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miércoles, agosto 28, 2013

Historias de cualquier calle


Ser peatón en Venezuela es uno de los “deportes” más extremos que se puedan imaginar, eso de andar de autobús en autobús y de paso utilizar el terminal público es una ruleta rusa pero a modo tropical, allí encontramos de toda, desde una corte de los milagros donde no se diferencian los mendigos de costumbre a los que tienen eso por obligación, los vendedores ambulantes y los atracadores muchas veces son la misma persona, diferenciarlos es casi que misión imposible. Si te montas en una unidad toca aguantarse trescientos vendedores de cuanta cosa puedes imaginarte, desde vendedores de helados, revistas, periódicos, dulces, gente que pide “una colaboración” para su enfermedad imaginaria o real, uno nunca sabe, son actores consumados de cuanta sintomatología existe, en algunos casos hasta con niños que teóricamente están enfermos de alguna cardiopatía, en fin toda una caterva de gentes de las más diversas calañas y gustos.

Igual te pueden arrebatar el celular como darte dos puñaladas por no tener uno y la policía bien gracias, se aparecen si acaso cada quincena, creo que buscan su dinero entre los comerciantes o malandros que pagan protección y se vuelven a largar, total no hay ley que valga en ese sitio.

En mi caso tengo toda mi vida casi que obligado a pasar por allí, no queda de otra cuando no tienes vehículo, en todos los años que tengo usando ese espacio veo con detenimiento todo lo que me rodea, una manera de supervivencia obligatoria en mi país, hasta el punto ya de conocer algunos de los buhoneros o comerciantes informales que allí hacen vida, desde hace unos años hay un rincón del terminal donde se apostan los limpia botas con sus bártulos de trabajo, los he visto crecer aunque nunca uso de sus servicios pues soy fanático de los zapatos deportivos perfectos para caminar largas distancias, sin embargo y ajeno a mi costumbre de vez en cuando le daba una moneda a un niño que a diario voceaba sus servicios, por años lo vi pasar de niño a adolescente y de ahí a hombre, un día no lo volví a ver más y la verdad imaginaba que algo bueno debió haberle pasado, a pesar de que lo acostumbrado es lo contrario, tengo la mala costumbre de pensar que a la gente siempre le va mejor.

Una tarde, mientras esperaba el transporte para mi trabajo, un portugués al que siempre le compraba mi marca preferida de cigarrillos me saluda, yo devuelvo la gentileza, acto seguido me comenta si había sabido algo más del “pana de los zapatos”, le respondí que la verdad no lo había vuelto a ver, el portugués ya venezolanizado me busca conversa para relatarme la historia de ese joven limpiabotas.

Resulta que el muchacho era hijo de una de las obreras de la panadería “flor Madeirense” de su propiedad aunque heredada de Joao el viejo quien ya está retirado a su casa, en fin la señora un buen día se enamora de un tipo de rara catadura quien la iba a buscar todas las noches a la panadería y de vez en cuando se apostaba al frente a ver quién de los transeúntes le piropeaba a la dama, especialmente los sábados en la tarde cuando el pretendiente venía con unos tragos de más y algo de violencia a flor de piel, el asunto es que entre una y otra cosa, la dama sale en estado, nueve meses después llegó al mundo Willander Michael Perez Pirella.

La señora tuvo que renunciar a la panadería, sin embargo, en vista de lo precaria de su situación porque el galán del barrio puso pies en polvorosa apenas se enteró del vástago, Joao le permitió trabajar medio día para ayudarla en su trance pues ella tenía trabajando allí desde los tiempos del viejo, cuando era una muchacha de apenas quince años, Willander fue creciendo con su abuela materna quien compartía casa con seis nietos y sus tres hijas con sus respectivos maridos de turno. El niño entre tanta miseria no tuvo de otra más que salir a trabajar, por varios años se dedicó a lustrar zapatos en el terminal, compartía su tiempo entre la escuela y el trabajo, un día su mamá cayó enferma y por las cosas “normales” en Venezuela le tocó ir a un hospital público donde murió a los pocos días gracias a una infección que pescó en su reclusión hospitalaria ,lo peor es que a nadie le importó lo que le sucedió a la señora, el niño fue criado por su abuela quien prefería a sus otros hijos y por tanto, un buen día el niño se fue de la casa, Joao le daba de comer para ayudarlo y de vez en cuando le traía sus zapatos y le dejaba una propina generosa para ayudarlo.
A los años el joven fue creciendo, creo que en esos años fue en que comencé a ver al muchacho, llegado a ese punto le pregunté a Joao que había sido de la vida de Willander (ahora sé cómo se llama) , me contó que estuvo peso pues lo agarraron vendiendo piedra en el terminal, salió cuatro años después, al salir volvió al terminal saludó al "portu" (como le decía) y le ofreció de gratis su protección pero a los otros comerciantes les cobra una vacuna por evitar que otros malhechores los asalten.

El muchacho hizo una licenciatura en maldad, le contó que entre otras cosas había aprovechado en esos días y le había disparado a un tio que de niño lo maltrataba y de paso amenazo a la abuela con repetir la experiencia si por casualidad le contaban algo a la policía, total, estaba protegido por el Pran local quien a su vez era compadre de un ministro, los policías lo trataban con cierto miedo porque era un intocable y al parecer era candidato por el partido de gobierno a una concejalía de un barrio periférico.

Terminé mi café y me fui a tomar mi autobús, pensando en que a pesar de todo en este país se ha pervertido tanto la cosa que cualquier malandro es político y los que no los somos pasamos a ser nada más cifras rojas en alguna estadística de esas que nunca se revelaran, cosa mala para el futuro de todos, apenas me subo en el bus miro un afiche político desde donde Willander saluda y pide su voto para concejal, a la memoria del comandante supremo y que viva la revolución…
José ramón Briceño, 2013

@jbdiwancomeback


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