Es
interesante pensar en la niñez, siempre hace bastante gracia recordar los
tiempos en que éramos irresponsablemente felices a pesar de la madre quien debe inculcar que
la vida es un asunto serio y que debemos tener límites, primera cosa malvada,
enseñarnos que la vida debe ser un asunto serio, si nos inculcasen que la vida
debe ser entretenida de seguro habría menos gente frustrada que tiene empleos
espantosos pues es lo que hay, las cuentas no saben de alegría y los cobradores
tampoco.
Aunque
suene escandaloso, yo crecí a cargo de gente irresponsable, mi padre me dejaba
solo a la orilla del mar en una playa alejada por todo el día mientras él
andaba de farra o de pesca que en todo caso era igual de feliz en cualquiera de
las cosas que hiciera en su bote. Tuve cien varios accidentes que casi me mataron, otros menores pero siempre con
fracturas, boletas de citación en a la escuela y hasta un odio visceral al
liceo causó esta crianza que me dieron, lo peor de todo es que nadie vigilaba
lo que leía o veía, al final cualquier cosa era mejor a verme aburrido no fuese
a inventar creer que la capa de mi disfraz de Superman de verdad me haría volar
y terminase polifracturado con el agravante de terminar con el sacrosanto
jardín de la abuela.
Entre esas cosas que debieron haber vigilado
era lo que leía a los nueve años, a esa edad recuerdo haber leído las primeras
páginas de “La metamorfosis” de Kafka , imagino que eran de algunos tíos de
tendencias socialistas y estudiantes de medicina, fueron varias noches de pesadilla
pensando en el pobre hombre que se convierte en insecto, eso para mi
imaginación sobre estimulada era una angustia, hasta que imagine que el tal se
convertía en un monstruo japonés , aquellas series de Ultraman o Ultra7 donde
tanto a monstruos como a héroes se les notaban las costuras del disfraz, hasta
ese momento me dio lastima el tal Gregorio Samsa.
Otra
cosa fue aquel libro de Bulgakov (hoy sé su nombre pues lo he vuelto a leer)
que tenía unos personajes raros de gatos que hablan y viejos enamorados a la
moda Rusa de la tragedia, no lo entendí del todo hasta adulto pero me parecía
mágico y tétrico a la vez todo aquello de “El maestro y Margarita” aunque ahora
de adulto me parezca una analogía excesivamente evidente de Fausto. Recuerdo
esas dos novelas que aun a tantos años de distancia todavía forman parte de mis
referentes imaginativos.
Lo
del insecto es porque por alguna razón asocié la situación de transformarse en
bicho como algo relativo a lo más terrorífico que pueda pasarle a un individuo,
la esclavitud, el hambre y la desesperación que hacen que alguien se sienta tan
poca cosa, como una cucaracha, cada vez que me sentía avergonzado o impotente ante
cualquier situación pensaba que Gregorio Samsa debió estar muy mal para
terminar siendo eso, de adulto y universitario reuní valor y lo leí con ojos de
profesor entendí que estaba muy cercana a la realidad mi apreciación infantil.
Debo
admitir que aunque no le tengo miedo a las cucarachas , las detesto, me dan un
asco difícil de disimular , de hecho me propongo exterminarlas absolutamente de
cualquier sitio en las casas en las que he vivido, eso para que entiendan cuan
detestable es esa posibilidad de pensar en terminar parecido a eso, es
terrible.
Lo
de Kafka me vino a la mente luego de leer una crónica que hablaba sobre un
hospital psiquiátrico, bastante interesante, uno de los relatos que el cronista
narraba fue sobre un muchacho que intentó suicidarse bañándose con insecticida
luego de pelear con su madre, despues de reírme de la ocurrencia de ese pobre
hombre imaginé lo terrible de los insultos maternos para que el pobre muchacho
terminase creyéndose tan poca cosa y se bañó en insecticida al sentirse tan
insignificante como las cucarachas que tan alegremente prometen matar los
publicistas desde los comerciales en televisión (por cable claro).
Luego
de pensar largamente sobre el asunto, sonó mi celular con una de esas múltiples
aplicaciones que te avisan los tuits, las “me gusta” de Facebook o un email,
revisé todos pero me detuve a leer los tuits en mi TL, cada cosa más espantosa,
los mensajitos cursis, las peticiones de medicinas, intercambios de comida,
anuncios apocalípticos de apagones y hambrunas, políticos diciendo babosadas,
gente vendiendo apartamentos en Miami o Panamá, los llantos de la gente por la muerte de Prince, muertes, balas,
reportes de porque Ricky Martin tiene novio, de fulana o zutana que están
buenísimas y un sinfín de tonterías o cosas serias poco estimulantes.
De
pronto me he dado cuenta que mis vecinos están fumigando su casa con insecticida,
huele a Pino pero debajo de ese aroma se siente, débilmente un halo de veneno
que sin ser mucho, repugna, produce arcadas acompañadas un leve mareo, lástima
que mi tamaño impida esconderme en las fisuras de la pared, a pesar del clima húmedo
y frio de esta casa encenderé el ventilador y abriré las ventanas, es mejor un
resfrío que terminar agonizando por el insecticida de los vecinos, mejor
pensaré en montones de azúcar para comer como desayuno y soñaré con gastar
parte de mi sueldo docente en una lata grande de leche condensada para la cena, he sentido de repente una necesidad inmensa de comer dulces, cosa que rara vez hago .
José
Ramón Briceño, 2016
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