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viernes, febrero 15, 2019

Esa delgada línea entre la estupidez y la irreverencia

Uno de los impulsos primarios del ser humano es el de querer pertenecer a algún grupo, destacar para ser considerado brillante, osado, valiente y por supuesto políticamente correcto según las normas sociales que en estos primeros años de la inmediatez informativa del internet existe, misma que en no pocos casos ha producido carreras mediáticas instantáneas cuando alguno de ellos se convierte en eso que llaman “influencer” y que miles de seres lo siguen en las redes sociales, los publican , se vuelven material para publicistas, hacen marcas , forman tendencias. Sin embargo lo más pernicioso es quizás eso de las tendencias pues hay quienes se dedican a hacer política sin medir ni palabras ni consecuencias, apalancado en la  (ilógica) ignorancia de sus seguidores.

En ese aparte de la política nos encontramos con una gama de “opinadores de oficio” que sin saber muy bien del tema hacen ruido mediático, llegando incluso a expresarse de manera grosera sobre temas que en realidad manejan sobre bases equivocadas. Recientemente vi en Twitter a una fulana con nombre importado (@aran_tirado) y estampa de ser originaria de la madre patria quien publicó un video para burlarse del supuesto invento de la crisis venezolana, como era de esperarse los insultos le llovieron en pocas horas  como consecuencia natural de su acto, pues todos consideraron que sus expresiones estaban basadas en falsos positivos, al burlarse de una situación grave que sufren muchos tanto adentro de las fronteras de este país como desde el extranjero donde hay una población migrante bastante extensa que ha abandonado familia, amigos y hasta empleos profesionales haciendo oficios para los que no se prepararon en la universidad ni hicieron posgrados, gracias a la necesidad que vivieron acá y para poder enviar dinero a esas familias que dejaron con el fin de proporcionar cuando menos comida en las mesas de los seres queridos que dejaron.

Lo más impresionante del caso es que a las pocas horas de hacerse viral el fulano video, salieron algunos a defender la libertad de expresión de aquella muchacha alegando que se tiene que respetar la opinión de cada quien y que la libertad del internet radica en que cualquiera con acceso a ella puede decir lo que quiera sin temor a represalias. En principio eso es cierto, el problema se presenta cuando las opiniones deforman la realidad o hacen apologías sobre barbaridades con un fin determinado, en este caso (infiero) es el de defender la causa de la izquierda tan de moda entre los rebeldes jóvenes de muchas partes del planeta.

Esa tendencia a defender la izquierda puedo entenderla como un impulso natural por las causas justas, sobre todo cuando jamás has vivido una situación similar o crees a pies juntillas en las buenas acciones que recita la teoría marxista, a pesar de que exista una muy variada y extensa literatura que cuenta los horrores que ha cometido (y comete) la izquierda en distintas partes del globo, si no las has vivido siempre tienes a mano el recurso de negarlas como propaganda imperialista o cualquier bobera similar. Si le sumamos la intención de ser “irreverente” para resaltar entre su grupo afín pues se hace normal soltar estupideces apoyadas en argumentos fallidos pero que por algún misterio de la naturaleza les parecen muy coherentes a más de un catedrático generan situaciones como la de la joven.

No es que antes de la aparición del internet no existiera gente que diga tonterías, lo que sucede es que antes tardaba mucho más el llegar a la letra impresa y muy pocos tenían acceso al centimetraje, lo más normal es que las mayorías quedasen relegadas al olvido de panfletos con poca difusión. Llegado a este punto creo pertinente hablar de la delgada línea que separa la irreverencia de la estupidez, que es una materia que deberían estudiar muchos de los aspirantes a “influencer” de las redes sociales, entendiendo que hay fenómenos que hacen millones desde acciones que a fin de cuentas no aportan mucho como las Kardashian , los fanáticos del deporte o aquellos “extremos” que hacen proezas inútiles para lograr el aplauso de gentes que al parecer tampoco tiene muchas cosas interesantes en que ocupar sus vidas y que terminan sus días aplaudiendo cualquier cosa que les llame la atención, por más vacía que esta  sea sin que se produzca mayor problema por lo inocuo de los resultados, más allá de complacer a los anunciantes y ganar dinero basándose precisamente en la nada mediática que impulsan.

