Tarde
de Perros
Hace
un par de años andaba de viaje, como me disgusta ser el típico turista de esos
de selfi y pose frente a los lugares que se supone toca visitar para decir que
se conoce una ciudad, en vez de irme a peregrinar con el autobús que hacía la
ruta para los huéspedes del hotel , preferí salir a caminar armado con el
Smartphone para consultar la muy eficiente herramienta del google earth. Así
terminé en el malecón con la intención de ver el mar, sin embargo lo que más llamaba la atención fue que justo ahí,
al frente del mar había un convento cuyo
nombre estaba grabado en una mínima placa de bronce que anunciaba que ahí
adentro vivían las “Hermanas de la caridad del santo cristo de las espinas
sangrantes”, en seguida me imaginé el trabajo que pasan esas pobres mujeres
encerradas con estos 43 grados a la
sombra, peor aún, les tocaba aguantar el trafago de los vendedores callejeros
que tenían tomado ese sector haciéndolo parecer un zoco marroquí pero con la
exuberancia tropical típica de estas tierras caribeñas.
Los
buhoneros no vendían nada que no hubiese visto, la verdad me parecen espantosos
esos adornitos feos que llevan impreso el nombre del lugar con más animo que
gusto, lástima que mi apreciación deje mal a tanta señora que regala de esos
souvenirs a la gente que dejó en casa, todavía
me debato en pensar si es una burla hacia los que no podemos viajar con
asiduidad, un gesto cariñoso para decir que se acordaron de ti o alguna
venganza dirigida a afear las casa con decoraciones distintas que ellas
lastiman regalándote el espantoso adorno para luego, al visitarte, preguntar
con un dejo de contrariedad por cual razón no ve el cenicero que te trajo de la
costa quedando uno como el malo de la película,
por tener la mala fe de no obedecer los designios de la bruja que te
regala una cosa espantosa y utiliza el chantaje emocional para obligarte a ser
desgraciado, eso no tiene perdón de dios.
Luego
de pasados los puestos de cuanta cosa de
dudosa calidad vendían en esa plaza, a unos cincuenta metros, veo que hay muchos
puestos de comidas y bebidas que supongo
son típicas de la región, era un punto de parada obligada, no se conoce
bien una ciudad si no se hace una larga escala en cualquier bar de mediana
calidad donde parroquianos y turistas junto a toda la fauna local se reúnen a
tomar poco más que un par de copas antes de salir de fiesta.
Esa
mañana, por ser un día feriado, había empezado
desde temprano la parranda. Como en todos los sitios de esa categoría donde
existen enjambres con puestos de comida hay una barahunta de meseras, meseros y
promotores que casi te obligan a entrar a su local para demostrar que ellos
venden la mejor comida del lugar, donde por cierto todos expenden lo mismo y en algunos casos hasta
auxilian a los vecinos sirviendo comida de sus cocinas en restaurantes amigos,
cosas de estas que suceden en el alocado mundo tropical. Como me parece muy
molesto hacer obligado a cualquier cosa jamás tuve la intención de
entrar en ningún local donde alguien sea san insistente, no importa cuán
amables sean sus suplicas, así que di unas vueltas por el lugar y en alguna
ocasión tuve que hablarle feo a una que otra señorita cuyo empeño por hacerme
comer en su fonda se hacía excesivamente vehemente para mi escasa paciencia.
Cuando
estaba por irme al hotel para beberme unas cuantas cervezas al abrigo del aire
acondicionado descubrí un puesto de comida sin promotores ni música escandalosa
pero si con bastantes comensales, lo que auguraba buena comida pues si no
necesitaban ayuda para atraer turistas era no había engaño, me dirigí al sitio.
No
hubo más opción que sentarme muy cerca de la barra pues todas las mesas estaban
llenas así que sacrifiqué la comodidad de fumar ( al estar tan cerca de donde trabajaba el personal) por
no esperar que se liberase alguna mesa alejada donde pudiese ejercer mi
tabaquismo sin ser molestado, pedí una cerveza helada y una picada mixta con la
idea fija de no pararme de esa silla en todo el día y que la carne evitase que
los vapores etílicos hicieran el efecto que sabemos sucede cuando los excesos
entran en la vía, ese día tenía que ser de excesos para celebrar la vida. Dicho
y hecho, me senté a las once de la mañana y a las nueve de la noche ya era
amigo de todo el mundo, hasta canté un par de vallenatos con el conjunto local
mientras abrazaba a una señora que por supuesto jamás supe ni su nombre ni en qué
momento terminamos abrazados bailando como si fuésemos amigos de toda la vida,
esto de andar de fiesta da sorpresas.
