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jueves, marzo 23, 2017

Tarde de perros

Tarde de Perros

Hace un par de años andaba de viaje, como me disgusta ser el típico turista de esos de selfi y pose frente a los lugares que se supone toca visitar para decir que se conoce una ciudad, en vez de irme a peregrinar con el autobús que hacía la ruta para los huéspedes del hotel , preferí salir a caminar armado con el Smartphone para consultar la muy eficiente herramienta del google earth. Así terminé en el malecón con la intención de ver el mar, sin embargo  lo que más llamaba la atención fue que justo ahí, al frente del mar había un convento  cuyo nombre estaba grabado en una mínima placa de bronce que anunciaba que ahí adentro vivían las “Hermanas de la caridad del santo cristo de las espinas sangrantes”, en seguida me imaginé el trabajo que pasan esas pobres mujeres encerradas con estos 43  grados a la sombra, peor aún, les tocaba aguantar el trafago de los vendedores callejeros que tenían tomado ese sector haciéndolo parecer un zoco marroquí pero con la exuberancia tropical típica de estas tierras caribeñas.

Los buhoneros no vendían nada que no hubiese visto, la verdad me parecen espantosos esos adornitos feos que llevan impreso el nombre del lugar con más animo que gusto, lástima que mi apreciación deje mal a tanta señora que regala de esos souvenirs a la gente que dejó  en casa, todavía me debato en pensar si es una burla hacia los que no podemos viajar con asiduidad, un gesto cariñoso para decir que se acordaron de ti o alguna venganza dirigida a afear las casa con decoraciones distintas que ellas lastiman regalándote el espantoso adorno para luego, al visitarte, preguntar con un dejo de contrariedad por cual razón no ve el cenicero que te trajo de la costa quedando uno como el malo de la película,  por tener la mala fe de no obedecer los designios de la bruja que te regala una cosa espantosa y utiliza el chantaje emocional para obligarte a ser desgraciado, eso no tiene perdón de dios.

Luego de pasados los puestos de cuanta cosa  de dudosa calidad vendían en esa plaza, a unos cincuenta metros, veo que hay muchos puestos de comidas  y bebidas que supongo son típicas  de la región,  era un punto de parada obligada, no se conoce bien una ciudad si no se hace una larga escala en cualquier bar de mediana calidad donde parroquianos y turistas junto a toda la fauna local se reúnen a tomar poco más que un par de copas antes de salir de fiesta.

Esa mañana,  por ser un día feriado, había empezado desde temprano la parranda. Como en todos los sitios de esa categoría donde existen enjambres con puestos de comida hay una barahunta de meseras, meseros y promotores que casi te obligan a entrar a su local para demostrar que ellos venden la mejor comida del lugar, donde por cierto todos  expenden lo mismo y en algunos casos hasta auxilian a los vecinos sirviendo comida de sus cocinas en restaurantes amigos, cosas de estas que suceden en el alocado mundo tropical. Como me parece muy molesto hacer  obligado a  cualquier cosa jamás tuve la intención de entrar en ningún local donde alguien sea san insistente, no importa cuán amables sean sus suplicas, así que di unas vueltas por el lugar y en alguna ocasión tuve que hablarle feo a una que otra señorita cuyo empeño por hacerme comer en su fonda se hacía excesivamente vehemente para mi escasa paciencia.

Cuando estaba por irme al hotel para beberme unas cuantas cervezas al abrigo del aire acondicionado descubrí un puesto de comida sin promotores ni música escandalosa pero si con bastantes comensales, lo que auguraba buena comida pues si no necesitaban ayuda para atraer turistas era no había engaño, me dirigí al sitio.

No hubo más opción que sentarme muy cerca de la barra pues todas las mesas estaban llenas así que sacrifiqué la comodidad de fumar ( al estar  tan cerca de donde trabajaba el personal) por no esperar que se liberase alguna mesa alejada donde pudiese ejercer mi tabaquismo sin ser molestado, pedí una cerveza helada y una picada mixta con la idea fija de no pararme de esa silla en todo el día y que la carne evitase que los vapores etílicos hicieran el efecto que sabemos sucede cuando los excesos entran en la vía, ese día tenía que ser de excesos para celebrar la vida. Dicho y hecho, me senté a las once de la mañana y a las nueve de la noche ya era amigo de todo el mundo, hasta canté un par de vallenatos con el conjunto local mientras abrazaba a una señora que por supuesto jamás supe ni su nombre ni en qué momento terminamos abrazados bailando como si fuésemos amigos de toda la vida, esto de andar de fiesta da sorpresas.

