El
mundo, al parecer, ha cambiado gracias a
gente diferente, nada normal, sin embargo está gobernado por la gente más normalita
del mundo, no hablo de presidentes o cualquier otro personaje de tal calaña, me
refiero a madres, padres, tios, abuelos, hasta algunos “amigos” aplican a este
adjetivo calificativo, lo más gracioso del asunto es que piensan que son de lo
más originales, como esos muchachos con cortes de pelo exóticos, zarcillos
hasta en los parpados (siendo comedido) , cabelleras platinadas y estampa de
bañarse cada seis días, mismos que se creen originalísimos cuando realmente me
recuerdan más a los uniformados y al igual que ellos tampoco aportan nada
tangible ni siquiera en el universo de las arte.
Los
otros más limpiecitos, con título universitario, empleo exitoso (padres con
dinero aplican) novia de buen apellido, ropa de moda y perfume también de moda,
no se quedan muy atrás, esos los mira uno siempre los viernes y sábados en los
sitios de moda con su misma cháchara boba que va intrínsecamente unida a un vacío
intelectual absoluto, en ambos sexos por cierto.
La
señora de al lado que arruga la nariz ante lo que no conoce, los que se asumen importantísimos
y por tanto abusan a diario de su autoridad como si eso fuese un interdicto
divino de obediencia entre el resto de los mortales y ellos (ellas) , esos políticos
que viven calculando como evitar ser atropellados, gritan sus “verdades” pero
tras el escenario siempre hay un contacto “del otro lado” para negociar
cualquier cosa, que genere dividendos claro, mientras el resto de la humanidad
se encierra en sus caparazones de ignorancia, televisor (Pc, Smartphone, redes
sociales o porno) mediante.
Si
no me creen dense una vuelta por las letras de las canciones de moda, la música
que se oye en los autobuses y lugares públicos, la necesidad gubernamental de
extirpar la cultura del vocabulario popular, hartándolos de una supuesta “cultura
originaria” que ni es originaria ni es cultura pues en ningún caso genera
discusiones, debates, profundos pensamientos, nada, solo papel crepé, basura y
borrachos a su paso. Vale, no digo que se tengan que olvidar las costumbres de
los pueblos, sin embargo tampoco le veo sentido en sepultar el pensamiento
profundo y la reflexión de los que, arropados en su condición de pobres cometen
cualquier tropelía, matan el planeta, generan violencia, no hacen nada por sí
mismos, pretenden que todo se los pongan fácil, el esfuerzo les da grima pero
se beben la mitad de la quincena cada viernes en la licorería de la esquina, se
envanecen y de paso los políticos se ufanan de lograr que la idiotez sembrada
les de votos seguros cada elección, así toque invertir algún dinero en aflojar
conciencias, los que compran eso, así como los que se dejan comprar, señores,
son el espejo más profundo de la miseria humana.
La
pobreza a la que me refiero no es a la del bolsillo, que al final es un poco la
de todos, más bien es esa otra más terrorífica, la del espíritu que tiene más
de miseria que de otra cosa, yo soy de los pobres de bolsillo, muchos que como yo
apenas ganamos un poco más del sueldo
básico, igual hacemos cosas a destajo, casi no descansamos solo para darnos un
poco de sosiego en este carrusel extraño y violento en que se ha transformado
mi país. De esos pobres de alma he visto por cientos, los miro a los ojos cada
mañana en el bus, cuando me tropiezo con la señora de mantenimiento en mi
empleo, el militar que con su camionetota se estaciona en cualquier parte, la
del motorizado que se pasa por el forro todas las leyes de tránsito y de la lógica
en su andar diario, del político que defiende lo indefendible con argumentos infantiles de folletín de los
tiempos de la guerra fría, en la conversa con el funcionario que defiende su
parcelita de miseria donde subsisten a punta de rapiña y rastrerismo, los otros
cientos que andan tras de un cargo político disfrazados de opositores pero que
sufren de mudez súbita cuando se necesita su voz y su apoyo, en los
funcionarios de uniforme que desde sus espacios siempre están ávidos al saqueo,
el matraqueo, la mordida o la transa para equilibrar sus quincenas a punta de
incautos ciudadanos. La miseria mental no discrimina bolsillo, oficio, profesión,
fe religiosa, color de piel o estatus socioeconómico, igual pueden ser
millonarios en euros pero limosneros de neuronas que han desarrollado la virtud
de las garrapatas, hibernan hasta que su momento les presenta una víctima
perfecta para hartarse de su sangre.
Todos
los miserables de espíritu, son “gente normal” , con morales y costumbres
acordes a su hábitat, que se encarniza con la crítica y la disidencia solo para
que nadie le perturbe su vida, imperfecta pero normal, donde los anormales somos
otros, tristemente los que piensan sin las ataduras de la miseria y con la
libertad de un jeque saudita.
José
Ramón Briceño, 2014
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