A
las diez de la noche todos los parroquianos se fueron, resulta que ahí en esa
bahía todo cerraba muy temprano por aquello de la época del año, al ver que me
quedaba solo (no se en donde se metió la señora de los abrazos) pero todavía me
sobraba alegría decidí pedir un tazón de sopa para ahuyentar la borrachera, la
mesera sugirió hablar con doña Lucia , la dueña, quien de paso funge de jefe de
cocina y estando cerrada tocaba pedir un
favor antes que ordenar como de costumbre, pagué la cuenta antes de pedir no
fuesen a cerrar también la caja y originar otra incomodidad al personal.
La
cocina estaba al fondo del local, sorprendía lo prolijo del lugar, asemejaba la
cocina de un cuartel de la armada de tanto orden que imperaba, sorprende más
aun cuando en el trópico preferimos jamás ver las cocinas de los restaurantes
baratos para poder mantener la ilusión de los pequeños lujos, al llegar me paré
en la entrada anunciando mi presencia con un leve carraspeo, una señora muy
envarada pero de gesto dulce preguntó la razón de mi presencia en ese sitio, expliqué que por haberme bebido muchas cervezas
ahora quería una sopa que ayudase a llegar hasta el hotel con cierta dignidad,
la dama se sonrió para enseguida decirme que me esperase en la mesa, que ella
misma me serviría y que iba por la casa ya que me tocaba el fondo de la olla,
que de todas maneras iban a desechar así que era mejor que me la comiese pues
es un pecado terrible botar comida.
Volví
a mi sitio donde le dije a la señorita lo que me habían dicho en la cocina, me
dejaron solo, momento que aproveché para encender un cigarrillo mientras
esperaba. Pasados unos minutos se apareció la señora de la cocina con un gran
tazón con caldo de carne gorda que de entrada me asustó por ser la porción tan
exagerada, ella traía también un plato más modesto de frijoles y dijo que si no
me molestaba ella prefería cenar en compañía, desde que su esposo murió y sus
hijos de fueron de casa a hacer su vida, ella estaba siempre sola.
Entendí
eso como un gesto de amabilidad pues la señora tiene la edad como para ser mi
mamá así que el coqueteo no es posible y si lo es prefiero no pensar en eso
para no tener que ser maleducado. Al sentarse la dama a comer apagué el cigarro
disculpándome por el atrevimiento a lo que la señora dijo que no había problema
pues por casi cuarenta años vivió junto a un hombre que fumaba dos cajetillas
diarias del mismo tabaco rubio que yo, así que el aroma antes que molestar
levantaba recuerdos gratos.
Impresionaba
el léxico de esa señora pues saltaba a la vista que debía ser una persona con
cierto grado de instrucción, cosa extraña en aquel sitio donde lo más natural
es que la gente supiese lo justo para cobrar y dar vueltos, la cultura no
pasaba de las letras de moda o los ritmos folclóricos locales. Sin más le
pregunté en cual universidad había estudiado pues su habla denotaba su cualidad
de gente culta, ella se sonrió para decir que no había ido a ninguna
universidad que había estudiado en el internado de novicias de la capital los
diez años reglamentarios entre el bachillerato y los estudios superiores que la
universidad pontificia por aquellos años (hacía más de cuarenta)dictaba por
correo y era evaluada cada seis meses cuando un profesor iba al convento para
hacer los exámenes de rigor, por efectos de mi vaporizado cerebro solté una
carcajada acompañada de un sonoro “carajo, estoy borracho a altas horas de la
noche mientras hablo con una monjita”, la risa cesó al ver el gesto de
incomodidad de la señora, que si las miradas mataran desde aquel momento debía
considerarme una estatua de sal.
Pasado
el incidente y disculpándome sinceramente le tuve que pedir que por favor contase su historia, ¿Cómo llega una monja a
regentar un bar de playa? Eso no es posible, solo en la ficción podía pasar
eso.
No
respondió de inmediato, se hizo un silencio incomodo, que duró el mismo tiempo
en que dio tres cucharadas a su plato de frijoles, tomó un sorbo de agua y
profirió un profundo suspiro de resignación.
Señor,
usted acá donde me ve tengo más de treinta años trabajando acá, empecé con un
muchacho que me salvó la vida y que luego se convertiría en mi esposo con quien
tuve seis hijos , todos varones, hoy profesionales con buenos empleos que
costaron su buena cuota de sacrificios por parte de todos. Le voy a contar como
y por qué terminé acá tan feliz en vez de haber sido la anciana monja que todos
esperaban que fuese, fíjese que hasta perdí a mi familia ya que nunca
entendieron que no era mi vocación eso de vivir bajo reglas ajenas solo por designio
de una supuesta misión que más se parece a un castigo que a una vida plena.
