UN MUNDO PERFECTO es una novela que trata sobre varios temas, la locura, la desesperanza, el amor, la religión y hasta la política desde una óptica satírica que roza el humor, por múltiples razones aun no ha sido puesta a la venta ni siquiera en los sitios de autopublicación, entre otras razones gracias al bloqueo que sufrimos en Venezuela, ese que no nos permite ni siquiera soñar con pagar en dolares y mucho menos tener cuentas en el extranjero para poder activar el recurso de la auto publicación. acá les dejo hoy a mis lectores un capitulo para que se entretengan, no todo es protesta y a veces es necesario contar algunos sueños para que puedan cumplirse.
Capitulo 8
Cuando se fueron los ex alumnos, nos ocupamos de seguir bebiendo y
conversando de la lejana Maracay, los conocidos, los amigos comunes, las
playas, ríos, selvas y hasta mujeres de su tierra, fue una noche de nostalgias,
plena de recuerdo, de tiempos idos, evitamos adrede el tema de la reunión , se
hizo de madrugada, un apretón de manos y otra cita, esta vez en un café del
centro, apuntes en mano, de día, para poder conversar debidamente sobrios sobre
la crisis compartida, Ramiro no olvidó recordarme que todavía tenía preguntas
pendientes ,a ver si lo terminaban de convencer para abandonar el tan incómodo
yugo en el que vivía con los hábitos.
Cuando llegué al hotel, encendí la computadora, googleé al nuevo amigo, así
confirmé lo que había contado sobre su
historia de vida, revisé las redes sociales para constatar que el país estaba
igual que hace tres meses, le escribí a mis
hijos, ignoré los correos de las ex esposas, por ultimo vi algo de porno, que solo sirvió
para terminar recordando a Susana. La secretaria del departamento de física de
la universidad donde laboraba
Una joven señora de unos treinta y tantos, de mirada inteligente, cuerpo
lascivo, que después confirmé tenía cama incendiaria, ella me acompañó por el
lago trecho que precede al divorcio, me mostró que entre el porno y la cama no
existían más limites que los autoimpuestos, sin palabras me llevó odiar un poco
más a mi esposa, esa frígida, sosa mujer
en que se transformó la otrora hada de los bosques de cuerpo cálido sumado al
abrazo amoroso, con quien terminé teniendo sexo por obligación, hasta que esta
secretaria se atravesó para estrenarme en eso de los amores secretos, fue en el
laboratorio de física, sobre los exámenes finales, ese día por primera vez fui consciente
de que no estaba viejo, era la herrumbre de un matrimonio fósil lo que me
avejentaba.
La panza se fue, el cabello comenzó a salir de nuevo, la mirada brillaba
y la paciencia se acortaba, los fines de semana sin Susana, se transformaron en
fiestas privadas con mis hijos mayores,
la bruja de mi esposa se resintió un poco más, al final se refugiaba entre la
sacristía, las viejas de la cuadra, la casa materna, los rosarios de tres, el
bordado de punto y el chisme insidioso de todas las beatas envidiosas.
Nunca más volví al lecho
matrimonial más que en contadas ocasiones en que el envalentonamiento del
alcohol me invitaba a estrellarme en esa cama fría bajo la mirada impertérrita
de un cristo de madera que parecía vernos
con cierta envidia desde su tarima de dolor.
El divorcio era un proyecto que quería y rechazaba al mismo tiempo, la
idea de separarme de mi hijo más pequeño y volver otra vez a pasar por el carrusel
de tribunales, abogados para volver a quedar arruinado no me permitían tomar la
decisión, aunque de mi esposa ya lo
estaba de hecho, hacía más de un año atrás cuando me mudé a la habitación de la
planta baja, territorio liberado de la mano férrea de la esposa maniática del
orden monacal, Susana acabó con los últimos resquicios de la resistencia de la
costumbre, inyectó una vitalidad que
creía perdida, nunca más compré Sildenafil, al final, era la frialdad de la
cama matrimonial lo que daba impotencia,
la sensualidad de esta otra hizo que
recordara los años mozos de sexo descontrolado.
