En
este país siempre se ha escuchado que vamos mal, al parecer la matriz de opinión
sembrada por los políticos se permeó a toda la sociedad que siempre opinó que
la inflación era una cosa espantosa, desde que tengo memoria recuerdo
comentarios por el estilo, sobre todo después de aquel viernes negro donde el dólar
pasó de 4,30 a 7,50, en mi familia hubo crisis, mi viejo se quedó sin empleo y
por varios años vivimos haciendo maromas para vivir, hasta mi abuela hizo
hallacas para vender, cosa en la que todos los que vivíamos con ella nos tocaba
colaborar.
Sin
embargo, comparándolo con esta época podría decirse que vivíamos como saudíes de
la realeza, yo estudiaba en un liceo privado, usaba zapatos de marca, tenía
ropa limpia, tomabamos leche completa, café las veces que nos provocase y hasta
la abuela viajó fuera del país varias veces invitada por la larga lista de
hijos y sobrinos que andaban dando vueltas por el mundo. Tampoco recuerdo jamás
que nadie en mi familia hubiese estado al borde de la muerte por que tal o cual
medicina no se encontrase, es más, la abuela que tenía experiencia en eso de
vivir siempre al día se las ingeniaba para lograr tener siempre algún
farmaceuta que le diese crédito para pagar todos los gastos a fin de mes, de hecho,
la abuela murió hace cuatro años y todavía tenemos crédito en una farmacia, el
problema es que la tal farmacia tampoco tiene nada.
Eso
me hace pensar en que en verdad fuimos un país donde hasta los pobres teníamos oportunidad
de hacer cosas interesantes si nos lo proponíamos. Hoy pues todo es más cuesta
arriba, es complicado explicar la frustración que siente el venezolano de a pie
ya que en otras latitudes el asunto (al parecer) es como era hace años, sin embargo
por acá es más rentable ser vendedor ambulante de cualquier cosa que tener una
licenciatura.
Comer
es toda una odisea, la carne es muy costosa (como en todas partes), solo que en
todas partes la canasta básica de alimentación no cuesta cinco sueldos básicos,
tampoco los alquileres cuestan entre dos sueldos y el infinito, todo depende de
dónde quieres o puedes vivir, por ejemplo, una habitación en un sitio donde las
balas silban desde las seis de la mañana y es tan seguro como vivir al
descampado cuesta cuando menos el 80% de un sueldo básico al mes, si la cosa es
un apartamento (tipo estudio) la cosa se multiplica hasta por seis, así
sucesivamente según la zona de la ciudad donde vivas.
Así
sucede con todo, nada se salva, todos vivimos entre las colas y la desesperanza.
Mientras al otro lado de la realidad, los funcionarios guardan sus puestos de
trabajo a cualquier costo así sea el de
su inteligencia, las clases más bajas hacen malabares para su supervivencia,
eso incluye claro hacer tratos con el diablo, hacer colas kilométricas para
estimular un mercado negro alimentado por el mismo estado, las clases más “acomodadas”
hacen malabares igualmente para mercadear pero con divisas, los cuerpos de
seguridad reciben su mascada de cualquier negocio ilícito, los funcionarios de
rango medio hacen su fiesta con las coimas de cualquier cosa, desde comisiones
por construcción de lo que sea, gestores de todo tipo hasta vender suministros
con gran sobreprecio a las mismas oficinas que dirigen y los grandes jerarcas
(Cabello por ejemplo) trafican con drogas según la DEA, en el medio de todo y
recibiendo lo que se cae de las mesas están los militares que entre sueldotes y
prebendas prefieren el mal trago de sentirse menos que gente fuera de sus
cuarteles.
En
fin, todo un carnaval de miserias donde perdemos solo los pendejos que pensamos
que trabajando se encuentra lo que se quiere. Amanecerá y veremos, por lo
pronto me siguen disgustando las mañanas pues son prueba fehaciente de que el tiempo
no se detiene por mucho que lo desee, que al parecer lo mejor que puedo hacer
por mi familia es buscar la forma de emigrar y dejar que los “vivos” se queden
con esta tierra que hace apenas 15 años era de quienes trabajábamos, estudiábamos
y nos portábamos como la ley manda, el tiempo me ha desmentido y lo peor es que
sigo mintiéndole a mi hija diciéndole que debe estudiar mucho para progresar,
en vez de hacerla una “viva” más y así asegurar por lo menos que en su futuro
tenga casa propia y no este eterno trabajar para nunca poder ver más allá de la
próxima quincena.
José
Ramón Briceño, 2015
@jbdiwancomeback