Este
fin de semana fui de visita a la capital, estuve en un concierto (no de “suena
Caracas”) que de paso me pareció una de las mejores experiencias de la vida,
estar en un sitio acompañado de mil personas más que tienen la misma buena
vibra, gente inteligente que estaba pendiente más de disfrutar el momento, los
tragos, las sonrisas, las canciones, la luna y la noche, pura buena vibra, debo
confesar que llegué al sitio del concierto con algo de temor, uno la verdad no
sabe muy bien con que le va a tocar en la capital, esa gente la verdad está
trastornada.
Todo
comenzó cuando íbamos mi novia y yo camino a Caracas en el metro de Los Teques,
una vuelta algo más larga pero que evita el estropicio de aguantar la cola a la
entrada de la ciudad, más si es un sábado por la mañana, en el vagón donde viajábamos
vimos con estupor como los jóvenes que iban sentados no se inmutaban por
ancianos ni por niños en brazos, de hecho en alguna de las estaciones llegó una
señora con un bebé de días, su esposo se lo quitó para que la señora no se
cayese en el piso con el bebé cada vez que el tren se estacionaba en una
estación, nadie le dio el puesto, nadie se movió tampoco para darle su asiento
a una anciana que se subió algunas estaciones más adelante, me pareció de
verdad un aspecto de mala educación bastante notorio, en mi pueblo eso no
sucede y eso que no tenemos metro, ni nos visita gente importante, creo que es
asunto de urbanidad.
Al
llegar a la capital nos tocó buscar hotel, allí vimos desde los más sórdidos hasta
los elegantes, en ninguno hubo habitación, es más me incomodaba un poco la
pretensión de que una pareja adulta como la que constituimos mi novia y yo fuésemos
de hotel en hotel solo por sacarnos las ganas, al fin un hotel que aún mantiene
su aura de elegancia pero con mobiliario de los setentas tempranos nos prometió
una habitación luego de las tres de la tarde, nos trataron como que andábamos pidiendo
limosna, la verdad que el personal fue muy grosero. Por cierto, hablando de
hoteles, la noche del viernes andábamos buscando hacer reservación, nos
tropezamos con una página web que se supone vende las habitaciones de algunos
hoteles, tienen un numero 0800 que resultó ser un callcenter en USA y exige el
pago en dólares para poder reservar, ahora me pregunto yo, ¿Cómo carajos
quieren impulsar el turismo interno si una noche de hotel puede costar el cupo
anual de dólares del ciudadano común?, no sé, pero nos sentimos como si estuviésemos
en Cuba donde los turistas con moneda dura son los únicos con posibilidades de
usar la infraestructura hotelera, no hablo de habitaciones de 15 mil la noche,
esas no las cubre mi tarjeta de crédito básica (como corresponde a un maestro
de escuela), hablo de modestas de mil bolívares la noche, donde por lo menos no
te van a atracar a la entrada ni confundan a mi novia con una taconera más ni a
mí con un gigoló de genero dudoso algún borracho de los tantos extraviados y peligrosos de la noche caraqueña.
Una
vez superado el impasse de encontrar habitación volvimos a abordar el metro
para ir al sitio del concierto, allí íbamos tranquilamente cuando un murmullo a
mi espalda me hizo voltear la mirada, una señora con un bebé en brazos le
reclamaba a un “señor” con estampa de obrero de la construcción que si a él lo había
parido una burra pues no le daba el puesto a las damas con niños como
corresponde a la caballerosidad, allí un hombre que supongo es el esposo de la
señora intentó hacer valer alguna autoridad, al voltear a ver a mi novia que
estaba pálida del susto, escuché a mi espalda un golpe seco, el tal obrero había
dado un gancho de derecha al señor que reclamaba quien por cierto llevaba un
niño en brazos, surreal la cosa, otro fulano que acompañaba al agresor decía
voz en cuello que su amigo no le cedía el puesto a nadie pues había sido
operado recientemente, que estaba aun “enfermo”, se detuvo el tren, sonó la
alarma, una señora que iba acompañada por otras muy jóvenes sacó a las niñas
del vagón a empujones mientras los energúmenos se gritaban , yo saque a mi
novia cogida del brazo hasta otro vagón desde donde vi a la policía corriendo
al tren y sacando al agresor del mismo, por cierto que para estar operado ese
fulano tenía un morral que no debe haber pesado menos de ocho kilos, cosa rara
para un convaleciente, al final solo parecía un grosero más que no andaba de
ganas de ser caballero y prefirió ser patán, ojalá lo hayan dejado preso.
Camino
al centro comercial, ya metidos en el rio de gente que camina por las aceras
capitalinas, miro a un tipo que se lleva por delante a una joven, en vez de
pedir disculpas (como corresponde) le menta la madre y sigue de largo, el
muchacho que acompañaba a la muchacha quiso devolverle la cortesía al transeúnte
que tropezó a su novia y la chica se puso tan nerviosa que el joven prefirió
ceder antes que darles más disgustos a la niña, quizás iban al cine y eso les dañaría
la cita del sábado por la tarde, mientras me distraje viendo el drama tropecé
yo a una joven, cuando voltee a pedirle disculpas con una sonrisa la muchacha
me fulminó con la mirada, si hubiese podido golpearme de seguro lo hacía.
Al
final antes de entrar al concierto estaba en trámites de divorcio con Caracas y
su gente, me parece espantosa la cantidad de violencia que emanan las calles
caraqueñas, lo grosera y pendenciera que parece mucha de la gente que allí
mora, una vez caída la noche congelé mi divorcio con la capital gracias a la
magia del concierto y a la gente de buena vibra que estaba allí , como dice ese
poeta “ ¿Quién dijo que todo está perdido?...
José
Ramón Briceño. 2014
@jbdiwancomeback
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