Cuando
era niña mis padres murieron en las montañas, quedaron atrapados en el
fuego cruzado de una patrulla del ejército que se encontró de frente con unos
bandidos. Me tocó irme a la capital donde la hermana mayor de mi madre con
quien no mantenía ningún vínculo, como muchas señoras “piadosas” le pareció muy
buen plan mandarme de interna y olvidarme ahí hasta que terminé la escuela, por
aquellos años tenía temor de todo y sabía que al irme a la casa de mi tía la
pasaría peor así que hablé con la madre superiora quien recomendó tomar los hábitos ya que era la
única manera de seguir viviendo allí, me hice novicia, a los tres años pasé a
llamarme Sor Juana por la poetisa a quien le juraba devoción por lo intenso de
sus poemas.
Pasé
nueve años en una relativa calma, pero por alguna razón un día cualquiera llegó
una carta del obispado exigiendo mi presencia en el convento que usted ha de
haber visto al frente del malecón, cuando bajé del autobús una mañana de junio,
esa maravillosa luz que no se ve en las montañas donde viví , la hermosura de
aquel mar , la brisa, el ruido de la gente, todo el ambiente que pude ver
(desde la ventana del taxi que me trajo
hasta las puertas de mi destino) comenzó a dolerme en la espalda, justo entre
los omoplatos, era una situación por demás incomoda que no sabía que podía
sufrir. Al entrar me recibieron y se me asignó la tarea de hacer las compras de
víveres en el mercado local tres veces a la semana. Ese fue mi primer trabajo
feliz pues permitía salir del claustro a disfrutar de aquel clima maravilloso,
hablar con la gente, conocer todo eso que me había perdido por tanto tiempo y
además protegida con el habito, aprovechando esa aura intocable de todos los
religiosos, el dolor se había ido.
En
una de esas salidas, un día que hacía mucho calor uno de los verduleros mandó de regaló muchas
frutas, sobre todo de esas que ustedes los venezolanos llaman patilla, por su
peso tuve que pedir ayuda, el ayudante fue un agente de policía que casualmente
andaba por ahí, así conocí al sargento Pérez quien tiene un sitial importante
en el desenlace de esta historia que pronto te contaré.
En
aquellos años yo era una mujer hermosa , con un cuerpo que los hábitos no podían
ocultar, esa mañana mientras llevábamos las frutas hasta el convento no dejó de
preguntar cosas, que como me llamaba, que cual era la razón para que una joven
tan bella estuviese perdiéndose entre altares en vez de tener un esposo que la
amase y le diera muchos hijos y así una sarta de cosas que en mi vida había
escuchado pero que mis hormonas no recibieron con el leve cosquilleo en el estómago o como tener mariposas ahí que según había
escuchado una siente cuando un hombre se le insinúa, un mal presagio al que no
le puse atención, cuando por fin llegamos a la puerta me despedí correctamente sin
mirarlo a los ojos no se fuese a dar cuenta de mi bochorno por las palabras que
dijo , era la primera vez que un hombre me cortejaba, hasta que me mudé a aquel
sitio no podía imaginar que alguien pudiese fijarse en una monja. La madre
superiora me vio la cara y sospechó algo pues preguntó si en el camino había
pasado algo excepcional a lo que le respondí
que no, que todo había sido normal, la única cosa para reportar fue que
solicité ayuda para traer esta fruta tan pesada desde el mercado hasta acá.
Creo
que de no haber sido la única de menos de setenta años en aquel claustro hasta
esa mañana hubiese sido la encargada del mercado. Cada vez que salía a hacer
las compras me encontraba al policía muy solicito siempre diciéndome cosas
bonitas al oído, siempre atento a cualquier cosa que necesitase sin embargo lo
más extraño fue que a partir del momento en que se hizo habitual su compañía
los vendedores del mercado dejaron de ser amables y me atendían como a
cualquier desconocida, ya no habían tazas de café, conversas, regalos para el
convento ni ninguna otra cortesía de las que me había acostumbrado , todo el
trato se veía forzado como obligado por alguna razón misteriosa, cosa que me hacía sentir mal.
