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lunes, enero 02, 2017

Un Mundo perfecto (Capitulo 7)

Tenía tiempo sin publicar nada de mi #Novela, hoy les traigo el capitulo 7, solo con fines de entretenimiento, si les gusta pueden comprarla Haciendo click en este enlace 
7
Rosa y Fernando, eran doctores en psiquiatría, estaban terminando su tesis, que casualmente versaba alrededor de las taras mentales derivadas del fanatismo religioso, habían conseguido una beca de seis meses en el Vaticano, en la universidad Pontificia para investigar algunos de los más importantes antecedentes de su investigación, su encuentro con el profesor les torció el pensamiento, el aparentemente loco que les habían pintado vía electrónica, era aún más lúcido de lo que recordaban, se dieron las manos, abrazos, beso en la mejilla y la promesa vacía de otro encuentro, bajo las fórmulas de cortesía ya estaba inoculado el virus de la duda.
La pareja salió a su hotel en silencio, hasta que llegaron, se ducharon, encendieron la televisión, ahí cayeron en cuenta de que no habían cruzado palabra desde el restaurante, ambos pensaban algo que ninguno quería admitir.
 Rosa apagó el televisor donde repetían una novela venezolana de los 80´s que ellos seguían por la curiosidad de oírla en otro idioma,  encaró a Fernando, él no la oyó, pero igual ya sabía por dónde venía, lo único que le quedó fue asentir, ambos aceptaron que eran, como producto cultural un poco menos que tontos útiles al aceptar como normal la veneración de una mentira, el golpe fue mortal para ella.
Rosa creció en un hogar normal, su madre la llevaba a misa cada domingo, su crecimiento estuvo signado por los rituales de la fe, bautizo, comunión, confesión, confirmación y más recientemente matrimonio de velo, corona, altar, fiesta y gasto descomunal, pero por ser “una vez en la vida” presionó a Fernando para lograr su cometido, ambos reunieron durante los últimos tres años a fin de tener su boda soñada, él, enamorado aceptó de mala gana, la religión y sus entresijos es asunto de mujeres (decía), a pesar de jamás haber ido a misa más que por obligación, de novios asistía no sin resignación, para la familia política era importante que compartiese sus ritos.
Ella pasó sus años juveniles e infantiles entre rezos y avemarías, estudió en un connotado colegio religioso, a los diez años ya se sabía la biblia casi de memoria, su madre le había comprado la vida de los santos en edición de bolsillo, lo que le permitió ciertas libertades teologales con las monjas, quienes la tenían como joven aventajada y con quien se empeñaron en intentar hacerla tomar los hábitos, pues mostraba signos de  pensamiento pio desde muy temprana edad, su madre estaba alegre, sin embargo la intercesión paterna hizo que la señora no presionase mucho a la niña.
 Era hija única y el padre quería nietos, así que guardaba la esperanza de que las hormonas hicieren su trabajo para evitar que terminase en monja, el mismo le regalaba libros científicos, la suscribió a revistas de ese corte, la niña tenía una biblioteca bastante nutrida, ecléctica, por eso, a los catorce años los santos compartían espacio con Vargas Llosa, García Márquez,  Barthes, Faulkner, Kafka, Homero, Platón, Seneca ,el inefable Coelho, muchos otros premios Nobel y algunos no tanto, su cometido era simple, hacer que la niña abriese los ojos más allá de la iglesia, lo logró, una vez graduada eligió estudiar medicina ya que quería ser psiquiatra, imaginamos que para poder desarticular sus incógnitas personales.
