Desde
muy joven he sido un lector omnívoro, me he leído casi todo lo que ha pasado
por mis manos, lo malo o lo bueno y así poder distinguir literatura de lo que
no lo es, luego la universidad me afiló el discurso, aun así sigo leyendo todo
lo que puedo. En todas esas lecturas, he realizado algunas para intentar
vislumbrar que se siente estar en combate, que tanto miedo tendrán esos hombres
y mujeres que se aprestan a cualquier cosa bajo las balas, esa gente que se
batía a espada, machete y fusil en la época de la independencia o en otras
guerras más modernas, donde lo más cercano son las pavorosas bayonetas que
ahora lucen algunas veces los ejércitos.
Lo
que he podido concluir me llena de espanto. Imagino que si sales vivo de una
escabechina así debes sentirte inmortal, casi dios por poder seguir caminando después
de tantísimo peligro, de eso viven los militares y la izquierda no puede ser
menos, señal clara de eso es el alto índice delincuencial, los “colectivos”
apoyados por la guardia nacional y los guardias mismos que son los grandes
capos en estos tiempos. Seguramente todos se creen un emulo de algún héroe de
acción jolibudense, más allá del discurso pavoso ese de “patria, muerte y
servilismo” hay un ego desmedido en la creencia de sentirse invencibles, lo que
me deprime más es al parecer lo son.
Ciertamente
estamos solos, nadie nos defenderá, lo único que se ven son palabras, jamás
acciones. No me malinterpreten no estoy pidiendo guerra, muy al contrario, pero
nadie puede decir que no debo indignarme por los jóvenes muertos, los del año
pasado, los de esta semana, los de todos los días, donde jamás los culpables
existen, hay hasta un comité de víctimas de las guarimbas, lo triste del caso es
que son supuestamente apoyados por el mismo estado que mató a la gente en las
mencionadas acciones de calle, lástima me da esa gente que por un mendrugo ha
vendido a sus muertos.
Más
tristes aún son las acciones del gobierno que por “lavarse” la cara
internacionalmente publica una lista de supuestos escritores que apoyan al
presidente, donde el único nombre conocido es el de un antiguo ministro cuyo único
libro fue una gran jalada de bolas que le hizo su gente publicándole los
garabatos que hacía mientras escuchaba al presidente anterior en sus
interminables peroratas, tristes desconocidos que quien sabe con cual promesa
se hacen pasar por escritores, a lo mejor sí lo son y sus libros se venden a
dos bolívares en las piras de las fulanas librerías del sur donde al parecer
nadie compra por otra cosa que no sea lástima o fanatismo religioso-político
tan común entre los ilustrados del caletre pesuvista/comunista.
Volviendo
al tema de la guerra, acá solo faltan los morteros y los ejércitos, todos los días
se mueren decenas de compatriotas víctimas de una extraña envidia, esa del
dinero fácil y la búsqueda de bienes de consumo, en una economía tan endeble
como triste. He visto en varias casas de conocidos y gente de mi familia, depósitos
de alimentos no perecederos anteponiéndose a una posible hambruna, algo
realmente nunca visto, solo leído en los libros de historia. La guerra está en
los autobuses, en las calles, las escuelas, las casas de la clase media, la
clase alta, los barrios, en las playas, los hoteles y hasta en las iglesias, para el hampa no hay
sitio imposible.
En
algunos hay víctimas mortales, en otros pues son de otra índole, como en los ministerios y
en los cuarteles donde el hampa funciona de otra manera, siempre buscando la
riqueza súbita que los libre de todo mal. Si llega o no la guerra a mi país, si
es de manos de algún militar con tropa y cojones, si llega de manos de los
colaboracionistas, si nos invaden de otro país que no sea Cuba (ellos están
incrustados acá desde hace rato), si la guerra es popular, de clases, de
soldados o de narcotraficantes, lo que hará es hacerse (más) publica pues está
entre nosotros hace años y la situación económica no hará más que acentuarla
hasta un nivel desconocido por nuestra sociedad ya que, al contrario de otros países,
tenemos más de 100 años sin un (serio)
conflicto armado.
La
guerra está entre nosotros y las morgues son la prueba fehaciente de que
sucede, cientos de casas se enlutan a diario en este pequeño país de menos de
50 millones de habitantes, todos tenemos un miedo que no nos cabe en el alma,
todos los días, cuando salgo a la calle obligado por las obligaciones del
vivir, me siento como cuando era niño y me tocaba una escuela nueva, bravucones
nuevos y siempre en desventaja, pero no había de otra más que buscarle la vuelta
a los “matones infantiles”, uno que otro moretón y al final lograr que me
dejasen quieto, con que no me molestaran más yo era feliz, algo así sentimos
todos pues el enemigo viste de mil maneras y simula ser gente para no ser
reconocido, lo peor es que los ciudadanos siempre estamos en desventaja, en
este país donde nunca pasa nada, hasta que pasa.
José
Ramón Briceño, 2015
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