El
convento tiene un par de jardines internos que atiende un señor bastante mayor,
el hombre va dos veces por mes a podar los árboles, limpiar la tierra y cuidar
unos rosales que las monjas tenemos vedados a no ser que toque regarlos, pero
siempre de madrugada para no estropear las flores. Ese señor viene acompañado
de su hijo, un muchacho de veintitantos años quien tiene un puesto en el
mercado pero que para no dejar que su padre se agote en exceso lo ayuda un poco
a fin de cuidarlo. Una mañana me tocó atenderlos , es decir llevarles agua
fresca y café para la pausa de su trabajo, en ese instante el joven aprovechó
para comentarme lo malo que era ser amigo del sargento Pérez, quien era de paso
el hombre que controlaba el mercado cobrando una cifra fija a todos los
vendedores por “cuidarlos” de los posibles ladrones así como es el azote de
cuanta jovencita se encuentra por aquellos lares amparado en su doble condición
de policía y sobrino del alcalde , un intocable que hace el mal disfrazado de
la ley. El joven aseguró que se había animado a decirme eso porque el sábado
pasado en el bar de Nicanor , luego de muchas cervezas entre sus amigotes de
igual calaña el policía había dicho que en lo que se descuidase se cogía a la
monjita rica que recién había llegado al convento, que sus días de celibato
acababan ahí, todos celebraron la gracia menos el joven que también compartía
cervezas unas mesas más allá.
Me
quedé de piedra, temblando de miedo pues al parecer no tenía escapatoria, si le
contaba a la madre superiora enseguida me quitarían el privilegio de salir y
estaba segura de que eso me mataría, escapar me daba pánico porque no conocía
nada de la vida allá afuera y lo poco que me habían contado era terrible,
además no tenía un céntimo para asegurar la comida ni había aprendido a
trabajar pues mi vida la dediqué a rezar y a servir lo que me ordenasen, así
que no quedaba de otra , tocaba seguir haciendo como si nada evitando al
policía tanto como fuera posible hasta que encontrase una solución.
El
joven que acompañaba al jardinero siguió yendo al convento cada dos semanas y
yo seguí llevándoles agua y café para enterarme que sucedía allá afuera, en una
de esas ocasiones me comentó de modo muy confidencial que se gestaba una
revuelta en el mercado pues el sargento había subido las cuotas a los
vendedores y las ganancias habían mermado, se decía que el tipo había hecho
negocios con una gran cadena de hoteles que pretendía instalarse en el pueblo y
a quienes les molestaban los buhoneros pues los turistas alemanes no gustan del
desorden natural de aquellos, en su lugar se decía que instalarían unos kioscos
de acero inoxidable cuyo costo estaba muy por encima de las capacidades de los
mercaderes, eso de seguro dejaría en la calle a muchos. Ese joven seria el
líder de aquella resistencia en contra de la autoridad de aquel policía y su
banda de forajidos armados.
Todos
esos sucesos me tenían en ascuas, entre el policía que acechaba a la puerta del
convento y con cualquier excusa me acompañaba a hacer las compras, a quien tuve
que devolverle varios regalos bajo la muy válida excusa de que la orden me
expulsaría si llegasen a sospechar mi relación con algún hombre, las malas
caras de todos los que hasta no hace mucho me trataban muy bien pero que ahora
gracias a la compañía del policía todo eran saludos forzados y malos tratos
disimulados que sumado a la información de que por las noches habían arrestos,
golpes e intimidación por parte de mi acompañante forzado por las
circunstancias y su banda de matones hicieron que perdiese algunos kilos, la
angustia no paraba pues sabía que allá afuera se estaba gestando una tragedia y
no tenía a quien contarla sin que estallase un problema más grande , lo más
seguro era que si se lo contaba a la superiora ella a su vez lo conversaría con
el alcalde quien inmediatamente ordenaría más represalias contra la gente del
mercado.
Un
jueves me descubrí llorando de angustia en el baño porque el jardinero vino
solo, el muchacho no lo acompañaba y ya me había encariñado con él, creo que me
estaba enamorando pues su cara no salía de mis pensamientos, esperaba cada
jueves para servirle su café amargo y tener esa conversación que iluminaba el
día entre tanta tribulación. Comenzaron mis noches de insomnio en las que me
debatía entre escapar a buscar al hombre de quien me había enamorado de manera
infantil, solicitar un traslado alegando cualquier razón o contarle todo a mi
superiora y dejar en manos de ella lo que sucediese, así pasé una semana, cada
vez que iba al mercado peguntaba por el hijo del jardinero pero nadie me daba
señales de él, estuve a punto de preguntarle al policía por el muchacho pero
creí que sería peor pues un hombre celoso y poderoso comete cualquier
estupidez, lo que me imaginaba seria la peor cosa que me podría suceder, la
muerte de aquel muchacho me mataría en vida.
