Historias del horror cotidiano III
Desde
que comencé a escribir estas historias de terror venezolanas, que parecieran
ficción sin serlo, se han acercado
algunos amigos para contarme sus vivencias, he decidido, por un rato escribir
sobre ellas, en primer lugar para sacarlas de mi cabeza pues atormenta la
posibilidad de volverme un número más de las estadísticas extraoficiales, por
otro lado, darles difusión para que otros sepan que el asunto aquí está más
allá de la estupidez política y la miseria económica que nos agobia todos los días,
donde un grupo de inútiles de traje y corbata hacen ruido daño declaraciones para
achacar su imbecilidad a otros , sin jamás hacer amago de aceptar sus errores o
enmendarlos, siempre el cambio es para peor.
En
el estado Aragua existen varias playas, entre ellas, La Ciénaga, que antaño fue una suerte de refugio donde se
supone jamás pasa nada pues el único acceso que tiene es por mar, a pesar de
ser parque nacional existen allí varias casas vacacionales, un par de docenas
acaso y todas a la orilla del mar, por ser una ensenada están enfrentadas
orilla con orilla y separadas por unos cien metros (en su parte más ancha) por
una lengua de mar. Desde niño he pasado allí cientos de fines de semana, tenía
un padre bastante irresponsable que me dejaba a mis anchas por horas hasta que
volvía de la pesca o de juguetear con alguna novia del momento, nunca me pasó
nada, es más creo que allí aprendí a estar solo, aprendizaje interesante para
estos años de mi adultez.
Ayer
un buen amigo y colega me contaba, mientras tomábamos un café que hace poco ha
habido una ola de robos allá, una noche asaltaron por lo menos a diez casas y
quince campistas que dormían en sus carpas, los despojaron de todo. Se metieron
en las casas y se llevaron hasta las plantas eléctricas junto a cualquier cosa
de valor, entre las víctimas se cuenta un señor de más de 60 años a quien le fracturaron
la frente con la culata de un fusil de asalto, de esos de uso militar, mientras
amarraban a un poste a la nieta del señor quien no tiene más de diez años. Todos
los asaltantes venían en botes a motor y como dato curioso usaban botas
militares, según mi amigo se movieron con rapidez, como si hubiesen tenido todo
planificado de antemano y no con la acostumbrada improvisación que para esos
casos exhibe usualmente el hampa desorganizada.
Un
tiempo después, volvieron pero esta vez abrieron las puertas de las casas y las
mudaron otra vez, también armados, al filo de la madrugada, para irse por donde
volvieron, por supuesto eso jamás salió reseñado en ningún medio y nadie dijo
nada, quiero pensar que por un asunto publicitario pues la percepción de ese
espacio es que está a salvo del hampa, cosa que como ya veo no es así.
Como
dato curioso me cuentan que un domingo cualquiera , una lancha entró a la
ensenada a una velocidad inusual pues lo normal es que todas las embarcaciones
reduzcan la velocidad al entrar pues hay mucho nadador pasando de una orilla a
la otra, además de gente buceando o simplemente pasando el rato en el agua
aprovechando la calma y la ausencia de olas, resulta que iba perseguida por
otra embarcación con identificación de la guardia costera, al llegar justo a la
mitad de la ensenada ambas embarcaciones abrieron fuego, un domingo a las doce
del día, donde ambas orillas están llenas de temporadistas, ni los perseguidos
no los que perseguían tuvieron la decencia de no hacer disparos pues nadie
pensó que pudieran haber heridos, que milagrosamente no hubo, al final el
perseguido había secuestrado quien sabe en qué playa al lanchero y lo obligó a
encallar en alguna playa desierta de las muchas que hay en la costa, para acto
seguido escapar por la montaña, dicen que el lanchero quedó detenido, sin
embargo, menudo domingo de terror han pasado esos pobres turistas que escapando
de las balas de la ciudad igual se las encuentran en el mar.
Ambas
situaciones son graves, pero la última podríamos achacarla a una muy mala
casualidad. El primer relato me causa cierta suspicacia pues esta playa está a
apenas diez minutos de navegación de una base militar, eso de los asaltantes
armados con fusiles de asalto, usando botas militares y con cierta disciplina
para ejercer su maldad me da muy mala espina, no quiero pensar que todo se debe
a que algunos altos oficiales quieren tener sus casas de veraneo allí a precio
de ganga pues el miedo usualmente hace que la gente se deshaga de todo al
precio que sea, a veces perdiendo se gana y la vida pues no tiene precio, aunque
la verdad en este país de horrores cotidianos cualquier cosa puede pasar y
cualquier intento de ficción se tropieza con una realidad aún más retorcida que
la mentira literaria.
José
Ramón Briceño, 2015
@jbdiwancomeback