que en su cuadra habían hecho destrozos esos colectivos y los vecinos los habían amenazado, a él y a su esposa, por eso andaban a pie, medio escondidos, por miedo a las amenazas de los vecinos que los asumen como informantes del régimen, aunque me espante la cosa, no creo que los vecinos estén tan equivocados. Para cerrar el comentario me responde el señor que a pesar de los destrozos ellos, la guardia y los colectivos, defienden la revolución.

Mi expresión me delató y el sujeto, quien se sintió a sus anchas, comenzó a disertar sobre la libertad de pensamiento y la tolerancia, la cosa se comenzó a enturbiar en lo que le dije que eso de la tolerancia es una tontería, que mejor hablábamos de aceptación pues “tolerar” es en sí mismo un vocablo que invita a la polarización, él se rió y me dijo que no pensaba así, ahí la conversa se transformó en una suerte de pelea amable, casi nunca me molesto con gente del gobierno, no tiene sentido y la verdad a los pocos que trato son gente brillante que asume sus fallas, que tiene propuestas, no esa ciega como terminó siéndolo este tipo, la conversa tuvo su climax, cuando me dije , con una sonrisa amplia, que si bien mi visión era que todo andaba mal, para el todo estaba bien, contrario a mi costumbre grité, ya íbamos en un bus milagrosamente solitario, me acordé que ese señor había sido operado por un cáncer de próstata hace unos años, y le espeté a bocajarro, que bolas tiene, si no ha visto las colas para comprar leche, si el café todavía lo vendían en la bodega del frente, si las medicinas que tomaba se las mandaban de la habana y si su puto sueldo le alcanzaba para todo.

Ahí el hombre sonrió beatíficamente y me dijo descaradamente que sí, que a él no le hacía falta nada, que todo estaba bien, que la culpa de la inflación era de los especuladores, que el dólar no estaba regulado si no que el estado tenía que hacer así para poder controlar un poco al capitalismo, que fuese a visitar no se cuales comunas, yo no podía creer lo que escuchaba, como alguien que vive en la misma ciudad que yo, que gana lo mismo que yo pues lo sueldos de la gobernación no son la gran cosa, que sufre las mismas cosas que todos, niega lo innegable, si pasear por un centro comercial es la antesala a la depresión, ir al centro de la ciudad es ver la agonía en pleno de una economía.

Lo mandé a freír monos para continuar conservando las formas, el hombre se bajó sin pagar el pasaje y cuando el conductor del autobús le reclamó, el tipo muy molesto le grita que ellos pusieron los muertos para que todos pudiésemos vivir así, los otros pasajeros le gritaron a coro, Chavista tenías que ser desgraciado, mi hija se recostó de mi hombro y escondió la cara asustada por el ruido.

Pasé el resto del día molesto, esto tenía que haberlo escrito ayer pero la verdad tenía la rabia muy a flor de piel como para poder hacer un detallado y medianamente ecuánime escrito, sin embargo la constatación de los síntomas de la ceguera oficialista es algo que se sale de los parámetros de lo “normal” pues se supone que TODOS deberíamos reclamar lo justo, futuro, empleo, educación, economía, salud, todo al alcance de nuestras aptutudes, que el trabajo y el futuro sean porque así lo determinamos con el esfuerzo de nuestras neuronas y no con el de los músculos que se usan al inclinarse pues de tanto hacerlo llega un momento que olvidas como ponerte de pie, así mismo sucede con los países, esa conversa con ese señor me ha abierto los ojos ante el horror de que esta historia no terminará bien para nadie, como me gustaría estar equivocado de verdad.
José Ramón Briceño, 2014
@jbdiwancomeback



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