A las diez de la noche todos los parroquianos se fueron, resulta que ahí en esa bahía todo cerraba muy temprano por aquello de la época del año, al ver que me quedaba solo (no se en donde se metió la señora de los abrazos) pero todavía me sobraba alegría decidí pedir un tazón de sopa para ahuyentar la borrachera, la mesera sugirió hablar con doña Lucia , la dueña, quien de paso funge de jefe de cocina y estando  cerrada tocaba pedir un favor antes que ordenar como de costumbre, pagué la cuenta antes de pedir no fuesen a cerrar también la caja y originar otra incomodidad al personal.

La cocina estaba al fondo del local, sorprendía lo prolijo del lugar, asemejaba la cocina de un cuartel de la armada de tanto orden que imperaba, sorprende más aun cuando en el trópico preferimos jamás ver las cocinas de los restaurantes baratos para poder mantener la ilusión de los pequeños lujos, al llegar me paré en la entrada anunciando mi presencia con un leve carraspeo, una señora muy envarada pero de gesto dulce preguntó la razón de mi presencia en ese sitio,  expliqué que por haberme bebido muchas cervezas ahora quería una sopa que ayudase a llegar hasta el hotel con cierta dignidad, la dama se sonrió para enseguida decirme que me esperase en la mesa, que ella misma me serviría y que iba por la casa ya que me tocaba el fondo de la olla, que de todas maneras iban a desechar así que era mejor que me la comiese pues es un pecado terrible botar comida.

Volví a mi sitio donde le dije a la señorita lo que me habían dicho en la cocina, me dejaron solo, momento que aproveché para encender un cigarrillo mientras esperaba. Pasados unos minutos se apareció la señora de la cocina con un gran tazón con caldo de carne gorda que de entrada me asustó por ser la porción tan exagerada, ella traía también un plato más modesto de frijoles y dijo que si no me molestaba ella prefería cenar en compañía, desde que su esposo murió y sus hijos de fueron de casa a hacer su vida, ella estaba siempre sola.

Entendí eso como un gesto de amabilidad pues la señora tiene la edad como para ser mi mamá así que el coqueteo no es posible y si lo es prefiero no pensar en eso para no tener que ser maleducado. Al sentarse la dama a comer apagué el cigarro disculpándome por el atrevimiento a lo que la señora dijo que no había problema pues por casi cuarenta años vivió junto a un hombre que fumaba dos cajetillas diarias del mismo tabaco rubio que yo, así que el aroma antes que molestar levantaba recuerdos gratos.

Impresionaba el léxico de esa señora pues saltaba a la vista que debía ser una persona con cierto grado de instrucción, cosa extraña en aquel sitio donde lo más natural es que la gente supiese lo justo para cobrar y dar vueltos, la cultura no pasaba de las letras de moda o los ritmos folclóricos locales. Sin más le pregunté en cual universidad había estudiado pues su habla denotaba su cualidad de gente culta, ella se sonrió para decir que no había ido a ninguna universidad que había estudiado en el internado de novicias de la capital los diez años reglamentarios entre el bachillerato y los estudios superiores que la universidad pontificia por aquellos años (hacía más de cuarenta)dictaba por correo y era evaluada cada seis meses cuando un profesor iba al convento para hacer los exámenes de rigor, por efectos de mi vaporizado cerebro solté una carcajada acompañada de un sonoro “carajo, estoy borracho a altas horas de la noche mientras hablo con una monjita”, la risa cesó al ver el gesto de incomodidad de la señora, que si las miradas mataran desde aquel momento debía considerarme una estatua de sal.

Pasado el incidente y disculpándome sinceramente le tuve que pedir que por favor  contase su historia, ¿Cómo llega una monja a regentar un bar de playa? Eso no es posible, solo en la ficción podía pasar eso.

No respondió de inmediato, se hizo un silencio incomodo, que duró el mismo tiempo en que dio tres cucharadas a su plato de frijoles, tomó un sorbo de agua y profirió un profundo suspiro de resignación.

Señor, usted acá donde me ve tengo más de treinta años trabajando acá, empecé con un muchacho que me salvó la vida y que luego se convertiría en mi esposo con quien tuve seis hijos , todos varones, hoy profesionales con buenos empleos que costaron su buena cuota de sacrificios por parte de todos. Le voy a contar como y por qué terminé acá tan feliz en vez de haber sido la anciana monja que todos esperaban que fuese, fíjese que hasta perdí a mi familia ya que nunca entendieron que no era mi vocación eso de vivir bajo reglas ajenas solo por designio de una supuesta misión que más se parece a un castigo que a una vida plena.

