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lunes, septiembre 07, 2015

Resilencia cero

Hoy me he levantado renegando de todo y de casi todos, uno de esos días donde te das cuenta o cuando menos prefieres creer que el asunto económico es por no haberle hecho caso a tus padres en eso de la escogencia profesional y no de mala suerte por el momento histórico en que vivimos. Después de mucho darle vueltas al asunto, a pesar de no creer en eso de la mala suerte, no me ha quedado más remedio que asumir sin lugar a dudas que es parte de la mala suerte, esta suerte de miseria en la que vivimos muchos.

Salir a la calle para hablar con muchos es sinónimo de quejas y malas vibras, no conozco a nadie que ande feliz con la situación, ni los bachaqueros, esos que se lucran de manera grosera con la miseria de quienes se pueden permitir el lujo de pagar las sumas exorbitantes por productos que en otras latitudes son muy baratos por aquello de lo cotidiano, que si a ver vamos es el mejor negocio del mundo donde te ganas hasta el dos mil por ciento de la inversión de manera casi que inmediata, hasta esa gente se queja de que el dinero no les alcanza, mucho menos a quienes pretendemos vivir de lo aprendido en la universidad.

Mi queja principal va en función de que tu profesión debe darte para vivir de manera digna, los lujos toca buscarlos haciendo cosas extraordinarias o esforzándote el triple para alcanzarlos, eso sería lo más normal del mundo, no al revés como sucede acá donde para vivir más o menos holgado debes cuando menos hacer horas de taxi, ser bachaquero, vender drogas o ser político de alto vuelo, cuando menos manejar un presupuesto que puedas alterar sin problemas, de otra te toca morder el polvo y aguantarte. Puedo entender que la miseria no es solo venezolana, que en otras latitudes hay peores situaciones, sin embargo a decir verdad poco me importan, no quiero ser descarnado pero no pedo preocuparme por miserias ajenas mientras acá vivo algo similar, tengo la creencia que para ser buen samaritano hay que tener si no de sobra por lo menos algo más que los otros, eso de sentirme mal por los refugiados sirios mientras pienso que comer hasta que llegue la quincena me parece un absurdo. Vaya mi repulsa para el gremio docente de educación básica que acepta con pasividad la miseria con que los trata el estado, mientras los colegas de nivel universitario están incomodos por que el aumento básico apenas les llega a los diecinueve mil bolívares, a nosotros de básica, muchos hasta doctores cobran menos de diez mil mensual que equivale a la quinta parte de la canasta básica alimentaria, trabajar en el sector privado es peor la cosa pues la hora trabajada la calculan a fracción de sueldo básico en las universidades privadas y algo menos en la básica, una verdadera tragedia.

La semana entrante nos reincorporamos a nivel administrativo, según el ministro todos deben acatar el llamado a clases, teóricamente los alumnos también, aunque sea a motu proprio seguiré con mi política de no colaboración, me negaré a hacer nada que esté fuera de las funciones docentes, que no es más que dar mis clases, me niego absolutamente a colaborar para nada, tengo la creencia de que mucho de lo que nos sucede como gremio es por la misma pasividad con que se comportan los colegas, es triste ver como se desmoronan las escuelas mientras el gobernador tiene helicóptero y carros de lujo, igual los alcaldes y otros funcionarios de alto rango, mientras ellos exigen colaboración no hacen absolutamente nada por el avance en materia económica, ya ni seguro de vida tenemos los docentes para nuestras familias. Muchos colegas molestos, algunos realmente valiosos han renunciado para pasar al sector informal pues ganan más en un día vendiendo café que en un mes dictando clases, tener grados superiores no tiene sentido, mucho menos preocuparse por los alumnos, la vocación con hambre se transforma en molestia, con ella el abandono y por último el odio, el atraso de un país es directamente proporcional al nivel de vida de sus maestros.


José Ramón Briceño, 2015
@jbdiwancomeback


1 comentario:

José Peña dijo...

Un día nos acostamos, nos pusimos nuestra pijama, doblamos nuestro traje de esperanza, el vestido de dignidad y de ganas de vivir; cuando despertamos ya éramos pobre, nos levantamos para sobrevivir, con la dignidad escondida y con la esperanza extraviada.