Quienes
no viven ni han vivido en Venezuela seguramente les costará entender lo que hoy
escribo, la verdad estamos en un país excesivamente loco, con una población
altamente disociada cuyo deseo de liberar tensión por donde sea está a la orden
del día. Lo que se oye por accidente está entre lo cómico y lo trágico, siempre
hay alguien en alguna parte hablando alguna cosa que a esa persona le parece
muy seria, pero a mí cuando menos me parece halado de los pelos.
Por
ejemplo, en estos días me reuní con un par de amigos en un bar de chinos, para
hacer un acto simbólico de despedida a otros dos amigos que se fueron, ambos fotógrafos,
ambos brillantes. Como llegué temprano a la cita pedí una cerveza, para no
estar ocioso en la espera, saque mi cuaderno de apuntes que tan pomposamente
llamo “agenda” y comencé a esbozar una historia que en algún momento me pondré
a escribir, mientras lo hacía dos mesas más atrás estaba un señor , hablaba por
el celular como queriendo que todo el restaurante supiera que el tal era un
fulano importante para alguien, la cosa se puso álgida cuando el fulano al teléfono
dice “Que bolas soy un ingeniero bachaquero”, ahí una mirada de entendimiento
se cruzó entre el señor y la gerente, luego hizo más llamadas cuyos tópicos iban
desde comentar una tal corrida de toros , como se iba a vestir, junto a quienes
se pretendía sentar y que marca de wisky iba a poner en la “bota” aclarando que
a el le regalaron la entrada , aunque también dijo que “tú sabes que mi carnet
me permite entrar en cualquier evento”, discúlpenme pero comentar voz en cuello
la ropa que vas a usar me parece más conversación de señoras sin nada más que
pensar.
Disimuladamente
pasé al lado del hombre para verlo más de cerca, era un fulano bastante común
de franelita, gorra de cualquier cosa, bigote a lo charro y esa estampa de
viejo solterón que tienen los amigos en esa condición, como de un divorcio no
superado. Al rato se sentó otro fulano y la conversa giraba en torno a las “novias”
que un sutano le había quitado, como si de niños de kínder se tratase, no me
quedó más que reírme del asunto.
Esa
tarde me dejó un raro sentimiento, pues tengo rato mirando las locuras de la
gente, por ejemplo, hace días estuve con una secretaría que así como así, sin
tenerme confianza me contaba como convenció a sus hijas para que se graduaran
en la universidad de alguna cosa, si el comentario lo hubiese hecho de forma
casual no habría gran problema, lo sorprendente fue la puesta en escena de todo
el cuento, parecía un monologo bien ensayado para “lucirse” con las visitas. Otra
vez, mientras esperaba que el semáforo me diese paso, un señor que estaba en la
cola para pasar con su carro, se adelantó solo para comentarme que tuvo el
carro accidentado por unos días y recién lo sacaba a rodar ese día, como si a mí
me importase que carajo le pasaba a alguien que ni conozco, la cosa me perturbó
pues no puedo entender como la gente se encuentra con un desconocido y le
suelta su vida así, sin saber si uno anda con ganas de oír a nadie.
Anoche,
ya a la hora del cierre del bar, cuando estábamos por retirarnos y de la caja
nos mandaron la cuenta para muy amablemente pedirnos que nos retirásemos, se
acercó un borracho que pretendía contarme alguna vaina y de paso se antojó de
que quería abrazarme por alguna razón, a mí que no me agrada mucho eso del
contacto físico por razones sociales , mucho menos con desconocidos, me
persiguen cosas por el estilo, el asunto fue aún más sorprendente cuando otro
(imagino que amigo del señor) le dijo al borracho que estaba sobrando y en la
mesa habíamos puro policías, eso fue como cuando el padre Karras le pone agua
bendita a la niña de “El exorcista”, el borracho salió disparado, no solo de la
mesa, también del bar, ahora uno piensa de la que se salvó pues si alguien se
espanta ante la presencia de unos policías es que debe alguna cuenta a la
justicia, lo más ofensivo es que estábamos varios profesores universitarios y fotógrafos
bebiéndonos unas cervezas, eso de que lo confundan a uno con un policía roza el
insulto, sobre todo en estos días.
Por
último, hace unas horas me encontraba saliendo de mi trabajo y me puse a
conversar con varios colegas, la charla iba como de costumbre, de lo
insustancial a lo serio, hasta que llegó otro fulano y dijo sin pena pero con
cierta petulancia que “El gobierno debería prohibir las tarjetas de crédito
pues son la cosa más capitalista del mundo, nos tienen tomados por el cuello
entre pagar intereses y abonar capital”, yo, que difícilmente me quedo callado
le solté que si el gobierno fuese más eficiente, los intereses no serían la
gran cosa pues esos intereses, aunque están por debajo del índice de inflación
son los que le dan rentabilidad a la cosa, además, si no te agrada pagar
intereses no uses las tarjetas, el fulano se despidió y volvió a una supuesta
actividad que me suena más a excusa para no seguir haciendo el ridículo.
Ejemplos
hay como para escribir un libro de aventuras con lo que se oye, se ve y hasta
se siente andando por las calles de la ciudad, sin embargo me parece que estas historias dicen bastante de lo loco que está
esto por acá, quisiera saber si hay alguna razón específica, más allá de mis
elucubraciones, me agradaría mucho tener algunas opiniones de quienes se
encargan de hacer estudios sociales, los sociólogos, psiquiatras, psicólogos y
cuantos más profesionales de la vida humana existan, un grupo
multidisciplinario para que me cuenten de manera científicamente comprobable que
lo que nos pasa como ciudadanos a ver si le encontramos solución a nuestra
situación como país.
José
Ramón Briceño, 2015