Ser irreverente está basado en apuntar al corazón de las tonterías que dan por sentado las masas para , de manera bastante educada casi que rozando la poesía por aquello de la retórica, exponer la idiotez de algunos temas o exponer ante el mundo una nueva visión que no esté atada a la “verdad” de ciertas mentes que se solazan en negar otras posibilidades, que es precisamente lo que hacen los científicos, artistas y demás seres pensantes que han sacudido el mundo trayendo nuevos conceptos a pesar de las burlas de muchos. Ahora bien, ser ridículo pensándose irreverente es otra cosa que por sencilla muchos hacen de manera impune, lo más grave es que tras de ellos hay miles (o millones, recordemos que  somos más de siete billones de terrícolas) que aplauden tales actos, muchos de ellos en la política pues la manipulación en esos temas está a la orden del día así como la desinformación generalizada ya que la percepción de las grandes masas está basada en lo visceral y no en la lógica de la investigación.

El pecado capital de muchos jóvenes influencers políticos está basado en esa falta de información, recordemos que la ignorancia es osada, como unos y otros se atraen pues tenemos como resultado eventos bochornosos como ese de tener que insultar a alguien que no se conoce solamente porque esa otra persona se expone de manera tan extrema a manipular situaciones con el fin de dar mensajes erróneos a un grupo determinado, tal como sucedió este día. Imagino que si yo opinase de manera abierta en contra de la lucha independentista de los Catalanes estos tampoco serian amables conmigo ya que como jamás he ido ni vivido allá  no puedo tener una visión clara de lo que les impulsa a la lucha más allá de las cosas que pueda leer desde acá. Por tanto y como consejo (inútil por demás ya que estoy seguro que nadie atenderá) debo decir a los jóvenes que por ese natural impulso de rebeldía que los lleva a militar  en la izquierda de lujo que tienen en otras latitudes, por favor investiguen, lean sobre las otras aristas de la situación, no se expongan al ridículo sólo por sus quince minutos de fama, dejen eso a los políticos que ellos para eso nacen, el ridículo les resbala y su fin es el de hacerse de una tropa de incautos que les permitan ganar lo que de otra forma no podrán, antes de postear, tuitear o publicar alguna cosa piensen por un momento si en verdad son irreverentes o son estúpidos, miren que ustedes son el futuro y quizás ese acto que perciben como inocuo termine siendo la piedra angular de alud que los dejará en el olvido o muy por el contrario lo que les dará de comer los próximos años.
José Briceño, 2019
@jbdiwancomeback  
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jueves, febrero 07, 2019

(J)oda sobre el Metro de Caracas



Antes de comenzar la disertación de hoy debo confesar que sufro de varias fobias incurables que una vez llegada  la adultez se han acentuado, entre las más graves se encuentra  una irremediable fobia a manejar un cualquier vehículo de motor, tanto así que creo ser uno de los pocos adultos mayores de cuarenta que no tiene licencia de conducir, como complemento y entre las cientos de contradicciones que pueblan mi psique también hay una moderada fobia a los desconocidos, especialmente acentuada con el transporte público que acá en Venezuela es insufrible , sin embargo en ese punto es difícil (para mi) saber si es que soy raro o es que los compatriotas son masoquistas pues entre las miles de incomodidades con las que uno se encuentra cuando aborda un autobús, tales como; ir empotrado en un pasillo donde difícilmente no tener roces en exceso con los vecinos, llegando incluso alguna vez el incómodo caso de tener mis partes nobles apacentadas en las de alguna mujer sin que pudiera hacer nada para remediarlo, también está como complemento del suplicio el gusto espantoso del chofer que gusta de compartir su abominable  selección musical tanto con los pasajeros como con los vehículos que pasan al lado del transporte, la cosa que me hace dudar es que tengo la impresión de que a los demás pasajeros les gusta el escandalo mientras yo practico mi fuerza mental a ver si el estúpido traste se funde, eliminando un tormento, lo que se agradece como una molestia menos, pero por mucho que lo intente no me sale la telequinesis.
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Desde hace poco más de un año he encontrado empleo en la capital del país por lo que parte del castigo se ha multiplicado pues toca pasar poco más de cuatro horas diarias (entre la ida y la vuelta) en el metro para llegar a mi trabajo, el “paseo” incluye 20 estaciones más una transferencia entre líneas. Hasta hace pocos años pensaba que los autobuses de rutas urbanas eran el único castigo infernal en este país y que con la natural resignación de quien no tiene más opción había podido minimizar su uso dando largas caminatas para trasladarme, pero ahora es no es posible, toca Metro.
A quienes viven en la provincia les parece que viajar en Metro es la cosa más cómoda del mundo, es que andar en un tren pareciera ser la cosa más cosmopolita del mundo y cuando es parte de cualquier paseo turístico hasta se puede tener como una experiencia para contar a los demás allá en el pueblo, pero cuando es parte de tu cotidianidad ni siquiera lo nombras (a menos que tengas la obligación) para evitar el incordio de recordar el mal trago diario. Yo, que provengo de una ciudad de provincia donde la temperatura promedio es de 30° centígrados consideraba que no podría existir peor castigo que estar encerrado en un aparato de esos (un autobús) a la hora pico “disfrutando” del calor humano que sumado a la música ambiental a niveles de discoteca, la temperatura tropical y el natural estruendo de las calles, pero nunca llegué a imaginar que existe algo peor, como si lo hubiese pedido me toca vivir cuatro horas o más de lunes a viernes en el Metro de Caracas.

