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lunes, diciembre 05, 2016

El camino del exilio (parte 2)


En un post anterior conté algunas de las cosas que me sorprendieron en el camino, hoy voy a contar como comenzó todo este periplo hasta Uruguay. Debo acotar que a veces las desgracias ajenas se transforman en bendiciones que permiten ciertos lujos. Un par de semanas antes de la fecha fijada para mi salida, la abuela de mi hija tuvo un accidente que si bien en una persona joven no reviste mayor problema, a una abuela promedio la puede hasta matar, la señora estaba hospitalizada y mi hija (quien vive con su madre y la abuela) estaba sola ya sentía como abandono eso de que nadie la esperase al volver de la escuela, la ayudase en las tareas, la despertase para el ritual matutino antes de ir a clases, en fin todo aquello que forma parte del día a día con los hijos.

Una tarde que fui de visita a verla, su madre me propuso quedarme allí esa semana para cuidar de mi hija, para ser sincero solo me hizo falta hacer fanfarria pues antes de partir quería para mucho tiempo con ella evitando el tema de la despedida por lo dolorosos que son esos episodios. En fin, pasé una semana haciendo las veces de padre amo de casa, pasando tiempo con mi hija, fuimos al cine, comimos lo que quisimos, hicimos tarea, la llevé a la escuela, le hice desayunos, almuerzos y cenas. Debo admitir que fui feliz esa semana (como todo el tiempo que paso con ella), hasta que llegó el momento de partir, simplemente nos despedimos como si fuésemos a vernos el próximo fin de semana, un abrazo, muchas bendiciones y algunas lágrimas que me tragué por el natural desconcierto de no saber a ciencia cierta cuando la volveré a ver.

Eso fue un domingo por la mañana, de ahí salí a la casa paterna a buscar la maleta que tenía lista, debo contar que la casa donde vivía estaba a cien kilómetros de mi hija, por suerte ya había hecho la maleta a grandes rasgos, me había desecho de recuerdos y de las cosas que no cabían ya que debía pesar menos de 25 kilos para no pagar sobrepeso en el caso de tomar algún avión pues los fondos eran (y son) escasos. El lunes temprano me desperté, cerré la maleta y entregue las llaves a mi madrastra no sin antes avisarle que le legaba mi ventilador a control remoto que si bien a simple vista no parece la gran cosa, en Venezuela son carísimos además la crisis apenas permite mal comer, mucho menos esos pequeños lujos que se compraban hace algunos años y que ahora son casi imposibles para quien solo vive de sueldo básico y pensión de ancianidad.
Como ese barrio donde vivía era un tanto particular, el transporte público siempre es un caos , además que por peligroso no pasaban taxis, así que con maleta y todo terminé de pasajero en la parte trasera de una pick up que cobró un pasaje excesivo hasta el terminal de Los Teques ,donde abordé un autobús hasta mi ciudad natal donde sería más fácil la travesía.

Por primera vez mi familia me acompañó al terminal de buses desde donde saldría mi primer tramo, hubo abrazos, lagrimas, bendiciones, despedidas y tristeza porque todos sabemos que pasará un rato antes de vernos, el cariño es una vaina seria que le agua la fiesta al más pintado, sobre todo cuando hay distancia de por medio. Fueron mis tres tías que han fungido de hadas madrinas durante toda mi vida, como toda ocasión de ese tenor, hubo unos abrazos más dolidos que otros, en especial el de mi tía Irene con quien tengo una triple filiación ya que es mi tía, mi madrina de bautizo y además madrina de mi hija sin contar que hizo por muchos años las veces de madre adoptiva en franca colaboración con mi abuela además de mi viejo quien hizo todo el acopio de entereza que pudo pero cuya aura lloraba la pena de separarnos, ellos saben que volveré pero que no será muy pronto, de mi hija me había despedido el día antes, si ella me lo pedía capaz y no salía .

Hay una línea de autobuses que te lleva directo desde Puerto Ordaz hasta Boa vista, por una cuestión pragmática preferí tomar la ruta larga, además en Puerto Ordaz un desgraciado chofer de autobús rompió mi maleta pues al sacarla del maletero le arrancó una de las ruedas lo que obligaba a cargarla en vilo y caminar las ocho cuadras hasta el sitio donde tomaría el bus para Boa Vista no era recomendable, en principio porque en esa ciudad las cuadras son kilométricas pero a eso toca sumarle un calor infernal, dejé de lado el plan original y compré pasaje hasta Santa Elena de Uairen.

Un detalle, en el autobús hasta Puerto Ordaz boté mi teléfono móvil (la verdad no sé si fui robado pero otro evento me da razones para pensarlo) así que tomé la decisión más interesante, dejé mi equipaje guardado previo pago en la misma oficina que me vendió el pasaje y caminé varias cuadras hasta un centro comercial cercano donde alquilé una máquina , usando las redes sociales recuperé varios números telefónicos , la verdad pretendía pasar un rato en ese centro comercial pero entre los precios exorbitantes de todo lo que allí vendían y el ambiente musical navideño que mezclaba gaitas con canciones en inglés para hacer una mixtura infernal entre nueva york y el Zulia pero a muchos kilómetros de distancia y con cuarenta grados a la sombra no me hizo ninguna gracias, razón por la cual volví al terminal que si bien es bastante feo como todos, por lo menos no existía ese ambiente musical que quizás por mi ánimo resultaba repulsivo.