Una
mañana de miércoles, cuando ya tenía una semana sin dormir, decidí que tenía
que irme de ahí, al final el convento no era mi vida. Bajé muy temprano hasta
la capilla y le pedí perdón a dios por lo que iba a hacer, le expliqué mis
razones, mientras oraba lloré por el miedo a lo desconocido pero la calma del
corazón me avisó que allá arriba comprendían mis razones así que volví a la
celda donde dormía, tomé en un bolso las tres cosas personales que tenía
incluyendo los documentos de identidad , escribí una nota de despedida
explicando mis razones de la huida, pasé por la habitación donde estaba la ropa
donada para los pobres donde me apropie de algunos vestidos para poder pasar
desapercibida adonde fuera que terminase y salí por una puerta de servicio, aún era muy
temprano para que las otras hermanas anduviesen por el convento, lo que dio la
oportunidad de escapar sin problemas.
Aún
estaba oscuro por lo que vague un rato por la playa para ver el amanecer, me
senté en el lado más alejado del bullicio que aparecería horas más tarde con la
instalación de los puestos en el malecón, al salir el sol tanto azul me
maravilló y sin pensar mucho me metí al mar por primera vez en mi vida, fue
tanta la alegría de sentirme libre que el agua fría de la seis de la mañana no
fue impedimento para una carcajada acompañada de lágrimas de felicidad,
chapotee un rato en la orilla hasta que el frio me obligó a salir y buscar un
sitio donde ponerme ropa seca. Como en el trópico todo cambia en fracciones de
segundo en alguna parte de aquel inmenso cielo un rayo resonó como aviso de una
tormenta atípica ya que no había nubes que anunciaran tormenta, un instante
después las olas mansas de diez minutos atrás se transformaron en moles de agua inmensas que
hacían un ruido atronador, salí de ahí lo más rápido posible a buscar refugio
entre los matorrales donde dejé abandonado el hábito, de la vida que acababa de
abandonar solo me quedé con un crucifijo de madera que llevaba escondido bajo
el vestido.
Solté mi cabello que llegaba casi a la cintura, ya no era Sor
Juana, había vuelo a ser Lucía del Carmen Sotomayor Parada, nombre que había
dejado atrás hace tantos años y que ahora perdido el miedo recuperaba para ser una nueva mujer. Me
encaminé hacia el malecón con la esperanza de encontrarme con el hijo del
jardinero pues estaba segura de que ayudaría en este trance.
El
estruendo de la tormenta tropical no
dejaba escuchar ni siquiera los pensamientos por lo que me dispuse a caminar al
mercado, como a cincuenta metros vi una escena muy extraña, los puestos no
habían sido instalados pero la plaza estaba llena de gente que se supone gritaba
consignas, a lo lejos se veían llegar patrullas de la policía que de seguro
llevaban los agentes antimotines pues todo tenía estampa de que habría una
batalla campal, corrí hasta el sitio donde en efecto habían muchos hombres y
mujeres de todas edades en pie de lucha, todos gritaban lo más fuerte que
podían y algunos hasta empuñaban palos como armas ante la eventual pelea con la
policía, todo era porque
detuvieron
a media noche al vocero de la junta de propietarios del mercado por denunciar
ante un periódico nacional los abusos comandados por el sargento Pérez y su
supuesta (evidente) protección por parte del alcalde.
Esa
fue la noticia del día en todo el país aquella mañana, mientras se gestaba esa
protesta ya en la capital habían girado instrucciones para intervenir aquella
alcaldía, no es posible que en año electoral se permitiesen abusos de esa clase
por parte de funcionario alguno por muy compadre del presidente que este fuese,
así que con el mayor secreto del mundo se despacharon cien soldados, dos
generales, cuatro capitanes seis tenientes y veinte sargentos para escoltar al
que en adelante seria el alcalde suplente hasta las nuevas elecciones, pero
todavía faltaban cuatro horas de viaje para que llegasen al pueblo, mientras
los salvadores aún estaba lejos, buhoneros y policías se alistaban para
enfrentarse sin cuartel.
Corrí
con todas mis fuerzas hasta la aglomeración, nadie me reconoció sin el hábito,
el “disfraz” había sido perfecto, fui de parroquiano en parroquiano preguntando
por el hijo del jardinero , supe ahí que se llamaba Adrián Vallejo quien como
ya me había contado tiempo atrás, era el líder de la revuelta. Lo encontré
dando instrucciones a otros jóvenes para proteger a los viejos, estaba
repartiendo listones de madera con los bordes limados que deben las veces de garrotes y así
defenderse de las peinillas de la policía, gritaba que la prioridad era
proteger niños, ancianos y mujeres. El estrepito del mar enfurecido no dejaba
escuchar nada, todo era un caso de gritos y
sirenas con la furia oceánica como ruido de fondo.