Digámoslo así, si Dante hubiese nacido en estos tiempos al comenzar su Divina Comedia donde el personaje principal se llamaría José Ramón( imposible esperar menos), ganaría menos de 15 dólares al mes y de seguro empezaría como un imposible reto ; para buscar a Beatriz y traerla de la muerte primero deberás ir a las puertas del Pandemonium , la mítica ciudad conocida como Caracas donde siempre es hora pico, donde se encuentra la estación “Plaza Venezuela” , una vez allí deberás tomar el primer vagón que te toque en suerte, seguramente no tendrá aire acondicionado ni puestos pero igual abordarás so pena de llegar a destiempo a tu destino, el camino durará varias horas y no tendrás sosiego ni calma pues las otras almas te comprimirán hasta sacarte el resuello, tampoco podrás respirar, no habrá ventilación y dos horas más tarde, si tienes la suerte de que no se vaya la electricidad a medio camino de cualquier estación en la oscuridad absoluta de un túnel infecto al cual no saldrás porque el conductor se negará a abrir las puertas sin atender razones no dar más explicaciones que asegurar que pronto recomenzarán el camino , lo que dirá por el tiempo necesario que va de los diez minutos a las tres horas , mientras para bajarte la neurosis  coloca en los altavoces por enésima vez la misma pista musical que solo soportas las veinte primeras veces que la escuchas hasta llegar a odiar profundamente a los cantantes que hasta hacia poco admirabas como máximos exponentes del sentir vernáculo de tu país , todo aderezado con los peores aromas corporales que te puedas imaginar, eso solo si tienes suerte y nadie vomita debido a la intensa experiencia sensorial.

Sin embargo el demonio en su eterna sabiduría quizás te otorgue el dudoso placer de viajar en un tren con aire acondicionado y pensarás que vas ganando, sin embargo hay toda una pléyade de agentes satánicos que harán tu viaje miserable, desde pastores evangélicos que te obligarán a escuchar una sarta de boberas salpicadas con dudosas citas bíblicas, vendedores de todo que vocean a grito pelado lo maravilloso de sus chupetas, caramelos , tortas o galletas que venden a precio de trufa piamontesa en efectivo y sin pataleo, locos de toda calaña divulgando su extraña sabiduría política sobre las maldades de un imposible imperio que hace una absurda guerra económica hasta un fulano que carga escondido en un bolso el equipo de sonido con música tropical de la más rancia estirpe salsera quien de paso no atiende peticiones para bajar el volumen que seguro trabaja para Belcebú pues es imposible que en pleno siglo XXI no sepa de la existencia de los audífonos, lo más impresionante es que muchos viajeros parecen (inexplicablemente) disfrutar el escándalo, que sumado a la música de ambiente que sale por los parlantes del tren logran el milagro del desdoblamiento temporal, haciendo que cada minuto tenga la misma duración que una hora entera por lo que las dos horas desde Plaza Venezuela hasta la estación de transferencia se sienten como un mes si lo comparas con el viaje en  autobús de largo recorrido.