Cuando era  niña mis padres murieron  en las montañas, quedaron atrapados en el fuego cruzado de una patrulla del ejército que se encontró de frente con unos bandidos. Me tocó irme a la capital donde la hermana mayor de mi madre con quien no mantenía ningún vínculo, como muchas señoras “piadosas” le pareció muy buen plan mandarme de interna y olvidarme ahí hasta que terminé la escuela, por aquellos años tenía temor de todo y sabía que al irme a la casa de mi tía la pasaría peor así que hablé con la madre superiora quien  recomendó tomar los hábitos ya que era la única manera de seguir viviendo allí, me hice novicia, a los tres años pasé a llamarme Sor Juana por la poetisa a quien le juraba devoción por lo intenso de sus poemas.

Pasé nueve años en una relativa calma, pero por alguna razón un día cualquiera llegó una carta del obispado exigiendo mi presencia en el convento que usted ha de haber visto al frente del malecón, cuando bajé del autobús una mañana de junio, esa maravillosa luz que no se ve en las montañas donde viví , la hermosura de aquel mar , la brisa, el ruido de la gente, todo el ambiente que pude ver (desde  la ventana del taxi que me trajo hasta las puertas de mi destino) comenzó a dolerme en la espalda, justo entre los omoplatos, era una situación por demás incomoda que no sabía que podía sufrir. Al entrar me recibieron y se me asignó la tarea de hacer las compras de víveres en el mercado local tres veces a la semana. Ese fue mi primer trabajo feliz pues permitía salir del claustro a disfrutar de aquel clima maravilloso, hablar con la gente, conocer todo eso que me había perdido por tanto tiempo y además protegida con el habito, aprovechando esa aura intocable de todos los religiosos, el dolor se había ido.

En una de esas salidas, un día que hacía mucho calor  uno de los verduleros mandó de regaló muchas frutas, sobre todo de esas que ustedes los venezolanos llaman patilla, por su peso tuve que pedir ayuda, el ayudante fue un agente de policía que casualmente andaba por ahí, así conocí al sargento Pérez quien tiene un sitial importante en el desenlace de esta historia que pronto te contaré.

En aquellos años yo era una mujer hermosa , con un cuerpo que los hábitos no podían ocultar, esa mañana mientras llevábamos las frutas hasta el convento no dejó de preguntar cosas, que como me llamaba, que cual era la razón para que una joven tan bella estuviese perdiéndose entre altares en vez de tener un esposo que la amase y le diera muchos hijos y así una sarta de cosas que en mi vida había escuchado pero que mis hormonas no recibieron con el leve cosquilleo en el estómago  o como tener mariposas ahí que según había escuchado una siente cuando un hombre se le insinúa, un mal presagio al que no le puse atención, cuando por fin llegamos  a la puerta me despedí correctamente sin mirarlo a los ojos no se fuese a dar cuenta de mi bochorno por las palabras que dijo , era la primera vez que un hombre me cortejaba, hasta que me mudé a aquel sitio no podía imaginar que alguien pudiese fijarse en una monja. La madre superiora me vio la cara y sospechó algo pues preguntó si en el camino había pasado algo excepcional a lo que le respondí  que no, que todo había sido normal, la única cosa para reportar fue que solicité ayuda para traer esta fruta tan pesada desde el mercado hasta acá.

Creo que de no haber sido la única de menos de setenta años en aquel claustro hasta esa mañana hubiese sido la encargada del mercado. Cada vez que salía a hacer las compras me encontraba al policía muy solicito siempre diciéndome cosas bonitas al oído, siempre atento a cualquier cosa que necesitase sin embargo lo más extraño fue que a partir del momento en que se hizo habitual su compañía los vendedores del mercado dejaron de ser amables y me atendían como a cualquier desconocida, ya no habían tazas de café, conversas, regalos para el convento ni ninguna otra cortesía de las que me había acostumbrado , todo el trato se veía forzado como obligado por alguna razón misteriosa, cosa  que me hacía sentir mal.

