Hace unos años viajaba desde Bucaramanga hasta Cúcuta en un bus como todos, al menos todos los de allá, esos que tienen Wifi y hasta conector USB para cargar el teléfono, como todos los que vuelven derrotados del exilio, la vuelta es de un sabor amargo complicado de entender, sabes que regresas a la boca del lobo pero eso es mejor a languidecer en cualquier calle sin que a nadie le interese lo más mínimo tu suerte. Una hora antes de la partida me ubiqué en la sala VIP de la línea de autobuses, si, tienen enchufes para cargar el móvil o el pc, WiFi y café gratis, en comparación con los espacios de horror de los terminales venezolanos aquel terminal de pueblo parece el andén del concorde en vez del muy tropical y tercermundista terminal de autobuses de un pueblo Colombiano, ojo, sitios así hay en casi toda Latinoamérica, menos en Venezuela.
Varias horas más tarde y no sin cierta decepción porque el autobús no hizo la parada respectiva para comida y café, comer en las carreteras de Latinoamérica siempre es un placer pero viajaba de madrugada, me quedé dormido, en algún momento antes de lo que después supe era el amanecer (iba en coma onírico) escuché un chirrido de frenos, gritos, hierros que pasaban debajo de la unidad, más gritos y al fin , cuando se detuvo fui uno de los primeros en salir de la unidad, luego de tanto susto tocaba huir hacia donde pudiese , al bajar del escalón entendí que nunca hubo metal pasando bajo el autobús, había una motocicleta incrustada en el radiador, tres metros más allá yacía el piloto sangrando por una pequeña herida en la sien cuyo rastro no paró hasta alcanzar la cuneta, mirando al hombre agonizar sin poder hacer nada entendí que todos los ruidos acallados por los gritos de los otros pasajeros tapaban el accidente, lo que en un primer momento pensé era un descarrilamiento por cualquiera de los mil voladeros que hay en aquella vía, en realidad era un motorizado quien perdido en medio de una madrugada que se estrellaba de frente contra un autobús cuya velocidad no sabría precisar pero en todo caso era la suficiente como para que perdiese el casco en el choque, donde también se le fue la vida.
Mientras miraba al hombre temblar como si fuese víctima de un ataque de epilepsia, vi con pasmo que no eran más que los estertores de la muerte, imagino era el filo de la madrugada, todos los pasajeros que solo tenían equipaje de mano se perdieron en la oscuridad de la carretera, media hora después la ruta estaba llena de taxis y moto taxis levantando pasajeros hacia la (aparentemente) cercana Cúcuta, todos huían como apestados, iban escapando de la posibilidad de terminar siendo testigos para la policía, imagino que eran como yo, ilegales en ruta de vuelta y por ningún caso les agradaba tener que vérselas con autoridad alguna. No me pude escapar, mi equipaje estaba guardado en el maletero del autobús por tanto tocaba quedarse esperando que la providencia resolviese el impasse, con resignación pensaba que de igual manera el autobús desde San Antonio hasta Maracay no saldría hasta la siete de la noche así que en todo caso sería una experiencia más.
En ese momento me invade la angustia, si en Venezuela pasa algo similar la línea de autobuses nos dejaría botados donde fuese sin que a nadie le importase en lo más mínimo, dos meses atrás ya lo había sufrido en alguna parte entre Barinas y San Cristóbal, según el chofer se había caído un puente a veinte kilómetros adelante por lo que hasta ahí nos llevaba, sin pena ni drama nos dieron el equipaje y se fueron, nos dejaron botados frente a una alcabala del ejercito sin más disculpa que ofrecer volver hasta Barinas para replantear el itinerario, eso sí, no iban a devolver el dinero ni habría disculpa, para hacer el cuento corto todos los pasajeros de la unidad donde viajaba más otros dos autobuses que venían atrás solo nos dedicamos a caminar por la carretera , en algún momento aparecería la salvación, así fue pero cinco kilómetros (dios salve el tacómetro del iphone5) más tarde donde al menos tuve que correr el ultimo hasta un autobús pirata que recogía pasajeros escondido tras un matorral, veinte minutos y una cantidad de dinero que ya no recuerdo me dejaron botado en otro pueblo, también en medio de la nada, donde luego de esperar que apareciera otro bus y viendo que mis compañeros de infortunio habían desaparecido tocó hablar con un mototaxista quien muy amablemente me llevó hasta unos kilómetros más abajo donde habrían otros a la espera de clientes, cosa que sucedió pues en cada estación había un piquete de guardias nacionales impidiendo el paso a la zona, los motorizados en medio del cordón de seguridad transportaban pasajeros hasta la próxima posta, debo acotar que cargaba conmigo un equipaje voluminoso que incluía una maleta mediana que pesaba no menos de veinte kilos y el morral con mi laptop.
