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sábado, septiembre 13, 2014

A propósito de la lucha de clases


Decir que el país está hecho un desastre es un lugar común, las razones, sabemos todos que a pesar de lo que podamos alegar, en principio el asunto es meramente económico, no tiene otro análisis que haga un real retrato de la situación desesperada que vivimos más que ese de la economía. Los socialistas hablan mal del capitalismo, tienen todo un discurso que está elaborado sobre otro muerto ya hace años, más que demostrada su ineficacia pero en el país tiene asidero pues el odio y la envidia, inoculados con metódica regularidad han terminado por hacer trizas lo que otros más inteligentes tardaron 40 años en instaurar.

Los opositores peleándose por migajas y los jefes de las distintas empresas odian a los empleados de más bajo rango pues estos, siendo influidos en primer lugar por los socialistas que les han hecho creer que el mundo les debe algo, en segundo lugar están amparados en leyes que pervierten el normal desenvolvimiento de una empresa, abusan de la permisividad con actos que no corresponden a sus labores o simplemente no haciendo nada, lo que termina siendo una lucha sorda de clases entre trabajadores y empleadores.

Me sorprendo cada vez que oigo a un “empresario” hablando mal de sus empleados y envidiando otras economías donde despedir a un empleado es un asunto rutinario, si lo dijese de otra manera quizás no me incomodaría tanto pero el odio que supuran sus palabras me asusta. Mientras vivía en México vi como despedían a empleadas solo porque suponían que estaban embarazadas, todo por huirle a sufragar los costos del parto, tal y como las leyes locales exigían, me parecía un acto ruin, así un largo etcétera de abusos que cometían los pequeños comerciantes que conocí mientras estaba allá, por supuesto nunca expresé nada pues estaba de visita y no sabía por dónde va el asunto en profundidad.

La otra cara de la moneda no es más grata, los obreros usualmente hacen todo lo posible por incordiar al jefe, odian cuando uno de sus iguales asciende, pero se niegan a estudiar lo que sea que les reporte más ingresos o ascensos en la estructura de la empresa donde laboren pues suponen que trabajo es lo que ellos hacen, eso de estar todo el día supervisando, llenando papeles, haciendo proyectos, vigilando la producción y pensando es realmente una excusa de vagos, si no sudas no hay trabajo real. La excusa para no hacer nada por superarse está amparada bajo el axioma de que “terminan muy cansados al final de la jornada” estudiar no tiene sentido pues “Loro viejo no aprende a hablar”, eso es flojera justificada, se de muchos (incluyéndome) que estudiaron y trabajaron al mismo tiempo para levantar una familia y avanzar en esto de la economía personal, además claro de intentar dejar algo para las futuras generaciones. Eso de quejarse pero no hacer nada es una cosa terrible pues terminaremos viviendo del gallinero vertical, el cultivo organoponico, el criadero de cerdos en el balcón y el jineterismo institucionalizado como otra nación por la que estos socialistas suspiran.

Vale, en Venezuela al parecer hay una relación inversamente proporcional entre el dinero y la cultura, existen excepciones a la regla, pero por lo general uno ve en las calles gente en unas camionetotas cuyo valor es el equivalente a unos mil sueldos de profesor, donde el volumen de sus equipos de sonido molesta el sueño del vecino de tres cuadras atrás, los ves en los aviones aplaudiendo el aterrizaje en el aeropuerto, hacen colas para comprar celulares que cuestan quince sueldos mínimos solo para estar a la moda y al final esa exhibición de bienes no es más que una demostración de pobreza mental, quien realmente tiene dinero compra el aparatejo ese en el imperio que cuesta la tercera parte en dólares, ni de vaina hace esos escándalos pues los convierten en víctimas fijas de un secuestro. Las galerías de arte languidecen, las librerías casi que desaparecen de las grandes ciudades (en las pequeñas no pasan de ser quincallerías) y sus lecturas por lo general dejan mucho que desear, algunos hasta dicen viajar solo para “raspar el cupo” ni salen de los hoteles a ver la vida de las ciudades que visitan, haciendo de sus viajes solo anécdotas para creerse la gran cosa pero hacen lo mismo que cualquier motorizado en la guaira un domingo cualquiera.

Los que pueden menos, toman por asalto las licorerías del barrio, se instalan a gastarse la mitad del sueldo semanal en cerveza mientras la señora y los hijos venden para sobrevivir comida del mercado negro, hacen fiestas pantagruélicas sin respetar a los vecinos, protegen malvivientes solo por un asunto de afinidad de clases, no estudian, cuando lo hacen reclaman por que el profesor les exige “demasiado” se beben hasta el agua de los floreros, roban en sus empleos, no van los lunes a trabajar por la resaca pero el jefe les tiene “el ojo puesto”, prefieren la colita para comprar en vez de trabajar en función del ascenso social y económico, hacen de la miseria un asunto de orgullo y de la riqueza algo detestable solo porque la ven tan lejos que nunca la podrían alcanzar, para ellos solo hay “sifrinitos hijos de papá” y para los otros solo son “monos malandros”, al parecer son irreconciliables.

En medio estamos los que pensamos, muchos se han ido del país, otros del mundo como víctimas del hampa. Debo hacer patente mi angustia, la verdad no me quiero ir del país, me fui y volví, acá están mis amores, mi familia y mis muertos, pero igual tengo mi pasaporte al día, presto para la huida por tierra, tengo dos brazos, dos piernas, mis ojos y mi cerebro que de seguro me sirven para ganarme la vida en cualquier parte, pero me niego a hacerlo pues tengo la esperanza de que mi hija crezca feliz y con oportunidades en la tierra que la vio nacer.
José Ramón Briceño, 2014

@jbdiwancomeback


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