El convento tiene un par de jardines internos que atiende un señor bastante mayor, el hombre va dos veces por mes a podar los árboles, limpiar la tierra y cuidar unos rosales que las monjas tenemos vedados a no ser que toque regarlos, pero siempre de madrugada para no estropear las flores. Ese señor viene acompañado de su hijo, un muchacho de veintitantos años quien tiene un puesto en el mercado pero que para no dejar que su padre se agote en exceso lo ayuda un poco a fin de cuidarlo. Una mañana me tocó atenderlos , es decir llevarles agua fresca y café para la pausa de su trabajo, en ese instante el joven aprovechó para comentarme lo malo que era ser amigo del sargento Pérez, quien era de paso el hombre que controlaba el mercado cobrando una cifra fija a todos los vendedores por “cuidarlos” de los posibles ladrones así como es el azote de cuanta jovencita se encuentra por aquellos lares amparado en su doble condición de policía y sobrino del alcalde , un intocable que hace el mal disfrazado de la ley. El joven aseguró que se había animado a decirme eso porque el sábado pasado en el bar de Nicanor , luego de muchas cervezas entre sus amigotes de igual calaña el policía había dicho que en lo que se descuidase se cogía a la monjita rica que recién había llegado al convento, que sus días de celibato acababan ahí, todos celebraron la gracia menos el joven que también compartía cervezas unas mesas más allá.

Me quedé de piedra, temblando de miedo pues al parecer no tenía escapatoria, si le contaba a la madre superiora enseguida me quitarían el privilegio de salir y estaba segura de que eso me mataría, escapar me daba pánico porque no conocía nada de la vida allá afuera y lo poco que me habían contado era terrible, además no tenía un céntimo para asegurar la comida ni había aprendido a trabajar pues mi vida la dediqué a rezar y a servir lo que me ordenasen, así que no quedaba de otra , tocaba seguir haciendo como si nada evitando al policía tanto como fuera posible hasta que encontrase una solución.

El joven que acompañaba al jardinero siguió yendo al convento cada dos semanas y yo seguí llevándoles agua y café para enterarme que sucedía allá afuera, en una de esas ocasiones me comentó de modo muy confidencial que se gestaba una revuelta en el mercado pues el sargento había subido las cuotas a los vendedores y las ganancias habían mermado, se decía que el tipo había hecho negocios con una gran cadena de hoteles que pretendía instalarse en el pueblo y a quienes les molestaban los buhoneros pues los turistas alemanes no gustan del desorden natural de aquellos, en su lugar se decía que instalarían unos kioscos de acero inoxidable cuyo costo estaba muy por encima de las capacidades de los mercaderes, eso de seguro dejaría en la calle a muchos. Ese joven seria el líder de aquella resistencia en contra de la autoridad de aquel policía y su banda de forajidos armados.
Todos esos sucesos me tenían en ascuas, entre el policía que acechaba a la puerta del convento y con cualquier excusa me acompañaba a hacer las compras, a quien tuve que devolverle varios regalos bajo la muy válida excusa de que la orden me expulsaría si llegasen a sospechar mi relación con algún hombre, las malas caras de todos los que hasta no hace mucho me trataban muy bien pero que ahora gracias a la compañía del policía todo eran saludos forzados y malos tratos disimulados que sumado a la información de que por las noches habían arrestos, golpes e intimidación por parte de mi acompañante forzado por las circunstancias y su banda de matones hicieron que perdiese algunos kilos, la angustia no paraba pues sabía que allá afuera se estaba gestando una tragedia y no tenía a quien contarla sin que estallase un problema más grande , lo más seguro era que si se lo contaba a la superiora ella a su vez lo conversaría con el alcalde quien inmediatamente ordenaría más represalias contra la gente del mercado.

Un jueves me descubrí llorando de angustia en el baño porque el jardinero vino solo, el muchacho no lo acompañaba y ya me había encariñado con él, creo que me estaba enamorando pues su cara no salía de mis pensamientos, esperaba cada jueves para servirle su café amargo y tener esa conversación que iluminaba el día entre tanta tribulación. Comenzaron mis noches de insomnio en las que me debatía entre escapar a buscar al hombre de quien me había enamorado de manera infantil, solicitar un traslado alegando cualquier razón o contarle todo a mi superiora y dejar en manos de ella lo que sucediese, así pasé una semana, cada vez que iba al mercado peguntaba por el hijo del jardinero pero nadie me daba señales de él, estuve a punto de preguntarle al policía por el muchacho pero creí que sería peor pues un hombre celoso y poderoso comete cualquier estupidez, lo que me imaginaba seria la peor cosa que me podría suceder, la muerte de aquel muchacho me mataría en vida.