Con esta secretaria, licenciada en educación , a la sazón becaria de
posgrado ya que ganaba más en ese cargo que como maestra, volví a la vida,
olvidé todo solo para lanzarme al vacío
de su cuerpo, probé cientos de cosas, incluida una amiga cercana que una tarde
de domingo, en que ambos reposábamos de una sesión de sexo, apareció en el apartamento de Susana con un
par de botellas de vino más un porro de yerba fresca, fumamos, bebimos, nos
reímos, filosofamos y terminamos en una madeja de cuerpos donde nadie sabía a
quién tocaba o besaba, esa fue la primera vez que no fui a dormir a casa, mi
esposa constató que afuera había otra, el lunes, cuando por fin volví , mi
mujer me recibió como de costumbre, acosté a dormir al niño hasta que la señora
me llamó a su cuarto, dijo que sabía muy
bien que existía otra, sin embargo que ni soñara con el divorcio, ella no se
separaría jamás, para eso había prometido en el altar que solo los separaría la
muerte, pero nunca jamás iba a ser bienvenido en el lecho conyugal, desde ese
momento solo serían los esposos amorosos puertas afuera, en casa, volverían a
ser extraños, buenas noches y ojalá te mueras mientras duermes para poder ser
tu viuda, así evitar el mal gusto de
saberte feliz con otra, dijo a modo de
despedida.
Ese lunes en la tarde comenzó una batalla se silencios en la casa, el
inicio del fin, no hubo lágrimas (no que yo presenciara cuando menos) , lamentos
ni preguntas, todos sabíamos nuestras culpas y se asumían sin problemas, fue el
desenlace natural para dos seres que no crecieron intelectualmente juntos,
mientras andaba tras un libro, una
investigación, un curso, estudios nuevos, congresos, clases y conferencias,
ella se recluyó en casa, haciendo el papel de esposa devota, limpieza, cocina,
rezo, cotilleo, misa y cama desangelada, guardó su título de profesora bajo el
anaquel de la ropa interior para dedicarse a olvidar sus sueños de juventud,
imagino que para equilibrar eso se volvió ciudadana ejemplar, pertenecía a la
cofradía de la iglesia parroquial e hizo algunos estudios de teología tan
serios como la política nacional.
En fin, hubo divorció mucho antes de la separación legal, la dinámica
del hogar fue asesinando la vida marital de a poco, no fue algo premeditado, ella
en su simpleza pensó en que algo tan “sucio” como el intercambio de fluidos no
destinado a la procreación tenía que ser pecado, así se lo hizo saber al padre
Cesar, un joven con maneras sospechosamente femeninas, el cual se había
transformado en confesor y confidente de las señoras, quien las aconsejaba
rodeado de unos monaguillos de mirada lánguida cuyas cejas pulcramente sacadas
dejaban poco espacio para la duda, en cuanto su preferencia sexual cuando
menos, no es que fuese un crimen, es que a todas luces atenta en contra de eso
mismo que profesan, la imagen de un monaguillo homosexual es tan correcta como
la de una prostituta dando clases de ética y formación moral.
Ese cura confirmó su tesis, ella interpretó eso como una señal divina,
entorpeció los preliminares del amor de sábado en la noche con excusas de
menstruación, hijo dormido en la cama, dolores de cabeza y hasta la exigencia de
rosario nocturno para santificar el acto, que, en los pocos casos en que la
urgencia de las hormonas me obligaban a
claudicar, era un acto mecánico, sin pasión, besos, rasguños ni quejidos de
placer, como estar con una almohadón
tibio, grande, pues la señora, había engordado veinte kilos por culpa de las
galletas, tortas y dulces que fabricaba para colaborar con la economía del
padre Cesar y sus monaguillos exóticos, todo se terminó de desbarrancar cuando,
en un arranque de frustración, le grité ballena verde, beata de mierda y me fui
a la habitación de abajo con los libros, la conexión a internet, donde constaté
que a veces las mujeres de vidrio y la mano derecha son más satisfactorias que
la ballena encallada en que se transformó ella.
Antes que la rabia me alcanzara a través de los recuerdos, tragué una
pastilla mágica que logró hacerme dormir hasta que la alarma del teléfono sonó
con la falsa urgencia de todas, tenía una cita en el café, apenas eran las
nueve de la mañana, la resaca hizo de las suyas otra vez, jugo de naranja con dos pastillas para la
jaqueca que pidió a la habitación, una
ducha, el abrigo y a la calle para cumplir con lo pautado.
De la serie "Alucinaciones personales", autor José Ramón Briceño |
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