Cuando
por fin alcancé a Adrián tuve que tomarlo del brazo y empujarlo para que se
diera cuenta que lo estaba llamando, no me reconoció hasta que le grité al oído
quien era, él abrió mucho los ojos y me indicó que no me despegase de su
compañía pues era muy peligroso estar allí, enseguida apareció un reportero de
un diario nacional acompañado del respectivo fotógrafo, Adrián enseguida les
pidió que se alejaran y me llevasen con ellos que podría ser interesante
conversar conmigo, los gritos subieron de volumen cuando entre todo ese ruido
resonaron veinte disparos al mismo tiempo y una voz aumentada por megáfono
pedía a la concurrencia retirarse en un plazo no mayor de diez minutos , de
otra manera se verían en la necesidad de actuar en consecuencia, la verdad
nunca había sentido tanto terror, solo la presencia de Adrián me impedía
desmayarme ahí mismo o algo peor como perder control de mis esfínteres por
aquello del miedo.
Perdí
de vista al periodista a quien divisé haciendo tomas con una cámara muy rara, tiempo después de todo el jaleo me enteré que
fuimos noticia global por el milagro del satélite y las recién popularizadas
microondas y aquella cámara extraña resultó ser un nuevo tipo que ahora son tan
comunes y si no pasó a la gloria con ese reportaje fue porque al otro lado del
mundo, en una plaza de china otro reportero con la misma cámara hizo global la
foto de un estudiante desarmado deteniendo un tanque de guerra que esta
escaramuza tropical no tenía punto de comparación , sin embargo hizo historia
local el modelo ahora lo recuerdo, era una Mavica y usaba disketes en vez de
rollo , esas imágenes se convirtieron en pruebas
admitidas en los tribunales para asignar penas a los culpables de lo que
sucedió aquel día de tormentas múltiples.
El
megáfono en manos del policía cuya voz era muy parecida a la del sargento Pérez
anunciaba que el tiempo se terminaba, del otro lado de la barricada las
respuestas fueron desde insultos hasta señas obscenas pasando por acusaciones
de traidores a los agentes del contingente pues al parecer muchos eran del
mismo pueblo, estos se veían incomodos por la situación y algunos hasta se
quitaron los uniformes para pasarse al lado de los que protestaban pues pesa
más la sangre que un sueldo de policía , así el contingente de muchos guardias
se redujo a unos cuantos que por no tener familia en el pueblo tampoco les
importaba mucho su suerte, además si lograban terminar de una vez por todas con
los buhoneros el sargento les había prometido sueldos extraordinarios pagados
por el señor Abdul (así se llamaba el dueño de la cadena hotelera), pero por la
defección de los policías locales se
volvieron apenas una veintena de hombres en total desventaja con los cientos de
protestantes que ayudados por los policías desertores eran una fuerza
considerable pues ya no eran aficionados a la violencia, ahora tenían
profesionales entre sus filas, sin embargo los antimotines restantes estaban
confiados en sus pistolas, macanas y escudos como armas suficientes para acallar
a la chusma pueblerina sin tomar mucho en cuenta ni los refuerzos ni la rabia
de los protestantes.
Al
acabarse el tiempo comenzó la pelea, fueron minutos que parecieron horas, en un
primer momento los policías parecían ir ganando terreno repartiendo mandobles
con sus bastones y protegiéndose con los escudos pero la turba de jóvenes
comandados por Adrían los rodearon para ir acabando uno a uno con los barbaros
quienes terminaron esposados en un rincón escupiendo sangre por la deshonra de
verse sometidos por aquellos que consideraban inferiores, todos los policías estaban
enmascarados para evitar ser reconocidos pero cuando comenzó la refriega una de
las primeras cosas que hicieron los defensores fue quitarles las máscaras para
mostrarlos al fotógrafo de prensa presente quien por cierto ganó un importante
premio internacional por el reportaje. El policía que daba las órdenes tenía una
máscara espantosa que asemejaba una calavera , entre el griterío y los golpes
él se había mantenido alejado de los defensores, razón por la cual seguía
ladrando instrucciones que nadie acataba y disparando su pistola al aire para evitar ser capturado,
todos sabían que era el sargento Pérez que como buen malvado era cobarde.