Una mañana de miércoles, cuando ya tenía una semana sin dormir, decidí que tenía que irme de ahí, al final el convento no era mi vida. Bajé muy temprano hasta la capilla y le pedí perdón a dios por lo que iba a hacer, le expliqué mis razones, mientras oraba lloré por el miedo a lo desconocido pero la calma del corazón me avisó que allá arriba comprendían mis razones así que volví a la celda donde dormía, tomé en un bolso las tres cosas personales que tenía incluyendo los documentos de identidad , escribí una nota de despedida explicando mis razones de la huida, pasé por la habitación donde estaba la ropa donada para los pobres donde me apropie de algunos vestidos para poder pasar desapercibida adonde fuera que terminase  y salí por una puerta de servicio, aún era muy temprano para que las otras hermanas anduviesen por el convento, lo que dio la oportunidad de escapar sin problemas.

Aún estaba oscuro por lo que vague un rato por la playa para ver el amanecer, me senté en el lado más alejado del bullicio que aparecería horas más tarde con la instalación de los puestos en el malecón, al salir el sol tanto azul me maravilló y sin pensar mucho me metí al mar por primera vez en mi vida, fue tanta la alegría de sentirme libre que el agua fría de la seis de la mañana no fue impedimento para una carcajada acompañada de lágrimas de felicidad, chapotee un rato en la orilla hasta que el frio me obligó a salir y buscar un sitio donde ponerme ropa seca. Como en el trópico todo cambia en fracciones de segundo en alguna parte de aquel inmenso cielo un rayo resonó como aviso de una tormenta atípica ya que no había nubes que anunciaran tormenta, un instante después las olas mansas de diez minutos atrás  se transformaron en moles de agua inmensas que hacían un ruido atronador, salí de ahí lo más rápido posible a buscar refugio entre los matorrales donde dejé abandonado el hábito, de la vida que acababa de abandonar solo me quedé con un crucifijo de madera que llevaba escondido bajo el vestido.

 Solté mi cabello que  llegaba casi a la cintura, ya no era Sor Juana, había vuelo a ser Lucía del Carmen Sotomayor Parada, nombre que había dejado atrás hace tantos años y que ahora  perdido el miedo  recuperaba para ser una nueva mujer. Me encaminé hacia el malecón con la esperanza de encontrarme con el hijo del jardinero pues estaba segura de que ayudaría en este trance.

El  estruendo de la tormenta tropical no dejaba escuchar ni siquiera los pensamientos por lo que me dispuse a caminar al mercado, como a cincuenta metros vi una escena muy extraña, los puestos no habían sido instalados pero la plaza estaba llena de gente que se supone gritaba consignas, a lo lejos se veían llegar patrullas de la policía que de seguro llevaban los agentes antimotines pues todo tenía estampa de que habría una batalla campal, corrí hasta el sitio donde en efecto habían muchos hombres y mujeres de todas edades en pie de lucha, todos gritaban lo más fuerte que podían y algunos hasta empuñaban palos como armas ante la eventual pelea con la policía, todo era porque
detuvieron a media noche al vocero de la junta de propietarios del mercado por denunciar ante un periódico nacional los abusos comandados por el sargento Pérez y su supuesta (evidente) protección por parte del alcalde.

Esa fue la noticia del día en todo el país aquella mañana, mientras se gestaba esa protesta ya en la capital habían girado instrucciones para intervenir aquella alcaldía, no es posible que en año electoral se permitiesen abusos de esa clase por parte de funcionario alguno por muy compadre del presidente que este fuese, así que con el mayor secreto del mundo se despacharon cien soldados, dos generales, cuatro capitanes seis tenientes y veinte sargentos para escoltar al que en adelante seria el alcalde suplente hasta las nuevas elecciones, pero todavía faltaban cuatro horas de viaje para que llegasen al pueblo, mientras los salvadores aún estaba lejos, buhoneros y policías se alistaban para enfrentarse sin cuartel.

Corrí con todas mis fuerzas hasta la aglomeración, nadie me reconoció sin el hábito, el “disfraz” había sido perfecto, fui de parroquiano en parroquiano preguntando por el hijo del jardinero , supe ahí que se llamaba Adrián Vallejo quien como ya me había contado tiempo atrás, era el líder de la revuelta. Lo encontré dando instrucciones a otros jóvenes para proteger a los viejos, estaba repartiendo listones de madera con los bordes limados  que deben las veces de garrotes y así defenderse de las peinillas de la policía, gritaba que la prioridad era proteger niños, ancianos y mujeres. El estrepito del mar enfurecido no dejaba escuchar nada, todo era un caso de gritos y  sirenas con la furia oceánica como ruido de fondo.

