jueves, febrero 23, 2017

En busca de un mundo perfecto (Capitulo 13)

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 Me soñaba con veinte años menos, cabello y apostura típica de veinteañero en forma. Estaba de parranda en Cuyagua, andaba con unos supuestos amigos y amigas, digo supuestos porque a nadie conocía, todos parecían salidos de un comercial de cervezas, claro, la chica que me había tocado en suerte era todo un sueño erótico y la cosa iba bien, como era costumbre en aquellos años me pasé de tragos, me puse a inventar cosas con la hermosísima flaca que me daba besos, nos fuimos a una caleta donde pues describir lo que hicimos no tiene sentido, mejor lo dejo a la imaginación. En ese sueño había quedado rendido entre los brazos de la chica, pero unos ruidos extraños me despertaron al filo de la madrugada.

A cien metros más o menos de donde estábamos (la chica y yo), había una especie de fiesta, nada raro a decir verdad, lo extraño es que en ese sueño era la madrugada de un lunes, por lo general pocos son los que andan de fiesta en este país esos días, me levanté, por curiosidad me acerque al sitio donde salían los ruidos, menos mal que en los sueños todo es posible pues de otra les juro que del susto me da un infarto, en la fiesta estaban algunos personajes históricos, fumando yerba,  tomando unas  cervezas que se adivinaban muy frías y hasta apetitosas, también tenían mesas llenas de manjares del mar, hasta una corte de bailarinas árabes haciendo la danza de los siete velos.

Cuando estuve más cerca, vi que estaban unos tipos con estampas estrafalarias, en mi sueño yo sabía quiénes eran pero juro nunca haber visto ninguna fotografía ni pintura a excepción de las de algunos personajes,  estaban Odín, Shiva, Vishnú, Baal, Mahoma, Zeus y otros cuyo nombre no recuerdo, felicitaban a un catire muy alto y peli largo, que usaba una gran barba rubia pero que extrañamente estaba vestido con una túnica larga y blanca, al parecer era Jesús,  la fiesta era para celebrar que por fin se deshizo de la angustia de los humanos y se dejó de la pendejera esa de sufrir por ellos, que debió haberlo hecho hace dos mil años, cuando nadie le creyó y lo crucificaron sin oír nada en su defensa, sin tan siquiera hacer un juicio justo ya que si el cargo era de herejía cuando menos debían tener al tal Lázaro como testigo estrella, eso de revivir gente al parecer no fue tomado en cuenta para establecer su calidad divina y zas, lo mataron como si de un zelota cualquiera se tratase, resulta que me descubrieron, a pesar de la resistencia de algunos de los presentes, otros hicieron coro para terminar  como testigo de excepción, allí no pude más que revivir mi borrachera entre los más extraños compañeros de farra, compartí un porro con Shiva y hasta abracé al barbudo, me harté de muchos manjares que no sabría describir pues mi pobreza jamás me ha permitido tales lujos, hasta que se me acercó el Dr. José Gregorio Hernández quien estaba como invitado local, él me recomendó que no siguiera con los excesos, pues a pesar de los amigotes celestiales igual me podía dar un infarto con tanto , al  amanecer se despidieron de mí y volví, más intoxicado que antes al lado de la amiga de esa noche.

De más está decir que me levanté apenas finalizado el sueño, era muy real, la verdad estaba en mi cama matrimonial de soltero, solo y todavía en Italia, a miles de kilómetros de mi casa, con cierta resaca por el abuso continuado de alcohol y pastillas para calmar la ansiedad, siguen los sueños místicos, debe ser el influjo de esta ciudad que ya no me quiere dejar quieto, veremos que se puede hacer para bajar el estrés, para terminar de sobrevivir.
Estoy en el tercer piso del hotel “Albergo del Senato” en Roma, muy cerca de la fontana di Trevi, claro, no es que al lado pero acá puedo caminar las quince cuadras sin mayor problema, siempre y cuando ande muy atento, no porque me vayan a robar como en mi país, es que la mayoría de los italianos son cualquier vaina menos simpáticos, cuando menos a los ojos de los que como yo piensan en la educación al estilo caribe, ellos son muy secos al hablar, pareciera que ladran  cuando realmente quieren ser amables, menos mal que mi estampa de árabe por aquello de los abuelos perdidos y jamás conocidos me aseguran de preguntas incómodas sobre el infierno loco que se presenta en Venezuela, claro, eso funciona siempre y cuando no abra la boca, mi acento maracayero- asesina-el-idioma de los italianos y me identifica claramente con la barahúnda de compatriotas que se están asilando donde sea, no importa el grado académico, se mudan así sea a limpiar mesas, dicen (y con razón) que prefieren lavar platos con calma que ser doctores con  terror.

Lo mejor de esta suerte de aislamiento en público es que acá me da tiempo de pensar, este país es perfecto para la contemplación, toda la historia concentrada en tan poco espacio permite descubrir cosas nuevas todos los días, me vine a investigar, sin embargo desde hoy he decidido no hacer nada, los documentos interesantes están sepultados en montañas de libros antiguos y para acceder a ellos hace falta una montaña similar de trámites burocráticos a los cuales no pienso recurrir, mejor me quedo paseando, conociendo gente, pensando en mis cosas, escribiendo mis sueños que cada vez se ponen más oscuros y extraños, como ese de hace tres meses, antes de mi crisis. 

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