Desde
hace tiempo andaba buscando un símil que describiese la situación en este país,
resulta que lo encontré, estamos viviendo debajo del agua, solo que según el
estrato socio cultural al que perteneces te ubicará cerca o lejos de la
superficie, sin embargo nadie saca realmente la cabeza, todos miramos desde
abajo y solo adivinamos lo que está fuera del agua.
Unos
se ahogan, otros disfrutan estar en la profundidad donde nadan sin mayor
problema, es más, tal como en el mar las criaturas de las profundidades no usan
sus ojos, solamente están preocupados por qué comer y si algo se les pone a
tiro, cuando no hay salen de cacería y resuelven, no les preocupa en lo más mínimo
el futuro ni el asunto este de que las instituciones no sirven para nada más
que enriquecer a sus directivos mientras los otros siguen ciegos, sordos y
mudos pero con su franelita y su afichito en la sala que (piensan) los librará
de todo mal. Curiosamente ellos, los del fondo, han perfeccionado su sistema de
buscar alimentos y otras cosas, ya están programados para hacer su cola desde
la madrugada en algunos casos, aunque sea para saber si hay razones para tener
que hacer cola, desde el gas doméstico, la leche completa en polvo, jabón de
tocador, jabón en polvo, champú, desodorante y algunas otras cosas que de ser
cotidianas pasaron a ser extraordinarias y mercancía preferida del mercado
negro, esas personas son como las Rayas de los ríos, se entierran en la arena
hasta que les pasa cerca su presa, ahí se agitan hasta conseguir lo que buscan
para volver inmediatamente a enterrarse en el lecho del rio.
Unos
pocos imitan a los bagres, solo comen desperdicios, claro hay entre ellos
quienes no tienen de otra que mal vivir por cualquier razón, pero muchos hay
que prefieren eso a saber que hay otras maneras, les encanta vivir entre
excrementos por un asunto de estilo de vida nada más, la vulgaridad extrema les
causa un placer solo superado por ese de sentirse poderosos cuando hacen daño a
otro ser humano.
Las
únicas formas de poder tener la ilusión de que sacas la cabeza hacia la
superficie la otorgan las redes y la televisión por cable, sin embargo
solamente son las redes quienes te dan noticias más o menos veraces sobre lo
que está sucediendo en el país pues los medios entre la censura (unos pocos) y
el orto relajado y feliz de sus dueños que se les ofrecen a los jerarcas del régimen,
ahora parecen revistas de variedades de un mundo paralelo que no reconozco, ese
que se desmiente desde los anaqueles de los supermercado o lo fatuo de los
sueldos que se evaporan a minutos de ser cobrados. Tanto así que hasta los
vuelos al extranjero han caído en picada, esa es la verdadera forma de mirar
sobre la superficie de este nauseabundo mar en que se ha transformado mi país,
quienes salen de nuestras fronteras a cualquier otro país (de Latinoamérica
para no ponernos exquisitos) donde viven como nosotros a principios de los
noventas, sin escasez ni control de cambio, se dan cuenta enseguida de que han
logrado escapar de un abismo, quienes nos fuimos y volvimos, lo hicimos por
alguna valedera razón pero esos están a centímetros de la superficie, mirando
como el cielo está biselado por la tensión superficial del agua, pero al
voltear miramos el extraño tono marrón con que está teñida el agua que nos
envuelve a todos, solo que en la superficie es menos espesa la tonalidad.
En
conclusión, vivimos en un gran charco y las posibilidades de salir de él se
hacen más lejanas con cada día que pasa, aunque muchos mantenemos la esperanza,
igual esta se hace menor con el tiempo, quizás la solución sea transformarse en
bagre solo para reunir suficiente excremento hasta lograr la escalera que te
saque del charco, sin embargo quien esto escribe se niega por un asunto de convicciones,
ya veremos que sucede, por lo pronto creo que deberíamos ser estudiados por las
asociaciones científicas del mundo, es una oportunidad de oro para que otros
descubran el proceso por el que las naciones mueren, en nuestro caso de mengua
gracias a la inutilidad oficial y al virus de la insuficiencia mental que ha
hecho estragos en nuestra sociedad.
José
Ramón Briceño, 2014
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