Entre
tanta violencia en este país, uno anda siempre como espantado y pendiente de
todo lo que nos rodea, una mirada, un gesto, una postura te pueden indicar a ti
quienes andan por la vía con malas intenciones, los de a pie, como yo, perdimos
el placer de ignorar a los compañeros forzosos del bus pues toca hacer un paneo
visual entre los viajantes para intentar medir la catadura de algunos y así
decidir si bajarse en la próxima parada o no, los que tienen su carro también andan
avisados pues en las colas o los semáforos cualquier motorizado puede ser el
indiciado de robar cualquier cosa al conductor y sus compañeros.
De
dejar el vehículo estacionado en descampado ni hablar, puede que cuando vuelvas
no encuentras la batería (de paso escasean), el reproductor, los cauchos y
hasta el carro mismo, no importa que sea muy viejo, igual vale para vender por
separado los repuestos que no existen por estos lares y si es de los nuevos
igual suerte por iguales razones. En tu casa pues, ya es común que los vecinos
cierren las calles con puertas y muros, toda casa clase media que se precie
tiene un cercado eléctrico y los pobres son maestros en el arte de reforzar con
cadenas, candados, barras y soldaduras todas las fisuras que puedan permitir a
los amigos de lo ajeno colarse y mudarte, en todos los casos anteriores la vida
está en peligro pues acá te matan si tienes (para que no digas nada) como si no
tienes (para que en la próxima vida tengas y te dejes robar imagino).
Todos
estos pensamientos siempre me rondan con cierto espanto, últimamente me ha dado
por intentar imaginar que se sentirá verle la cara a la muerte sin tener medios
para escapársele, he llegado a la conclusión que debe ser la peor experiencia
que un humano podrá tener jamás, de paso
y para más maldad, será la última que tengas. Ese padre que ve la bala llegar
mientras sus hijos no han crecido, la madre que se descubre sola luego de
enterarse de la muerte de su esposo, los jóvenes que se van sin haber llegado a
los 20 años solo porque algún desgraciado se enamoró de sus cosas, la joven que
ha sido vejada antes de darle el zarpazo final de la bala o el puñal, los
secuestrados que nunca dejan de tener la esperanza de ser rescatados y hasta
quienes caen presos por delitos fútiles y terminan sus pasos en algún penal
sobrepoblado y pleno de tanta maldad como la suma de todos los círculos infernales
juntos a sabiendas incluso que los grandes criminales tienen protección estatal
para sus fechorías y pillajes.
Cosa
distinta debe ser para aquellos que han crecido y vivido entre la violencia
extrema toda la vida, esos que viven en países en guerra perenne, los soldados
que de tanto recibir órdenes terminan por no ser más que monigotes a la orden
se “mi sargento” y así mismo toda la cadena de mando, no en balde Garcia
Marquez pone en boca de uno de sus
personajes en cien años de soledad que la muerte a bala es “la muerte natural para
los militares”, pero para los civiles de a pie, que trabajan a diario, que han
estudiado, que juran que han progresado a punta de esfuerzo y que por ello han
de tener protección extra, no vale.
Salir
de la casa ahora es un asunto de indiferencia, si, no se sorprendan, toca ser
indiferente pues si nos ponemos a pensar en las múltiples posibilidades y la altísima
probabilidad de pasar a ser uno más en las estadísticas nos morimos pero de
hambre pues ni a comprar saldríamos a menos claro si pudiéramos todos tener un
ejecito de guardaespaldas que nos escolten a cualquier lado sin necesidad de
estar pensando en las posibilidades de poder ser atracados, robados, vejados,
saqueados, asesinados a bala o a puñal , sin pensar que nadie se va a colar en
mitad de la noche para robar la casa y con ello lo que se le atraviese, en fin
todas las historias de horror que leemos o escuchamos a diario, esas de verdad
las tengo vetadas en mis conversaciones, sé que existen pero una cábala personal
me impide nombrarlas no vaya a ser que se hagan corpóreas.
A
riesgo de encender candelitas yo creo que una de las grandes soluciones, en
principio cuando menos, para combatir el hampa en todas las urbanizaciones y
barrios deberían organizarse y combatir entre todos ese flagelo, no matarlos
pero si darles un buen escarmiento y entregarlos a las autoridades, así sepamos
que luego lo soltaran pero solamente cuando el miedo acabe acabaran los
abusadores y vagos que sin trabajar pretenden arrancar el fruto del trabajo de
los demás y los imbéciles que los defienden desde las palestras políticas les
tocará callarse la boca y colaborar no vaya a ser que la organización vecinal
termine por destituirlos a él y a sus compañeros de fechoría, mientras sigamos
todos alerta para hacer lo más difícil posible la labor de los criminales
venezolanos, que dicho sea de paso es la única materia en la que se ha
evolucionado en este país que con solo 30 millones de habitantes tuvo 25 mil
muertes el año pasado y tiene tres ciudades en la lista de las 20 más
peligrosas del mundo, solo en revolución.
José
Ramón Briceño, 2014
@jbdiwancomeback