Mientras
eso sucedía había perdido de vista al periodista , estaba escondida tras un banco de piedra
protegiéndome de cualquier bala perdida, desde donde veía el tumulto a una
distancia que pensaba era segura, en un momento me acurruque por temor a una
bala, ahí me encontró indefensa el
policía quien ya venía con el uniforme roto debido a una escaramuza con quienes
defendían la plaza, el uniformado con su máscara de calavera me levantó por el
pelo para tomarme luego del cuello y poner su pistola en mi cabeza amenazando
con disparar si no lo dejaban ir, fueron momentos tensos en los que simplemente
me dediqué a rezar a todos los santos para pedir por mi vida, que sería una
cosa horrible eso de escapar y morirme como pendeja en aquella tarde de perros
donde la suerte quiso que fuese coprotagonista de un drama que no me
pertenecía.
Uno
de esos milagros de la tecnología, gracias a CNN las imágenes digitales
tomadas por el periodista dieron la vuelta al mundo en segundos,
llegando incluso a ojos del ministro de la defensa quien recibió un inmenso
regaño por parte del presidente por permitir cosas como esas en pleno año
electoral, a lo que el hombre respondió que había despachado un contingente de
efectivos junto al reemplazo del alcalde pero que todavía faltaban un par de
horas para que llegasen a lo que el presidente le soltó muchos insultos más y exigió
el envío de tropas por vía aérea desde el cuartel más cercano y con orden expresa de evitar que matasen a la
señorita secuestrada por el policía y de ser posible matar al tipo si no había
más salida, así todos serian héroes, lo que siempre suma votos.
Inmediatamente el ministro llamó a un general
quien a su vez gritó las ordenes a un capitán que enseguida reunió un equipo de
soldados , abordaron tres helicópteros que en diez minutos debían arribar a la
zona del conflicto y resolverlo de la mejor manera posible antes que sucediera
algo peor, el comandante de la operación estaba al tanto de la situación pues
vio en su oficina donde CNN era un canal fijo el reporte de lo que sucedía
entre un tipo que estaba uniformado de sargento de la policía pero portaba una
máscara de esqueleto mientras apuntaba un arma a la sien de una joven rodeado
de muchos hombres armados con palos.
Mientras
iba en vuelo le pidió a los soldados que viesen el video grabado en VHS y que
le dieron minutos antes de despegar, uno de los hombres dijo conocer el pueblo
ya que era de ahí, reconoció enseguida a tres primos, dos hermanos y varios
amigos de la infancia entre la turba que amenazaba al policía por lo que se le
dio la orden de quitarse el uniforme, dejar las armas e infiltrarse entre la
muchedumbre de conocidos para poner sobre aviso a la gente y así evitar tragedias
mayores, todos saben que los soldados no piensan mucho para usar sus armas de
reglamento.
Mientras
en el aire eso sucedía, los hombres del gobierno que iban en camino recibieron
órdenes de ir más aprisa y se les avisó del envío del contingente por vía aérea
para que tomasen las medidas del caso al llegar.
Como
podrá intuir estaba aterrorizada
sintiendo el frio cañón de la pistola y el aliento del sargento Pérez quien
seguramente por asuntos de su oficio me reconoció al instante y no dejaba de
decir cosas lascivas a mi oído pues estaba seguro que lo se iría libre, esa
gente no dejaría morir a nadie y él no estaba listo para eso, mucho menos a
palos como le aseguraban que sucedería si algo le pasaba a su rehén así que lo
único que tenía que hacer era lograr tiempo para poder encontrar la manera de
escapar de esa trampa, así pasaron varios minutos que parecían horas a todos
los presentes.
Mientras la tensión iba en aumento llegó un
hombre con pantalón y botas militares pero con una franela, sin armas ni
distintivos se identificó llamando a los primos, hermanos y amigos quienes
enseguida lo abrazaron y le preguntaron que hacia ahí, se lo llevaron lejos de
mi vista así que los que estábamos al frente no sabíamos muy bien que pasaba,
menos yo que estaba aterrorizada en manos de aquel maniaco que juraba hacerme
de todo cuando saliéramos de ahí , así podía saber que era tener un hombre de
verdad en la cama, que me iba a partir en dos, cosa que no entendí pero que
igual me dio pánico, me oriné del miedo a lo que el secuestrador me dio un
rodillazo en las costillas aprovechando su mayor tamaño en contraste con mi
pequeña estatura.
Mientras lamentaba el dolor y asqueada además por la
falda mojada de orines además sudada por el calor y el miedo, hubo un
movimiento extraño, Adrián desapareció de mi vista para volver poco tiempo
después acompañado por un militar vestido como Rambo quien a su vez venía
acompañado por otros muchachos armados hasta los dientes que apuntaron sus fusiles al sargento y
exigieron su rendición inmediata para ser detenido por varios crímenes que
enumeró leyendo un papel.