Hice llamadas, coordine logística gracias a mi ex que por un misterio del universo nos tratamos con bastante camaradería y ella desde su Watsapp hizo la conexión necesaria con mi amigo en Boa Vista. La espera en el terminal fue larga y ya para la siete de la noche abordé un autobús que me llevaría hasta la frontera, la verdad con poco dinero se hace la travesía hasta esa frontera pues en los dos pasajes desde Maracay hasta Santa Elena apenas gasté 10 mil bolívares. En ese bus conocí gente interesante como una hermosa profesora de la UCV que iba en camino a un congreso en Boa Vista sobre un asunto de género, a mi lado se sentó un fulano local que me contaba cómo era la vida en la frontera y de cómo estaba haciendo planes para generar más ingresos, además de como su esposa ha decidido vender empanadas para abandonar su cargo de maestra ya que eso no alcanza ni para el pasaje al trabajo, el rebusque de vender pimpinas de gasolina a 700 bolívares el litro y que compran al gobierno por un bolívar, a menos claro que negocien directo con el dueño de la bomba quien les suministra el combustible en 300 bolívares el litro cuando por eso paga a bolívar cada litro, haciendo una ganancia descomunal por todas partes y él no se podía quedar atrás , vende eso, hace de taxista y según hasta compra en Brasil y revende donde sea y como en frontera cualquier cosa es posible la verdad creo que hay mucho de cierto en su cuento.
La conversa languideció y me quedé dormido sin embargo al rato me desperté con frio, solo para darme cuenta que mi chaqueta, la cual tenía puesta por encima la usaba un fulano en la fila de atrás, quien imagino que me la quitó en medio del sueño esperando que no me diese cuenta, me desperté y se la quité sin mucha delicadeza, aprovechando mi tamaño para amedrentar un poco al abusador, no hubo más contratiempos, solo que los fulanos bajaron corriendo del bus como para evitar preguntas.

Al bajar en Santa Elena y luego de la requisa tomé un taxi hasta un punto de encuentro pactado de antemano con mi amigo, con la sorpresa de que en todo el pueblo solo hay un teléfono público que sirve , desde ahí hice varias llamadas para concretar logística. Al bajar en el centro del pueblo me quedé de piedra, primero no vendían mi marca preferida de cigarros en ningún lado (comenzamos muy mal), en segundo había de todo en los anaqueles, cosas que ya daba por olvidadas volví a verlas en cantidades bárbaras, sin colas ni guardia nacional repartiendo números pero a precios de bachaqueo, me explicaron que todo era de Brasil y allá pagaban el Reais a precio de dólar negro imagino que por eso en ningún lado había punto de venta, todo era en efectivo ya que del otro lado de la frontera cambias Reais a dólares sin mayor problema. Parecía un universo paralelo donde la gente andaba con maletas de billetes de a cien bolívares como si de chuchería se tratase, en todas las cajas registradoras de supermercado hay máquinas para contar billetes, todo es muy caro pero hay, en cambio hasta el día anterior no había encontrado toallas sanitarias para mi hija en todo Maracay, sin embargo en otra parte del país no falta nada, un incentivo más para tenerle bronca al gobierno desgraciado que mantiene en la miseria al resto del país por una excusa tan barata y mal oliente como el tal socialismo.

Mientras me tuve que conformar con una caja de cigarros que si bien son muy famosos en Venezuela, saben terrible, pero a falta de pan toca fumar lo que se encuentre. La cola pasó por mí a mediodía, el dueño del carro andaba buscando maneras de cargar gasolina de este lado de la frontera pero ya había pasado la cola de los extranjeros que compran combustible , solo estaba la cola (diez cuadras) de los residentes que iban a poner combustible, mi amigo muy contrariado decide comprar en el mercado negro, hizo la transacción con unos fulanos que andaban en motos y quienes nos hicieron pasar a la trastienda de una casa , el fulano llamó por teléfono y al instante aparecieron tres motos con dos pasajeros cada una donde uno de ellos cargaba una garrafa de diez litros de gasolina pues mi amigo solo pudo comprar veinte litros que fueron treinta mil bolívares, sentí que había presenciado una transacción por drogas pues todo fue rápido, silencioso, escondido y caro, cosas que se leen y no se creen pero al verlas entiendo muchas cosas.

Luego de las vueltas de rigor haciendo compras para la casa de mi amigo nos fuimos a tomar carretera, el primer punto de control fue para sellar mi salida del país, los funcionarios fueron bastante amables, me preguntaron un par de cosas y me dejaron ir, un par de kilómetros más adelante está el puesto de la policía brasileña, allí bajé de nuevo con mi pasaporte junto a mi certificado de vacunación (en internet hacen énfasis en la vacuna de la fiebre amarilla que me hizo parir para conseguirla) , el funcionario tomó mi pasaporte e hizo a un lado el fulano cartón de la fiebre amarilla, me preguntó un par de cosas que no entendí y me expidió un permiso de residencia por siete días, nada de los noventa días como turista que seguro es por la gran cantidad de venezolanos que se cuelan, además te cobran una gran multa si te pasas la fecha de estadía en su país sin permiso.

La travesía por la carretera hasta Boa Vista es espectacular, son dos horas y media más o menos, esa noche el cielo estaba estrellado y debo admitir que pocas veces he visto tantas estrellas juntas en un cielo tan limpio. Fuimos conversando todo el camino, entramos a la ciudad a descansar en la casa que mi amigo comparte con su esposa, su madre (la de él) y sus tres hijos y quienes me acogieron por unos días en su casa a pesar de las estrecheces normales de unos recién emigrados como ellos, desde mis paginas quede constancia de mi agradecimiento, sobre todo por la ayuda para proseguir mi viaje.



José Ramón Briceño, 2016
@jbdiwancomeback









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