Cuando por fin alcancé a Adrián tuve que tomarlo del brazo y empujarlo para que se diera cuenta que lo estaba llamando, no me reconoció hasta que le grité al oído quien era, él abrió mucho los ojos y me indicó que no me despegase de su compañía pues era muy peligroso estar allí, enseguida apareció un reportero de un diario nacional acompañado del respectivo fotógrafo, Adrián enseguida les pidió que se alejaran y me llevasen con ellos que podría ser interesante conversar conmigo, los gritos subieron de volumen cuando entre todo ese ruido resonaron veinte disparos al mismo tiempo y una voz aumentada por megáfono pedía a la concurrencia retirarse en un plazo no mayor de diez minutos , de otra manera se verían en la necesidad de actuar en consecuencia, la verdad nunca había sentido tanto terror, solo la presencia de Adrián me impedía desmayarme ahí mismo o algo peor como perder control de mis esfínteres por aquello del miedo.

Perdí de vista al periodista a quien divisé haciendo tomas con una cámara muy rara,  tiempo después de todo el jaleo me enteré que fuimos noticia global por el milagro del satélite y las recién popularizadas microondas y aquella cámara extraña resultó ser un nuevo tipo que ahora son tan comunes y si no pasó a la gloria con ese reportaje fue porque al otro lado del mundo, en una plaza de china otro reportero con la misma cámara hizo global la foto de un estudiante desarmado deteniendo un tanque de guerra que esta escaramuza tropical no tenía punto de comparación , sin embargo hizo historia local el modelo ahora lo recuerdo, era una Mavica y usaba disketes en vez de rollo   , esas imágenes se convirtieron en pruebas admitidas en los tribunales para asignar penas a los culpables de lo que sucedió aquel día de tormentas múltiples.

El megáfono en manos del policía cuya voz era muy parecida a la del sargento Pérez anunciaba que el tiempo se terminaba, del otro lado de la barricada las respuestas fueron desde insultos hasta señas obscenas pasando por acusaciones de traidores a los agentes del contingente pues al parecer muchos eran del mismo pueblo, estos se veían incomodos por la situación y algunos hasta se quitaron los uniformes para pasarse al lado de los que protestaban pues pesa más la sangre que un sueldo de policía , así el contingente de muchos guardias se redujo a unos cuantos que por no tener familia en el pueblo tampoco les importaba mucho su suerte, además si lograban terminar de una vez por todas con los buhoneros el sargento les había prometido sueldos extraordinarios pagados por el señor Abdul (así se llamaba el dueño de la cadena hotelera), pero por la defección de  los policías locales se volvieron apenas una veintena de hombres en total desventaja con los cientos de protestantes que ayudados por los policías desertores eran una fuerza considerable pues ya no eran aficionados a la violencia, ahora tenían profesionales entre sus filas, sin embargo los antimotines restantes estaban confiados en sus pistolas, macanas y escudos como armas suficientes para acallar a la chusma pueblerina sin tomar mucho en cuenta ni los refuerzos ni la rabia de los protestantes.

Al acabarse el tiempo comenzó la pelea, fueron minutos que parecieron horas, en un primer momento los policías parecían ir ganando terreno repartiendo mandobles con sus bastones y protegiéndose con los escudos pero la turba de jóvenes comandados por Adrían los rodearon para ir acabando uno a uno con los barbaros quienes terminaron esposados en un rincón escupiendo sangre por la deshonra de verse sometidos por aquellos que consideraban inferiores, todos los policías estaban enmascarados para evitar ser reconocidos pero cuando comenzó la refriega una de las primeras cosas que hicieron los defensores fue quitarles las máscaras para mostrarlos al fotógrafo de prensa  presente quien por cierto ganó un importante premio internacional por el reportaje. El policía que daba las órdenes tenía una máscara espantosa que asemejaba una calavera , entre el griterío y los golpes él se había mantenido alejado de los defensores, razón por la cual seguía ladrando instrucciones que nadie acataba y disparando  su pistola al aire para evitar ser capturado, todos sabían que era el sargento Pérez que como buen malvado era cobarde.

