sábado, septiembre 28, 2024

Crónica del secuestro que nunca sucedió

 

Uno de los aprendizajes más complicados, para un ciudadano promedio (como yo) es aceptar la distancia que existe entre el deber ser y lo que realmente sucede, caer rendido ante la evidencia en que la única diferencia entre la realidad y la ficción es que esta última tiene reglas, la realidad no. Para no ponerme místico ni nada similar puedo dar fe de ese fenómeno, hasta hace unos pocos años pensaba que era el único latinoamericano mayor de cincuenta años sin licencia de conducir y que piensa no sin angustia en la necesidad de tener un vehículo que le facilite poco el trafago diario que ya va para tres kilómetros diarios en promedio, con picos de entre seis y once kilómetros caminados en un solo día, caminando por muchos sitios sin parar hasta llegar a casa, solo por la necesidad de movilizarme, por eso jamás me burlo de la impericia  de ningún adulto al volante, a menos que sea una burrada total hasta para un no conductor como yo.

Cierto viernes del año 2014 a eso de la siete de la noche andaba yo con la señora de aquellos años, ella pocas semanas atrás había decidido comprar un carro y así de valiente se lanzó a manejar con el mínimo lógico posible, a las tres semanas ya andaba con soltura por las calles de Maracay, las calles más antiguas de la ciudad son estrechas por lo que las intersecciones eran sitios peligrosos para transitar sin mesura, el cuento es que la señora , viendo la larga calle Miranda despejada mete el acelerador a fondo mientras le voy gritando sobre l peligroso de la maniobra, como asuntos de la vida atravesamos un retén policial que de inmediato dio la voz de alto, al detenernos dos funcionarios exigen que bajemos del vehículo y nos separan de inmediato,  piden documentos de identificación con las otras preguntas de rigor mientas un tercero radia la placa del carro, entre la señora y yo habían ahora seis metros y cuatro funcionarios policiales, veo la cara de consternación de la señora y agradezco que la bronca no sea conmigo, esperando que se serenase pues como venezolano sé que una detención arbitraria es factible por motivos mercenarios de cualquier funcionario policial o militar, tanto peor si el asunto es inexplicable, toda la seriedad del caso terminó con la primera pregunta del muy serio funcionario de la Policía de Aragua, ¿está bien?, ¿en serio no lo están secuestrando?, costó un rato de conversación explicarle al policía que la señora no era ninguna mujer tóxica y mis gritos de horror eran por el modo de manejar de la dama y no de terror delictual/pasional tan común en aquella ciudad (esa tarde lo pregunté a los policías).

Veinte minutos más tarde rodábamos ahora por la avenida Bolívar, yo con un ataque de risa por la situación y la señora furiosa, gracias a la providencia la noche terminó en una velada magnifica, más tarde teníamos que asistir a la inauguración de una exposición individual, trago, amigos, risas, bohemia y al final el perdón por el pecado de haberme reído por haber sido detenido como un acto de heroísmo por parte de varios valientes funcionarios de la Policía de Aragua, haciéndome jurar nunca jamás repetir la anécdota, sanción más terrible que una pelea, era un cuento demasiado bueno para guardarlo, por (des) fortuna vino el año 2015 (cuando bajamos al averno de las lentejas) /16/17 y hasta este dislocado 2024 en que vuelvo a rememorar la anécdota con toda la gracia del recuerdo fantástico de cuando la realidad se dislocaba de manera amable acá en mi país. Tan fantástico relato podría aceptarse como parte del guion de alguna película cómica donde el escritor decide mostrarle al espectador la razón por la que el “héroe” debe abandonar a la señora y tomada la decisión errónea de no hacerle caso a la lógica y prefiere el drama de la trama.

Este es solo un ejemplo de como la realidad y la ficción se entremezclan en lo cotidiano, para los policías una situación así es siempre posible gracias a que sucede con cierta regularidad, la situación que hubiese sido grave en otro país, en este los policías lo tratan con delicadeza no vaya a ser una pataleta de doña latinoamericana sin más intención que la de castigar al infiel haciendo el show que Telemundo le enseñó, lo otro fue convencer al policía de que yo no manejo ni tengo licencia, que el carro es de la señora, que si era profesor de la Universidad Bicentenaria y otra vez que no me gusta manejar , por ultimo me inventé un diagnostico psiquiátrico para no manejar para terminar recomendando a la señora conducir con moderación que por favor los perdonásemos pero es que se confundieron por mi culpa, mientras yo no podía hablar de la risa por lo bufa de la situación.

Una detención policial en Venezuela nunca jamás es cosa risa, todo lo contrario, tal y como comenzó la escena debo admitir que hasta que el policía me pregunta si me estaban secuestrando o algo similar y en vez de responder, reía, de ahí en adelante era fácil explicar lo que sucedió y me inmolé, les conté que la señora estaba en su primer mes como conductora a los 40 años, ellos entendieron todo. La inmolación tuvo su efecto, nos dejaron ir, pero hasta hoy no fui libre para contar esta historia, antes de despedirme lo de “inmolarme” fue que todos los señores conocemos el castigo cuando toca explicar situaciones tan complicadas como que la señora estaba aprendiendo a manejar y mi neura no era de gratis, además el incordio de darle las gracias a los agentes del orden que hicieron un excelente trabajo aquella tarde, solo por cuitar a mi padre, “cuando tienes razón pero de todas maneras ibas sancionados y puestos en autos prefiero la sanción marital antes que la judicial.

José Briceño

28/09/2024



2 comentarios:

  1. Difícil experiencia entre neura, susto y risas.

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  2. Excelente narrativa, por demás graciosa y algo poco creíble...viniendo de los personajes de seguridad q siempre se hacen los care'kornflakes, en riñas de pareja...pero sé q es cierta!...

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