Ensayo sobre la felicidad
La
noche de un lunes antes de quincena, frente a mi computadora oyendo a Joan
Manuel Serrat, una canción que habla de un hombre que tiene un amigo que dicen
que dijo que un día fue feliz, me causó cierta incomodidad la sensación por lo
que toca hacer ejercicios imaginativos para encontrar algo similar a eso de ser
felices en estos tiempos de crisis. Se hizo la noche y me dormí pensando en lo
increíble de que un sentimiento tan agradable como la alegría sea tan difícil
de pensar en estos tiempos.
De
improviso tenía mismo empleo en los años setentas, una vida idéntica en esa de
esta dimensión durante una época que no conocí, pero con los recuerdos de estos
tiempos, en un gran aparato blanco y negro, me frustraba no encontrar el
control remoto pero al detallar el modelo del televisor caí en cuenta que no
son tan comunes esos accesorios en esta época, faltarían todavía varios años
más para su popularización con la ventaja añadida del color. veía un noticiario diciendo que la carne
costaría apenas tres bolívares y el licor (ahora casi imaginario) tenía un
aumento de un seis por ciento, el narrador de la noticia hablaba con espanto de
el alto costo de la vida con apartamentos impagables que podías comprar a
plazos largos a cualquier banco, lo de la tasa de entrés que había subido medio
punto en los últimos diez años, la inflación de un durísimo porcentaje de 7% en
los últimos 24 meses (para ponerla más trágica pues dos años no tienen tantos
caracteres) , en el sueño me reía a carcajadas de la situación , mi viejo me
acusó de estar drogado, mi madrastra confirma que estoy loco de bola, mi hija
sonríe feliz, mi exesposa se frota las manos pensando en la venganza amable de
toda ex que se respete, mis tías dolidas junto al a la familia cercana me
mandaron al psiquiatra. En los días sucesivos mi ánimo mejoró hasta llorar de
felicidad cada vez que entraba a un supermercado, una licorería, juguetería y
hasta la bodega de la esquina, donde el amable Joao tenía en existencia unos
pimentones morrones enlatados similares a los que descubrí en mi despensa, esos
que me comí esta tarde como merienda, bañados en aceite de oliva extra virgen
con algo de sal y pimienta sobre pan tostado con algunas lonjas de un jamón
ibérico que me encontré en la nevera, por pura gula de probar cosas imposibles
para mi economía del futuro .
Mientras
acababa el noticiero con aquella marcha que lo caracterizaba, sonó el teléfono,
un feo aparato gris y blanco, cuyo sonido le daba énfasis a su perfectamente
espantosa apariencia, la llamada era de unos amigos que seguramente (imagino)
han de ser iguales a los de estos tiempos aunque de seguro con estampa
setentera, decían que me llamaban tan temprano para invitarme a beber.
Pasé
el rato acostumbrándome a esa nueva vida, sin los adelantos que para todos
seguramente sonaban a ciencia ficción pero que para cualquier mortal del siglo
XXI son indispensables para vivir, cayó la tarde sin el éxodo común de todos los
ciudadanos corriendo a encerrarse en sus casas no vaya a ser que el hampa se
antojara de algún despistado, volvió a sonar el aparato ese horroroso de la
sala, eran de nuevo los amigos para avisar que venían por mí, a pesar del
cambio igual me disgustaba manejar y la prevención va primero pues pensaba
beber todo el wiski que pudiera y manejar ebrio no es una opción, aunque mis
amigos de seguro dicen que borrachos manejan mejor.
Vinieron
por mí, entre una cosa y otra, brindis, comidas, conversas, hice un aparte con
algunos invitados para saber la razón de tanta alegría por mi presencia. Según pregunté
esa noche (de manera velada) a todos sobre la razón del apuro por hacer cita,
el comentario general fue que se enteraron que el entusiasmo es contagioso y los
tragos hacen más sensible a cualquiera, además habían constatado que por alguna
razón les daba buenos consejos para el futuro. Las esposas dejaron de verme
como mala influencia e instaban a sus maridos a invitarme a comer, me compraban
fotos y libros solamente para regodearse en estar “cerca de mí”, algunos usaron
mis referencias en los diarios dándome fama inmediata (no había internet así
que todo era más contundente ya que la gente leía y pensaba más), todo parecía
un regalo y así se lo hacía ver a los demás.
Era
la sensación de estar intoxicado de alegría, como si me hubiese hecho una
masiva inyección de Cannabis Sativa (me han
contado lo que se siente fumar eso) con música de fondo hasta en la
calle, pues era un fulano de clase media con viajes dos veces al año, carro en
la casa que por cierto había comprado ese año, biblioteca gigante, restaurante
de lujo una vez al mes, derroches alcohólicos de vapores ingleses de 21 años,
casa de playa (alquilada), mercado que incluye una moderada porción de delicateses
, cigarrillos importados, colonia francesa original, parrilla mensual de pieza
entera, póliza de seguro privado, champú, papel higiénico olor a melocotón,
acampadas a la orilla del mar, caminatas a media noche por la ciudad, de solo
usar efectivo pues no existían cajeros automáticos, zapatos ingleses , reloj,
cadena y anillo de oro sin esconder para la caminata, ríos transparentes y
limpios, amplias calles llenas de árboles, Nutella para la merienda y ahorros
para la pensión de vejez pues la moneda no se devaluaba.
