En
Venezuela hay mañanas felices y otras no tanto, hoy por ejemplo es una de esas
mañanas no tan felices, amanecí sin café ni azúcar ni harina de maíz pre cocido,
leche en polvo (ni fluida), ni papel higiénico y con la quincena muy lejos para
decir que voy a comprar esas cosas en el mercado negro donde cuestan hasta diez
veces más que el precio de fábrica pero se encuentran sin perder medio día de
mi vida en una cola para comprar, eso sin poner el detalle de que necesito
saber que días puedo comprar por mi número de cédula.
Mientras
esto escribo debo confesar que llevo un retraso de un año en mi tesis de
posgrado, hoy por ejemplo me levanté a la cinco de la mañana con el compromiso
de escribir la fulana tesis y adelantar lo suficiente para creer que estoy
haciendo algo, pero al comprobar que no tengo ninguno de los productos
mencionados, revisar las redes y leer las idioteces que dicen desde el
gobierno, ver la cotización del dólar en el mercado negro y pensar que mi
sueldo mensual es menos de lo que gana un profesor de astrología on-line de
cualquier otra parte del mundo en un día de trabajo, las ganas de escribir algo
serio se esfuman.
No
es que uno ande solo pendiente de esas cosas del vivir, es que al final por más
que uno intente no pensar, las carencias obligan a replantearse todo, en este
país no pensar es un asunto prohibitivo pues la preocupación por un futuro que
no augura más que violencia y hambre la verdad no deja mucho espacio para la esperanza,
cuando hasta la policía pide protección que quedará para los ciudadanos de a
pie como uno, estamos indefensos ante la arremetida del hampa.
Quizás
allá en el extranjero se preguntarán la razón de que uno le achaque la culpa de
la violencia al gobierno si ellos (aparentemente) no tienen conexión alguna con
el hampa común, por tanto no deberían tener responsabilidad con este caos, pero
resulta que sí, ellos (el Estado) se han apoyado en la acción del hampa como un
elemento disuasivo en las barriadas, previenen un estallido social con sicarios
gratuitos, tanto así que hasta “zonas de paz” tienen, esas zonas son espacios
vedados a la supervisión policial, sitios donde no va ningún organismo de
seguridad del estado y donde el hampa hace lo que les da la gana sin que exista
consecuencia alguna para sus actos.
Vivo en un país donde el nivel de impunidad
pasa del 98%, donde las cárceles son más despachos de las altas cúpulas criminales
que de sitios de castigo, allí hasta discotecas y piscinas tienen, todas las
comodidades del mundo exterior, claro, esas lujos no son para todos, los pobres
pues deben ver cómo se las arreglan ara sobrevivir mientras los pranes (jefes)
sus acólitos y el gobierno se dan la mano en unos negocios mucho más rentables
que el petróleo y que además ni impuestos pagan.
Vivo
en un país donde el crimen es la máxima de supervivencia y casi todos somos cómplices
por omisión u acción, por ejemplo, todos compramos películas piratas, tenemos
software pirata en nuestras computadoras, compramos cosas en el mercado negro y
hasta solicitamos dólares patrocinados por el estado para revender luego en el
mercado negro, ciertamente es (aparentemente) un crimen sin víctimas pero en
otro ángulo somos reos por quebrantar las reglas, aunque con más que sobradas
razones para justificarnos.
Compramos
en el mercado negro porque en el legal
no hay nada, compramos películas y software piratas pues nuestra economía no da
ni para alquilar un demo, lo de los dólares pues es la única manera de ahorrar
y guardar para un futuro siempre incierto, los jerarcas pues están sumidos en
el crimen con muchas víctimas, mientras ellos se enriquecen nosotros nos
empobrecemos, mientras ellos ponen a sus familias a buen resguardo en el
extranjero nosotros rogamos pasaje, visa y trabajo para irnos , ellos tienen
escoltas, nosotros si acaso una estampita de algún santo en el bolsillo para
que nos proteja de todo mal.
Las
mañanas menos alegres, esas donde la escasez obliga a preguntarse cosas uno se
siente hasta culpable por andar molesto por no tener algo tan futil como café o
azúcar mientras allá afuera, en las calles la gente se está matando por otras
cosas, a pesar de estar agradecido por estar vivo no puedo dejar de estar
molesto por la porquería de situación en la que vivo, en la que vivimos todos
aunque existan muchos que se niegan a acepta que el olor a materia fecal que se
respira en todas partes gracias a la podredumbre estatal, no es un hedor
natural, es simplemente que tienen tanto tiempo aspirando, comiendo, revolcándose
entre el estiércol revolucionario que han preferido acostumbrarse antes que
darse con la piedra en los dientes para no tener que verse obligados a
compartir su culpa, ellos prefieren ubicar a los culpables entre otros, ni
siquiera se dan cuenta que las moscas los cubren a pesar del esfuerzo que hacen
para que no se les note.
José
Ramón Briceño, 2015
@jbdiwancomeback