Siempre había dudado de todo, desde sus años ya lejanos de las primeras prácticas en el hospital, mientras estudiaba medicina, la sangre en la emergencia del hospital capitalino, las locuras de la violencia que ella constataba cada fin de semana, cada madrugada, los jóvenes y muchachas que ingresaban a diario con heridas absurdas, toda la miseria de los hospitales públicos de su país la hizo comenzar a preguntarse en profundidad si los rezos de verdad servían de algo, la locura humana no tenía limites, ella lo sabía, había visto la cara que todos obvian, esa que solo los miserables de su tierra conocían, que de tan común terminó siendo normal, a diario rezaba para que el calendario se apurase y no volver a pasar jamás por la puerta de otro hospital ni curar heridas, la sangre le asqueaba, ahí, en esa época ya visitaba un psicólogo cada quince días, para poder vencer una depresión mórbida que la tenía en un estado catastrófico, hasta que por fin terminó su carrera. Se apresuró a inscribirse en un posgrado de psiquiatría, prefería locos sedados a criminales drogados para sentirse gente.
Fue un tiempo caótico, de novios fugaces, apretones en el pasillo del hospital, de hoteles de paso, nunca los llevó a su casa, sabía que la madre no aprobaría a ninguno de esos con quienes se relacionaba, sin embargo hubo uno, era profesor de literatura, ya ni se acordaba de su nombre, pero la costumbre de aquel señor, esa de pensar y dudar hasta del aire que respira, le regaló “El Evangelio Según Jesucristo” del hereje genial, Saramago, ese fue su primer tropiezo de fe, después el mismo hombre le puso al alcance algunos libros sobre Buda, la obligo a pensar en otras posibilidades, nunca más fue a misa, su madre estaba triste por el cambio de su hija, el padre, en cambio se sonreía secretamente complacido ante ese acto tardío de rebeldía, se henchía de orgullo por sus argumentos equilibrados y certeros, pero en una cena le recomendó a la joven médico que no siguiese atormentando a su vieja, mejor dejar sus creencias intactas, al final era la calma de la vieja lo importante, sin embargo Rosa se convenció de su razonamiento pues descubrió que su amado padre estaba de acuerdo, pero su amor a la mujer que lo acompañó desde los malos tiempos, más de treinta años, merecía que se guardara su opinión solo por hacerla feliz, fue el día que despertó a la duda.
Conoció a Fernando un lunes soleado de enero, primera clase de psiquiatría, la expectativa era inmensa, iban a comenzar su nueva etapa académica con una conferencia dictada por el cofundador de la facultad, un psiquiatra poeta, escritor de varios bestseller que se ocupaban de desmitificar al venezolano, por años puso voz, sentimientos y humanidad al panteón de estatuas heroicas, fue el hereje más famoso e inteligente de su época.
Rosa llegaba tarde y no le quedó más que sentarse al lado de Fernando, él era un tipo estrafalario, flaco, de luenga barba, cabellos largos y estampa de menestral, cuya presencia en el sitio se debía a su participación como coescritor del último libro del ponente del día, su faz lo delataba como uno más de los soñadores pero  la actitud de quienes se sienten seguros descolocaba a quien le pusiese atención, fue un impacto telúrico el encuentro de las miradas, lo demás fluyó natural, salidas, almuerzos, primer beso, noches de conversa y cama, sudores agitados en los hoteles de paso, cena formal con los padres de ambos, noviazgo “legal”, amor publicado en letra capital con neón fosforescente, boda, planes y sueños de futuro, todo en los últimos tres años, aun no tenían hijos, pero ya los planificaron, al terminar su estadía en Europa, tendrían su prole como desenlace normal para alegría de amigos, familiares y padres que ya reclamaban como asunto de importancia unos nietos que todavía no llegaban, la madre de ella vivía indignada pues evitar los hijos lo consideraba pecado venial, los suegros pues solo pensaban en niños ajenos para malcriar. Como todos los abuelos del mundo.
Esa noche no hubo sexo, tampoco peleas, se implantó un silencio sepulcral en el lecho marital, ambos estaban todavía bajo la sorpresa de la duda inoculada, la vergüenza de saber pero omitir eso que les dijo su ex profesor, se refugiaron esa noche en sus apuntes de investigación, sin embargo lo único que ambos pudieron escribir en sus respectivos cuadernos fue duda, búsqueda, fracaso, replantear la investigación, mañana discutirían, hoy dormirían para buscar en sueños la respuesta que les niega la vigilia.
José Briceño, 2015
@jbdiwancomeback

















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