Luego de tal periplo, llegarás a la estación de transferencia y dirás, si este es el viaje al infierno, debo haber llegado ya, dándote cuenta no sin sorpresa que no te parecerá tan malo después de todo, pero al día siguiente volverás a repetir el viaje sólo para  descubrir que por vivir en Venezuela el infierno solo muta de forma para hacer más virulento él castigo y no tienes escapatoria a menos que suceda un muy raro milagro, dejarás de buscar a la tal Beatriz  y solo rogarás porque aparezca la forma de escapar del Metro de Caracas, o como lo conocen quienes ya están resignados, el maldito-Metro.
Ahora en serio, es tan mala la experiencia que cuando viajas en autobús de Caracas hasta Los Teques sientes como si fueses en ruta ejecutiva, descubriendo que estas tan jodido que te parece todo un lujo andar en bus.
José Ramón Briceño, 2019
@jbdiwancomeback

miércoles, enero 30, 2019

¿Ahora que?


En Venezuela (por fin) soplan vientos de cambio, luego de tantas decepciones, tanta desilusión, hambre, dolor y rabia al parecer están a punto de morder el polvo en Miraflores, debería estar feliz, aunque de verdad es una maravilla estar acá para presenciarlo también estoy muy preocupado. La historia del gobierno chavista y ahora madurista durante estos 20 años es harto conocida, por tanto, sabemos todos que detrás de los políticos hay toda una estructura de crimen que necesariamente debe ser limpiada a fondo, las instituciones replanteadas y en fin, todo un cumulo de cambios telúricos pero necesarios en vista de la situación nacional, eso es excelente, pero he ahí parte de mi angustia.

Si se da de manera voluntaria, con del impulso de los militares locales seguramente serán algunas escaramuzas de tres días y en un mes máximo se reestablece la “normalidad”. Ahora bien, si como pintan los milicos venezolanos solo sirven para matraquear acá habrá una intervención armada el asunto se agrava, digamos que son los enviados del arcángel Miguel que van a acabar con Satanás y sus secuaces , igual en medio de su santidad no sabrán exactamente a quien disparar, detener o llevar a juicio , cuando menos no al principio, mientras aprenden a establecer diferencias a partir de características específicas , todos vamos a ser sospechosos por lo que aun sin querer deberemos ser participes activos pues a los mirones los arrastran las balas. Por otra parte, ¿comeremos? ¿habrá trabajo o sueldos?, los que laboran como empleados de bajo y medio rango en ese gran elefante blanco llamado administración pública ¿Cómo quedaremos? ¿seremos despedidos?

A pesar de ser profesor no trabajo de tal por muchas cosas, pero entre todas ellas la principal es salarial, donde laboro si bien no gano la gran cosa cuando menos no es de sueldo básico y aunque NO tengo carnet de la patria y me he negado a sacarlo, jamás he ido a una marcha chavista ni obligado, hay miles de páginas escritas y firmadas por mi dónde explico mi fobia al gobierno y por un milagro del universo no me han despedido (aun). Ahora bien, cuando se vaya el desgraciado del presidente necesariamente viene un periodo de ajuste, como todo ajuste será cataclismico, ¿Dónde quedaremos? ¿Volveremos a nuestros empleos? ¿nos damos por botados? ¿Qué haremos ahora?

Sería interesante que alguien levantase la voz, no para hablar pendejadas sobre cómo van a acabar con la plaga roja por que eso ya sabemos que toca hacerlo con urgencia, el asunto es que deberían hablarnos de como será la vida en el poschavismo. Ok, tenemos muchas esperanzas, sabemos que van a volver muchas inversiones, que luego de bajados los fuegos, después de acabado el plomo, como vamos a recuperar nuestra vida. Estoy preocupado y esperanzado a partes iguales, veamos que sucede, ojalá mis tenores sean infundados, que luego de pasada la ola pueda contar la anécdota sin más lagrimas que las de los malos recuerdos de antes de que Maduro se llevara toda su peste y que no se sumen las del proceso, que no se lleve a la gente valiosa y que la otra pues desaparezca en un fogonazo de lucidez.
José Briceño, 2019