Mientras eso sucedía había perdido de vista al periodista  , estaba escondida tras un banco de piedra protegiéndome de cualquier bala perdida, desde donde veía el tumulto a una distancia que pensaba era segura, en un momento me acurruque por temor a una bala,  ahí me encontró indefensa el policía quien ya venía con el uniforme roto debido a una escaramuza con quienes defendían la plaza, el uniformado con su máscara de calavera me levantó por el pelo para tomarme luego del cuello y poner su pistola en mi cabeza amenazando con disparar si no lo dejaban ir, fueron momentos tensos en los que simplemente me dediqué a rezar a todos los santos para pedir por mi vida, que sería una cosa horrible eso de escapar y morirme como pendeja en aquella tarde de perros donde la suerte quiso que fuese coprotagonista de un drama que no me pertenecía.

Uno de esos milagros de la tecnología, gracias a CNN las imágenes digitales tomadas  por el periodista  dieron la vuelta al mundo en segundos, llegando incluso a ojos del ministro de la defensa quien recibió un inmenso regaño por parte del presidente por permitir cosas como esas en pleno año electoral, a lo que el hombre respondió que había despachado un contingente de efectivos junto al reemplazo del alcalde pero que todavía faltaban un par de horas para que llegasen a lo que el presidente le soltó muchos insultos más y exigió el envío de tropas por vía aérea desde el cuartel más cercano y con  orden expresa de evitar que matasen a la señorita secuestrada por el policía y de ser posible matar al tipo si no había más salida, así todos serian héroes, lo que siempre suma votos.

 Inmediatamente el ministro llamó a un general quien a su vez gritó las ordenes a un capitán que enseguida reunió un equipo de soldados , abordaron tres helicópteros que en diez minutos debían arribar a la zona del conflicto y resolverlo de la mejor manera posible antes que sucediera algo peor, el comandante de la operación estaba al tanto de la situación pues vio en su oficina donde CNN era un canal fijo el reporte de lo que sucedía entre un tipo que estaba uniformado de sargento de la policía pero portaba una máscara de esqueleto mientras apuntaba un arma a la sien de una joven rodeado de muchos  hombres armados con palos.

Mientras iba en vuelo le pidió a los soldados que viesen el video grabado en VHS y que le dieron minutos antes de despegar, uno de los hombres dijo conocer el pueblo ya que era de ahí, reconoció enseguida a tres primos, dos hermanos y varios amigos de la infancia entre la turba que amenazaba al policía por lo que se le dio la orden de quitarse el uniforme, dejar las armas e infiltrarse entre la muchedumbre de conocidos para poner sobre aviso a la gente y así evitar tragedias mayores, todos saben que los soldados no piensan mucho para usar sus armas de reglamento.

Mientras en el aire eso sucedía, los hombres del gobierno que iban en camino recibieron órdenes de ir más aprisa y se les avisó del envío del contingente por vía aérea para que tomasen las medidas del caso al llegar.

Como podrá intuir  estaba aterrorizada sintiendo el frio cañón de la pistola y el aliento del sargento Pérez quien seguramente por asuntos de su oficio me reconoció al instante y no dejaba de decir cosas lascivas a mi oído pues estaba seguro que lo se iría libre, esa gente no dejaría morir a nadie y él no estaba listo para eso, mucho menos a palos como le aseguraban que sucedería si algo le pasaba a su rehén así que lo único que tenía que hacer era lograr tiempo para poder encontrar la manera de escapar de esa trampa, así pasaron varios minutos que parecían horas a todos los presentes.

 Mientras la tensión iba en aumento llegó un hombre con pantalón y botas militares pero con una franela, sin armas ni distintivos se identificó llamando a los primos, hermanos y amigos quienes enseguida lo abrazaron y le preguntaron que hacia ahí, se lo llevaron lejos de mi vista así que los que estábamos al frente no sabíamos muy bien que pasaba, menos yo que estaba aterrorizada en manos de aquel maniaco que juraba hacerme de todo cuando saliéramos de ahí , así podía saber que era tener un hombre de verdad en la cama, que me iba a partir en dos, cosa que no entendí pero que igual me dio pánico, me oriné del miedo a lo que el secuestrador me dio un rodillazo en las costillas aprovechando su mayor tamaño en contraste con mi pequeña estatura.

Mientras  lamentaba el dolor y asqueada además por la falda mojada de orines además sudada por el calor y el miedo, hubo un movimiento extraño, Adrián desapareció de mi vista para volver poco tiempo después acompañado por un militar vestido como Rambo quien a su vez venía acompañado por otros muchachos armados hasta los dientes  que apuntaron sus fusiles al sargento y exigieron su rendición inmediata para ser detenido por varios crímenes que enumeró leyendo un papel.