El
secuestrador entró en pánico y gritó que me mataría si veía algún movimiento
extraño, solicitó un helicóptero para escapar hasta Cuba donde sería bien
recibido y que una vez a salvo me soltaría, el militar que leyó los cargos hizo
un intento más por hacer que me liberasen y al volver a recibir la negativa del
secuestrador levantó ambas manos en señal de cansancio.
Lo
próximo que sentí fue un baño de algo viscoso y caliente, luego oí el disparo
que le destrozó la frente al secuestrador, de lo demás no recuerdo nada , me
desmayé para despertarme un día después en el hospital rodeada de unos policías quienes esperaban para que les diese
una declaración, ya no era una persona anónima, entre la prensa y la policía se
habían dado a la tarea de divulgar mi identidad junto a mi condición de monja
fugada por lo que la salida del hospital fue más dura que lo esperado, no solo
salía sin nada, también era odiada por haber dejado los hábitos sin el
procedimiento, excomulgada de la iglesia católica por lo que mis títulos como
especialista en derecho canónico estaban invalidados razón que me impediría
ganarme la vida con mis conocimientos ya que ni como maestra de preescolar me
contratarían, sin dinero para irme de este pueblo adonde nadie me conociera, en
fin, todo un panorama desolador.
Del
hospital me llevaron a tribunales, rendí declaración y al salir me senté en la
acera a llorar mi situación, mientras sollozaba una viejecita muy amable se sentó
a mi lado, dijo ser la madre de Adrián, el muchacho le había pedido que me
buscase para ofrecer ayuda en todo lo posible, le conté mi historia y la señora
lloró conmigo abrazadas en aquella acera donde la gente nos esquivaba pensando
que éramos dos de los muchos deudos que tienen familiares presos pues estábamos
al frente de la policía.
Cuando
nos calmamos, me tomó de la mano y dijo
que la acompañase a su casa, ahí había una hamaca donde podría descansar , lo
único que podía ofrecer era un techo
donde dormir y algo de comida pues eran muy pobres y ahora que su hijo estaba
detenido por los hechos del malecón no tenían ayuda para llevar el pequeño
negocio del mercado.
Los
primeros meses en libertad fueron viviendo
con aquella familia, acostumbrándome a otra rutina menos rígida pero no por eso
más descansada, visitando a Adrian en la cárcel y soportando las malas lenguas
que nunca faltan. Un año más tarde me casé con aquel joven cuando salió de la cárcel quien además se convirtió en
dirigente vecinal, algunos años después fue alcalde con lo que mi pasado de monja se
transformó por obra y gracia de los relacionistas públicos en una historia de
amor que nos dio un aura más de héroes que de villanos apostatas, el obispo en
persona tramitó la anulación de la excomunión por un edicto papal y al
retirarnos compramos este restaurancito para vivir con cierta calma la vejez.
Así
pase de ser monja de clausura a señora feliz y ahora viuda digna sin
estrecheces pero sin riquezas, mis hijos se empeñan en que me mude con ellos a
esos países donde dicen estar mejor que acá pero con visitarlos una vez al año
me conformo, allá hace demasiado frio para mis ancianos huesos acostumbrados al
calor y a la sal de mi playa querida, ya tengo todo listo para cuando muera, el
testamento escrito y notariado así que cuando me toque ellos solo tendrán que
venir a visitar la tumba donde estaré por siempre al lado del único hombre con
quien estuve por treinta años de mi
vida.
La
escuché como tenia años que no oía un cuento, como los niños cuando caen bajo
el influjo de los relatos del abuelo en las noches sin electricidad, olvidé la
borrachera y la sopa se enfrió. Le dije
que escribiría su historia algún día, no es cosa común escuchar un relato que
parece ficción sin serlo, digno de una novela romántica. Ella sonrió y pidió que me dejara de bobadas que era una
historia simple, que mejor me tomase la sopa antes que se terminase de enfriar.
Obedecí a la anciana amable, me despedí pagando el importe de la sopa a pesar
de las protestas para irme caminando al hotel y escribir a grandes rasgos la
historia antes que la olvidara, hoy he
corregido aquel texto escrito a mano, es curioso como luego de una tarde de
perros donde todo parecía perdido la vida encontró la forma de hacer feliz a
Sor Juana, quien abandonó los hábitos, fue secuestrada, amenazada de muerte,
vilipendiada en televisión nacional por haber abandonado su destino más no su
fe, exiliada de su iglesia y recogida por la amabilidad de una familia que a
fin de cuentas no tenía obligación alguna de hacerlo, no siempre las historias
tienen final feliz, cuando los hay toca celebrar tal como lo estoy haciendo
mientras termino estas líneas brindando por la vida con un buen trago.
José
Ramón Briceño, 2017
@jbdiwancomeback
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