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martes, diciembre 27, 2016

Desde afuera

Tengo unas semanas en el exilio, como todo inicio es complicado este no podía ser menos ya que entre la indefensión normal de quien se va casi que con lo puesto, los trámites burocráticos, estar lejos de todos mis seres queridos y la incertidumbre natural de empezar poco menos que desde cero luego de los cuarentas hace que mi crónica depresión me juegue malos ratos pero toca afrontarla para sobrevivir. Como tengo rato haciendo vida en las redes he conocido mucha gente en el camino y entre ellos a un periodista uruguayo quien me invitó a su programa radial a fin de informar a sus radioescuchas de la historia de un venezolano cualquiera que un día decidió que tenía que irse antes de morir de mengua o algo peor.

Entre las preguntas que hizo hubo una en especial que me llamó a la reflexión, ese amigo preguntó si yo era un exiliado político, si había persecución en mi contra (lee este blog con cierta asiduidad y conoce mi posición política) la respuesta en principio fue hablar de exilio económico ya que entre otras cosas me fui por no ver como solventar los apuros económicos normales de mi familia ni los propios gracias a una política económica que no permite que el sueldo docente alcance para comer ni mucho menos otras cosas casi de igual importancia. Luego de terminada la entrevista me he quedado pensando en el tema y he llegado a la conclusión de que efectivamente soy un exiliado político pues la situación política y económica fue la que me empujó a ese largo periplo en autobús desde Maracay hasta Uruguay.

Aún estoy acostumbrándome a esta nueva situación, muchos me aconsejan dejar a Venezuela en el olvido y encarar este nuevo destino pero es difícil olvidar 45 años de vida, mi hija, mi padre, mi familia y hasta mi gato que se quedaron allá en aquel infierno tropical donde la desesperanza va junto al café de las mañanas, donde todos andan buscando como comer o como encontrar la salida del laberinto de las miserias revolucionarias. La verdad no he podido desligarme de la angustia que me provoca leer las noticias, hablar con los amigos que quedaron allá, saber que mi hija está en peligro aun mientras duerme en su cama, con pánico de que mi viejo se deje ganar por la melancolía del pobre y no vuelva a levantarse por las mañanas o que alguno se enferme en un país sin medicinas.
Ciertamente nunca caí preso por mis ideas pero estas sin me trajeron problemas, por ejemplo, jamás fui beneficiado con la bolsa de comida pues he sabido que me sacaban de los listados que organizaban en mi sitio de trabajo, tampoco tuve nunca  el beneficio del cargo fijo que acumula prestaciones, jubilación ni otro beneficio gracias precisamente a mis ideas políticas tan en contra de ese estado que nos estaba matando de a poco, a pesar de las leyes que otorgan los cargos vacantes a los que ejercen interinato si no hay otro candidato y este interino cubría todos los requerimientos del cargo, estuve tres años así.

Lo peor de toda la situación venezolana es ese ánimo de fracaso que nos une a todos los profesionales, sobre todo entre los que ejercimos desde nuestras aulas ya que cuando el sueldo no te da para comer, te quitan todos los beneficios, no te permiten hacer tu trabajo a cabalidad ya que las estadísticas van primero que la educación se hace complicado mantener el autoestima , la suma de todos esos factores hace que te plantees la certeza de que eres un fracasado que no puede tener las cosas que aspiras, así estas sean tan simples como un seguro de vida para estar tranquilo, una casa a la cual llamar hogar, comprar libros, comer con la certeza de que mañana habrá más comida y planificar cuando menos una vacación al año, si comer es difícil mucho más lo es pensar en vacacionar .

Esa sensación de fracaso que flota en el ambiente nacional (pienso) hace que todas las iniciativas se mueran en el inicio, cuando todos temen los malos ganan y en Venezuela el miedo es grande, la maldad sobra y ellos a su vez están enquistados en todos los niveles de la vida nacional, protegiendo incluso con sus vidas el poder que les ha sido conferido para hacer el mal con una sonrisa a flor de labios, teniendo como resultado que la fatalidad sea algo cotidiano y lo contrario una excepción.

Todos los que viven fuera de las fronteras patrias somos exiliados políticos, todos huimos como bien pudimos, muchos más siguen en la cola del exilio mientras el país sigue ardiendo por los cuatro costados entre hambre y desesperanza sin que exista solución inmediata o cuando menos aparezca algún grupo de presión que responda al gobierno con el único lenguaje que respetan, el de la violencia.  Nadie se espante, creo que el régimen ha dado muchas muestras de no importarles mucho las formas legales, para ellos la ley no existe, quien no tiene escrupulos para dejar que miles mueran por mantener sus feudos tampoco merecen el beneficio de la piedad pues es mucho más ofensivo quien planifica las muertes como un abusivo ejercicio de pánico cerval por los pecados cometidos en el cargo de poder que quien se defiende de ellos cobrando con la misma moneda.

Se hace necesario que las fuerzas opositoras se dejen de escrúpulos, hablen con los viejos de izquierda que ellos sabe cómo organizar una resistencia armada, los que están en el exilio y tienen posibilidades comiencen a conspirar para encontrar fondos o patrocinante que igual deben aparecer cuando por fin saquen a los barbaros de rojo que no van a dejar títere con cabeza en su empeño destructor.

Por lo pronto y para no decir que solo hablo me han ofrecido un emprendimiento digital desde donde hacer ruido evitando el mal gusto de otras páginas que se revuelcan en el lodazal del amarillismo, ahí tengo una plataforma para dejar en claro que hay gente valiosa en todo el mundo, dispuesta a darle una mano al país. Si soy un exiliado político es necesario comportarse como tal, todos lo somos y estamos en deuda con aquel país que fuimos y ya no tenemos, toca hacer frente como bien podamos.
José Ramón Briceño, 2016
@jbdiwancomeback

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