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martes, abril 21, 2015

Memoria de un amanecer poco feliz


En Venezuela hay mañanas felices y otras no tanto, hoy por ejemplo es una de esas mañanas no tan felices, amanecí sin café ni azúcar ni harina de maíz pre cocido, leche en polvo (ni fluida), ni papel higiénico y con la quincena muy lejos para decir que voy a comprar esas cosas en el mercado negro donde cuestan hasta diez veces más que el precio de fábrica pero se encuentran sin perder medio día de mi vida en una cola para comprar, eso sin poner el detalle de que necesito saber que días puedo comprar por mi número de cédula.

Mientras esto escribo debo confesar que llevo un retraso de un año en mi tesis de posgrado, hoy por ejemplo me levanté a la cinco de la mañana con el compromiso de escribir la fulana tesis y adelantar lo suficiente para creer que estoy haciendo algo, pero al comprobar que no tengo ninguno de los productos mencionados, revisar las redes y leer las idioteces que dicen desde el gobierno, ver la cotización del dólar en el mercado negro y pensar que mi sueldo mensual es menos de lo que gana un profesor de astrología on-line de cualquier otra parte del mundo en un día de trabajo, las ganas de escribir algo serio se esfuman.

No es que uno ande solo pendiente de esas cosas del vivir, es que al final por más que uno intente no pensar, las carencias obligan a replantearse todo, en este país no pensar es un asunto prohibitivo pues la preocupación por un futuro que no augura más que violencia y hambre la verdad  no deja mucho espacio para la esperanza, cuando hasta la policía pide protección que quedará para los ciudadanos de a pie como uno, estamos indefensos ante la arremetida del hampa.

Quizás allá en el extranjero se preguntarán la razón de que uno le achaque la culpa de la violencia al gobierno si ellos (aparentemente) no tienen conexión alguna con el hampa común, por tanto no deberían tener responsabilidad con este caos, pero resulta que sí, ellos (el Estado) se han apoyado en la acción del hampa como un elemento disuasivo en las barriadas, previenen un estallido social con sicarios gratuitos, tanto así que hasta “zonas de paz” tienen, esas zonas son espacios vedados a la supervisión policial, sitios donde no va ningún organismo de seguridad del estado y donde el hampa hace lo que les da la gana sin que exista consecuencia alguna para sus actos.

 Vivo en un país donde el nivel de impunidad pasa del 98%, donde las cárceles son más despachos de las altas cúpulas criminales que de sitios de castigo, allí hasta discotecas y piscinas tienen, todas las comodidades del mundo exterior, claro, esas lujos no son para todos, los pobres pues deben ver cómo se las arreglan ara sobrevivir mientras los pranes (jefes) sus acólitos y el gobierno se dan la mano en unos negocios mucho más rentables que el petróleo y que además ni impuestos pagan.

Vivo en un país donde el crimen es la máxima de supervivencia y casi todos somos cómplices por omisión u acción, por ejemplo, todos compramos películas piratas, tenemos software pirata en nuestras computadoras, compramos cosas en el mercado negro y hasta solicitamos dólares patrocinados por el estado para revender luego en el mercado negro, ciertamente es (aparentemente) un crimen sin víctimas pero en otro ángulo somos reos por quebrantar las reglas, aunque con más que sobradas razones para justificarnos.

Compramos en el mercado negro porque en el  legal no hay nada, compramos películas y software piratas pues nuestra economía no da ni para alquilar un demo, lo de los dólares pues es la única manera de ahorrar y guardar para un futuro siempre incierto, los jerarcas pues están sumidos en el crimen con muchas víctimas, mientras ellos se enriquecen nosotros nos empobrecemos, mientras ellos ponen a sus familias a buen resguardo en el extranjero nosotros rogamos pasaje, visa y trabajo para irnos , ellos tienen escoltas, nosotros si acaso una estampita de algún santo en el bolsillo para que nos proteja de todo mal.

Las mañanas menos alegres, esas donde la escasez obliga a preguntarse cosas uno se siente hasta culpable por andar molesto por no tener algo tan futil como café o azúcar mientras allá afuera, en las calles la gente se está matando por otras cosas, a pesar de estar agradecido por estar vivo no puedo dejar de estar molesto por la porquería de situación en la que vivo, en la que vivimos todos aunque existan muchos que se niegan a acepta que el olor a materia fecal que se respira en todas partes gracias a la podredumbre estatal, no es un hedor natural, es simplemente que tienen tanto tiempo aspirando, comiendo, revolcándose entre el estiércol revolucionario que han preferido acostumbrarse antes que darse con la piedra en los dientes para no tener que verse obligados a compartir su culpa, ellos prefieren ubicar a los culpables entre otros, ni siquiera se dan cuenta que las moscas los cubren a pesar del esfuerzo que hacen para que no se les note.
José Ramón Briceño, 2015

@jbdiwancomeback


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