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sábado, agosto 01, 2015

Hipocresía tropical


Cada vez que hablo con alguna persona que no conoce Venezuela, la primera imagen que tienen de nosotros es la de un pueblo desmadrado, es decir, sin vergüenza para la fiesta, donde la bebida, las mujeres y la rumba parecieran el deporte nacional, una suerte de parranda eterna entre playas, llanos y montañas, con mujeres hermosas en cada esquina, donde la extracción socio cultural no es determinante para  participar de cualquier fiesta. Como conclusión colateral podremos decir que (según nos miran) somos un país sin complejos ni mojigaterías, nada más lejos de la realidad.

En este país vamos años luz de distancia del resto del mundo, vivimos una especia de “fundamentalismo tropical” absurdo para esta tierra, no se la razón, quizás la desesperación de la desesperanza lleva a la gente a refugiarse en los más absurdos tabúes, que si bien funcionaron hasta el siglo pasado a estas alturas deben ser erradicados de nuestro gentilicio para comenzar a poder entender este mundo globalizado.

Mi país se subdivide entre quienes se abrogan la capacidad de censurar cualquier cosa que se medio aleje de su canon, los religiosos de muchas tendencias encerrados en sus pruritos en contra de lo que consideran anormal, la “gente bien” que se solaza en su absoluta ignorancia con sus sueños de carros, casas, negocios fabulosos, extremismo político (de ambos lados del espectro) y al final desdeñan hacer crecer su intelecto pues ni les interesa ni les conviene, aquellos cuyo mayor orgullo es el de exhibir su ignorancia, mala hablar, peor educación cuyo primer impulso es el de rechazar cualquier amago de razón y se escudan tras la mitomanía del “comandante galáctico”, esos que (supuestamente) escriben sus loas llenas de palabras como “pueblo, “patria”, “libertad” y “paz” con verbo rebuscado a quienes nadie les ha dicho que el romanticismo murió hace más de cien años, por último la ínfima minoría de gente pensante, que somos tan pocos que ya nos sentimos locos gritando a las paredes.

La muestra está en que mientras en otras naciones, pensar en el matrimonio entre personas del mismo sexo se discute en todos lados, acá la gente se persigna espantada, la gleba los intenta apedrear y el estado los ignora. Si hablamos de la legalización es peor, automáticamente todos los fumadores de marihuana pasan al rincón de los ignorados, se ganan el aura de malvivientes, lo que conlleva a una especie de secularización del vicio, donde todos fuman pero nadie dice nada, colaborando de paso con el negocio del narcotráfico y su carga de violencia al no poder disponer de fuentes legales donde satisfacer su necesidad. Seguro alguien se sorprenderá y dirá que estoy algo loco, que hay otras cosas más importantes en este momento político, quizás tienen razón, pero tampoco pueden ignorar esas otras realidades.

Seguir siendo un país pleno de prejuicios absurdos y anacrónicos nos hace sensibles a que animales de uniforme sigan dictando las reglas del país, esos mismos prejuicios hicieron que gente como Jaime Lusinchi o Carlos Andrés Pérez cayeran en el descredito, uno por beodo y el otro por manirroto, si ponemos en una balanza los despropósitos de ambos gobiernos para contrastarlos con solamente los últimos tres años de esta mal llamada  “re(in)volución” descubriremos sin sorpresa alguna que aquellos otros gobiernos tan mal vistos eran en realidad toda na muestra de honradez al lado de lo que ha hecho el PSUV.

Si la gente fuese un poco menos mojigata quizás mi país fuese una muestra de modernidad, estaríamos más cerca de aquel primer mundo soñado y no este quinto vivido, de mi parte pongo las conversas con mis alumnos, mi hija, a cuanto joven se me acerca para intentar hacerles pensar que lo común es malo solamente en la medida que lastima a terceros, si no lastima a nadie ni exige que nadie se identifique con esa “normalidad forzada”, entonces debe ser admitido y culturalmente digerido, un paso necesario no solo para aceptarnos como iguales, también para comenzar a allanar el camino hacia el futuro, donde militares, religiosos y fundamentalistas vivan en sus enrejados sin obligar a nadie a asumir una falsa posición, evitando de paso volver a ser esto que nadie quiere ser pero que al final nos resignamos a vivir por no poder escapar.
José Ramón Briceño, 2015
@jbdiwancomeback




1 comentario:

Charlotte dijo...

Siempre bueno leerte!