Como
comprenderán , me sentía como acabado de escapar del infierno para pasar a uno
menos amargo pues las torturas y los terrores son de menor intensidad que los
vividos en la dimensión anterior, sin embargo la naturaleza humana parece ser inconforme
hasta con la felicidad pues nadie entendía que todo estaba bien, que nada era
tan grave, que se dedicaran a seguir así, que la izquierda estaba perdida, que
sus intelectuales no lo eran tanto ya que se dedicaban a militar con la
izquierda sin pensar dentro de su vasta inteligencia que colaboraban con la
cosa más espantosa inventada por el hombre, aunque creo que esos señores (los
“intelectuales”) lo sentían tan improbable de vivir que no hacían más que
fabular para justificar su inconformidad y postura crítica.
No
hallaba como hacer entender que el futuro era tan sombrío que su miseria es la
alegría de cualquier contemporáneo, ahí comenzó a hacerse pesadilla pues
terminaba encerrado y perseguido por todos, los que pensaban que estaba loco
además de algunos factores de poder, acosados por mis sarcasmos impresos en la
prensa nacional, junto al incomodo apartheid de la comunidad cultural pues con
los consejos les espantaba a los clientes que comenzaron a pedir paisajes tipo
portada de “Atalaya” (la revista que regalan las viejitas testigos de Jehová e
los autobuses) que les cercenaban los bocetos de sus visones patrioteras ruso
leninistas con barba y habano por los que cobraban cifras millonarias bebían
buen vino, buenos habanos, placeres varios con viaje a París o New York para
fusilar a los galeristas de allá, cosa que ya los tenia desesperados pues
tenían una crisis de fe ateo comunista que les era abiertamente criticada hasta
la tortura por parte de los líderes del partido comunista que residían todos en
alguna urbanización al este de la capital.
Llegaron
a tal punto que comenzaron a matar indiscriminadamente a cualquier personaje
medianamente influyente, como todo artista que se precie tiene pretensiones de
ser el mejor para poder acceder a “grandeza” y la fama, estaban asustados por
la inseguridad de lo deseado, la crítica ya no tenía asidero para poder vivir
pues al final sin novedades artísticas
ni pose política que asumir que no sonara a rebelión perderían la credibilidad
de galeristas, museos, periódicos o revistas para segregar su veneno, la
crítica estaba amenazada por perdida de interés en sus dicterios por parte del
gran público culto del país, eso significaba aprender algún oficio decente con
menos ingresos para poder ganarse la vida. Lo que para mí significaba que tenía enemigos poderosos que apoyaban su talento
para atentar en mi contra.
Salí
a comprar cigarrillos solo para comprobar que ahora es muy barata la marca que
me gusta fumar, en la panadería de la esquina
me encontré de frente con la tropa de artistas y críticos que me
reclamaban por envenenar con fantasías de libre mercado, trabajo y superación
personal a los ricos con “conciencia social” que compraban su “obra”, los
ánimos subieron de nivel, en algún momento comenzó un intercambio desigual de
empujones, puñetazos, patadas y carreras pues el instinto de supervivencia
siempre gana, a las dos cuadras pasaron factura los veinte cigarrillos diarios,
perdía velocidad, tenía un miedo africano pero por obra y gracia de la adrenalina
mantenía una saludable distancia de mis perseguidores, quienes se supone
conformaban buena parte de la cultura nacional que junto a los disfrazados de
intelectuales me perseguían.
Corría
por una calle que no conocía pero era muy limpia, cosa que me parecía extraño y
a pesar del susto con ahogo de quien no está acostumbrado a correr, me hacía
voltear para admirar esa ciudad desconocida, entré a un edificio buscando
despistar, comencé a subir las escaleras para poner más distancia, al tomar
unos minutos de descanso sentí el ruido de la turba, estaban más cerca, seguí subiendo ,
ya los oía a pocos pisos de distancia, con sus gritos, mentadas de madre,
maldiciones en varios idiomas, palabrotas conocidas y desconocidas, en el
último piso no tuve más escapatoria que salir a la azotea con la esperanza de
que no me buscasen allí, buscando algo con que bloquear la puerta, se oyó un
estrepito de gente desaforada gritando mi nombre, me encontraron, estaba
perdido, no entendían nada, intenté razonar aludiendo a su intelecto pero
estaban fuera de sí, me rodeaban varios que reconocí como (ex) amigos que iban armados de palos, piedras y uno que otro trípode, no tenía escapatoria ,
en medio de la angustia recordé que todo era solo un mal sueño, no pasaba nada.
Salté al vacío.
José
Ramón Briceño, 2016
@jbdiwancomeback