No tengo idea de por dónde iba, la única opción era seguir la corriente agradeciendo tener efectivo, el problema era que al llegar a la frontera no tendría nada, eso lo resolvía luego. Volviendo al cuento, una vez que hube hecho malabares en un autobús y dos mototaxis que no se habían enterado de normas de seguridad, llegué al sitio donde se había caído el puente, no sé cuántos habíamos esperando pero éramos muchos y casi con ánimo festivo ante la aventura esperábamos en la ribera del rio hasta que los guardias abrieran paso, es implicaba esperar la voladura de un amontonamiento de piedras que impedía el tráfico a pie, en ese punto llevaba casi 24 horas de viaje, salí de Maracay a las ocho de la noche del día anterior, eran las tres de la tarde y aún estaba perdido en alguna parte del estado Táchira, sin haber comido, duchado, el teléfono sin batería, solo restaba seguir delante de cualquier modo.
Como es normal hablé con mucha gente, todos repetían más o menos la misma historia, unos iban de compras, otros huían y los menos volvían a sus casas luego de visitar la familia, los más experimentados recomendaban calma que eso era cosa común por aquellos lares, otros por el contrario hacían gestos de desespero que nadie atendía, en medio de aquel caos los vendedores de chucherías y los portadores que por 10 dólares llevaban tus maletas hacían su agosto. Dos horas de plantón y quien sabe cuántas teorías conversadas a la orilla de la carretera suena una sirena que con una alarma terrorífica anunciaba la próxima voladura que sucedió sin pena ni gloria, un par de explosiones nada espectaculares liberaron un alud de piedras que bajaron rodando por el rio, diez minutos después los guardias dieron autorización para el paso, cuarenta minutos caminando entre barro y monte, las cinco de la tarde, seguía perdido, al llegar al final de aquel agreste camino vi que había una autopista donde pululaban camioneteros, camioneros, motoy taxis (todo piratas) en espera de la gente que venía huyendo por aquella carretera perdida, resulta que estábamos cerca de San Cristóbal pero no tenía idea ni tampoco es que importaba mucho, la tarea era llegar hasta Cúcuta antes que cerraran las agencias de encomiendas, quitándome de encima taxistas y otros de su misma especie terminé en un autobús lleno de gente que salía directo desde aquel punto hasta San Antonio (la frontera) , una hora después al fin estaba cerca del puente internacional, allí fue otro lio.
Llegué al terminal de Cúcuta donde en una oficina de encomiendas esperaban los fondos para ir hasta mi destino final (Bucaramanga), por la carrera dejé olvidado en un autobús el morral con la computadora, así terminé durmiendo en pleno terminal de Cúcuta, sin dinero, computadora ni comida, visto en frio todo fue culpa de aquel autobusero desgraciado que me dejó botado en medio de la nada doce horas atrás, frente a una alcabala sin que ningún funcionario abogase por nosotros los desamparados, el fulano solo se fue.
Mientras estaba sentado a un lado del camino, a la espera de que llegase la policía a levantar al infeliz motorizado que había muerto en el accidente pensaba que en Venezuela nadie nos recogería, en Colombia no podía estar seguro de nada. Cuando llegan los policías, ya había amanecido, dos motorizados que vieron el muerto, detuvieron al chofer con las pruebas de rigor, se dirigieron al muerto para buscar un numero de contacto, una vez localizado uno de los agentes procedió a hacer la llamada mientras el otro le decía que comunicase a quien fuese que atendiera el aparato que su familiar estaba muerto en medio de la vía, el hombre mira con desdén a su compañero y hace la llamada con los educados eufemismos del caso, seguimos esperando pues los agentes nunca nos vieron , solo el chofer anunció que estaríamos detenidos hasta que llegasen los de la morgue luego nos vendría a buscar una unidad para trasladarnos, en ese instante el susto pasó, alguien nos llevaría y luego de tanto rodar , perder un autobús tampoco sería gran drama, luego venía cruzar Venezuela entera, eso forma parte de otra aventura extrema.
José Ramón Briceño
27/12/2021
Al día siguiente mientras (por fin) viajaba a Cúcuta |
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