El secuestrador entró en pánico y gritó que me mataría si veía algún movimiento extraño, solicitó un helicóptero para escapar hasta Cuba donde sería bien recibido y que una vez a salvo me soltaría, el militar que leyó los cargos hizo un intento más por hacer que me liberasen y al volver a recibir la negativa del secuestrador levantó ambas manos en señal de cansancio.

Lo próximo que sentí fue un baño de algo viscoso y caliente, luego oí el disparo que le destrozó la frente al secuestrador, de lo demás no recuerdo nada , me desmayé para despertarme un día después en el hospital  rodeada de unos  policías quienes esperaban para que les diese una declaración, ya no era una persona anónima, entre la prensa y la policía se habían dado a la tarea de divulgar mi identidad junto a mi condición de monja fugada por lo que la salida del hospital fue más dura que lo esperado, no solo salía sin nada, también era odiada por haber dejado los hábitos sin el procedimiento, excomulgada de la iglesia católica por lo que mis títulos como especialista en derecho canónico estaban invalidados razón que me impediría ganarme la vida con mis conocimientos ya que ni como maestra de preescolar me contratarían, sin dinero para irme de este pueblo adonde nadie me conociera, en fin, todo un panorama desolador.

Del hospital me llevaron a tribunales, rendí declaración y al salir me senté en la acera a llorar mi situación, mientras sollozaba una viejecita muy amable se sentó a mi lado, dijo ser la madre de Adrián, el muchacho le había pedido que me buscase para ofrecer ayuda en todo lo posible, le conté mi historia y la señora lloró conmigo abrazadas en aquella acera donde la gente nos esquivaba pensando que éramos dos de los muchos deudos que tienen familiares presos pues estábamos al frente de la policía.

Cuando nos calmamos, me tomó de la mano y  dijo que la acompañase a su casa, ahí había una hamaca donde podría descansar , lo único que  podía ofrecer era un techo donde dormir y algo de comida pues eran muy pobres y ahora que su hijo estaba detenido por los hechos del malecón no tenían ayuda para llevar el pequeño negocio  del mercado.

Los  primeros meses en libertad fueron viviendo con aquella familia, acostumbrándome a otra rutina menos rígida pero no por eso más descansada, visitando a Adrian en la cárcel y soportando las malas lenguas que nunca faltan. Un año más tarde me casé con aquel joven cuando  salió de la cárcel quien además se convirtió en dirigente vecinal, algunos años después  fue alcalde con lo que mi pasado de monja se transformó por obra y gracia de los relacionistas públicos en una historia de amor que nos dio un aura más de héroes que de villanos apostatas, el obispo en persona tramitó la anulación de la excomunión por un edicto papal y al retirarnos compramos este restaurancito para vivir con cierta calma la vejez.

Así pase de ser monja de clausura a señora feliz y ahora viuda digna sin estrecheces pero sin riquezas, mis hijos se empeñan en que me mude con ellos a esos países donde dicen estar mejor que acá pero con visitarlos una vez al año me conformo, allá hace demasiado frio para mis ancianos huesos acostumbrados al calor y a la sal de mi playa querida, ya tengo todo listo para cuando muera, el testamento escrito y notariado así que cuando me toque ellos solo tendrán que venir a visitar la tumba donde estaré por siempre al lado del único hombre con quien estuve por  treinta años de mi vida.

La escuché como tenia años que no oía un cuento, como los niños cuando caen bajo el influjo de los relatos del abuelo en las noches sin electricidad, olvidé la borrachera y la sopa se  enfrió. Le dije que escribiría su historia algún día, no es cosa común escuchar un relato que parece ficción sin serlo, digno de una novela romántica. Ella  sonrió y  pidió que me dejara de bobadas que era una historia simple, que mejor me tomase la sopa antes que se terminase de enfriar. Obedecí a la anciana amable, me despedí pagando el importe de la sopa a pesar de las protestas para irme caminando al hotel y escribir a grandes rasgos la historia antes  que la olvidara, hoy he corregido aquel texto escrito a mano, es curioso como luego de una tarde de perros donde todo parecía perdido la vida encontró la forma de hacer feliz a Sor Juana, quien abandonó los hábitos, fue secuestrada, amenazada de muerte, vilipendiada en televisión nacional por haber abandonado su destino más no su fe, exiliada de su iglesia y recogida por la amabilidad de una familia que a fin de cuentas no tenía obligación alguna de hacerlo, no siempre las historias tienen final feliz, cuando los hay toca celebrar tal como lo estoy haciendo mientras termino estas líneas brindando por la vida con un buen trago.

José Ramón Briceño, 2017
@jbdiwancomeback












 





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