Cada
vez que hablo con alguna persona que no conoce Venezuela, la primera imagen que
tienen de nosotros es la de un pueblo desmadrado, es decir, sin vergüenza para
la fiesta, donde la bebida, las mujeres y la rumba parecieran el deporte
nacional, una suerte de parranda eterna entre playas, llanos y montañas, con
mujeres hermosas en cada esquina, donde la extracción socio cultural no es
determinante para participar de
cualquier fiesta. Como conclusión colateral podremos decir que (según nos
miran) somos un país sin complejos ni mojigaterías, nada más lejos de la
realidad.
En
este país vamos años luz de distancia del resto del mundo, vivimos una especia
de “fundamentalismo tropical” absurdo para esta tierra, no se la razón, quizás
la desesperación de la desesperanza lleva a la gente a refugiarse en los más
absurdos tabúes, que si bien funcionaron hasta el siglo pasado a estas alturas
deben ser erradicados de nuestro gentilicio para comenzar a poder entender este
mundo globalizado.
Mi
país se subdivide entre quienes se abrogan la capacidad de censurar cualquier
cosa que se medio aleje de su canon, los religiosos de muchas tendencias
encerrados en sus pruritos en contra de lo que consideran anormal, la “gente
bien” que se solaza en su absoluta ignorancia con sus sueños de carros, casas,
negocios fabulosos, extremismo político (de ambos lados del espectro) y al
final desdeñan hacer crecer su intelecto pues ni les interesa ni les conviene,
aquellos cuyo mayor orgullo es el de exhibir su ignorancia, mala hablar, peor
educación cuyo primer impulso es el de rechazar cualquier amago de razón y se
escudan tras la mitomanía del “comandante galáctico”, esos que (supuestamente) escriben
sus loas llenas de palabras como “pueblo, “patria”, “libertad” y “paz” con
verbo rebuscado a quienes nadie les ha dicho que el romanticismo murió hace más
de cien años, por último la ínfima minoría de gente pensante, que somos tan
pocos que ya nos sentimos locos gritando a las paredes.
La
muestra está en que mientras en otras naciones, pensar en el matrimonio entre personas
del mismo sexo se discute en todos lados, acá la gente se persigna espantada,
la gleba los intenta apedrear y el estado los ignora. Si hablamos de la
legalización es peor, automáticamente todos los fumadores de marihuana pasan al
rincón de los ignorados, se ganan el aura de malvivientes, lo que conlleva a
una especie de secularización del vicio, donde todos fuman pero nadie dice
nada, colaborando de paso con el negocio del narcotráfico y su carga de
violencia al no poder disponer de fuentes legales donde satisfacer su
necesidad. Seguro alguien se sorprenderá y dirá que estoy algo loco, que hay
otras cosas más importantes en este momento político, quizás tienen razón, pero
tampoco pueden ignorar esas otras realidades.
Seguir
siendo un país pleno de prejuicios absurdos y anacrónicos nos hace sensibles a
que animales de uniforme sigan dictando las reglas del país, esos mismos
prejuicios hicieron que gente como Jaime Lusinchi o Carlos Andrés Pérez cayeran
en el descredito, uno por beodo y el otro por manirroto, si ponemos en una
balanza los despropósitos de ambos gobiernos para contrastarlos con solamente
los últimos tres años de esta mal llamada “re(in)volución” descubriremos sin sorpresa
alguna que aquellos otros gobiernos tan mal vistos eran en realidad toda na
muestra de honradez al lado de lo que ha hecho el PSUV.
Si
la gente fuese un poco menos mojigata quizás mi país fuese una muestra de modernidad,
estaríamos más cerca de aquel primer mundo soñado y no este quinto vivido, de
mi parte pongo las conversas con mis alumnos, mi hija, a cuanto joven se me
acerca para intentar hacerles pensar que lo común es malo solamente en la
medida que lastima a terceros, si no lastima a nadie ni exige que nadie se
identifique con esa “normalidad forzada”, entonces debe ser admitido y
culturalmente digerido, un paso necesario no solo para aceptarnos como iguales,
también para comenzar a allanar el camino hacia el futuro, donde militares,
religiosos y fundamentalistas vivan en sus enrejados sin obligar a nadie a
asumir una falsa posición, evitando de paso volver a ser esto que nadie quiere
ser pero que al final nos resignamos a vivir por no poder escapar.
José
Ramón Briceño, 2015
@jbdiwancomeback
Siempre bueno leerte!
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