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Llega Ramiro del brazo de una argentina
despampanante, sin sotana él, ella con un vestido infartante, es rubia como el
sol, con ojos cafés que gritan un tinte muy bien puesto, ambos vienen con caras
de culpables, pido dos copas más además de otra botella que Ramiro se apresura
a decir que paga, nos presentamos con la dama y Ramiro conoce a mis amigos, lo
ponemos al día con las noticias, él se preocupa, sin embargo dice que no tiene
sentido ponerse tristes a tanta distancia del problema.
La chica
se llama Serena, es de ancestros italianos, periodista que anda en estas
tierras haciendo un reportaje sobre el cristianismo apostólico, así se
conocieron, ella intentaba convencer a un bibliotecario sin que este entendiese
muy bien su chapucero italiano , Ramiro, como buen caballero la ayudó, hicieron
la investigación juntos en la biblioteca, le invitó un trago, se conocieron
mejor y terminaron en la cama, estaban
en la pausa del amor cuando recibió mi llamada, ella se interesó en la noticia
pues sería un interesante reportaje.
Le pregunté cómo llegó al vaticano con esa
estampa de diosa griega, con el perdón de mi amigo, le comenté que media
botella de Ron y otra de champaña me ponían en ese estado, el cura sin sotana
me disculpó, seguimos la conversa mientras yo exhibía la sonrisa de quien
comete un crimen sin culpa.
Serena
comentó que vivía en Buenos Aires, que el jefe del periódico, que hasta hace
una semana era su amante, la mandó en esa misión solo para poder reconciliarse
con su esposa, quien lo amenazó con un divorcio sonado que lo dejaría en la
ruina, a ella le sirve para olvidar y a él para sentirse cómodo en su cárcel
sin barrotes, esa del matrimonio por obligación.
Su interés por mi historia era para poder
renunciar al periódico mañana mismo, con un reportaje de esta categoría podría
volver a trabajar para la competencia que ya la había intentado seducir con una
jugosa oferta a la que renunció, por culpa de aquel amante que resultó
mentiroso pues había hablado de divorcio, matrimonio y apartamento en el
centro, pero que a la hora de la verdad la dejó con los crespos hechos,
mientras disfrutaría de pervertir a ese cura que tanto le atraía, confesando
con desparpajo que todavía no sabía quién pervertía a quien, pues le ha tomado
por sorpresa lo ducho del hombre en asuntos que supone no debe saber por
aquello de su oficio clerical.
Volvimos a brindar, me contó la periodista que
Argentina estaba al borde de una guerra por los malos manejos de la economía de
su presidenta, que por imitar a Venezuela estaban cerca de ser iguales,
guardando las distancias, sin embargo la llenaba de calma estar a miles de
kilómetros de su ciudad, aunque le daba cierta tristeza pensar en sus seres
queridos todavía presos allá.
Todos entendimos su sentimiento pues el local
estaba saturado de la nostalgia y la tristeza propia de gente con el mismo
sentir, todos dejamos seres queridos atrás, en mi caso particular, ese día
había descubierto que era un perseguido más pero en ausencia, ya no solo tenía
que lidiar con mi depresión y mis dudas, también con la posibilidad de caer
preso por mis ideas, ni siquiera por las religiosas, por las políticas, eso que
me he negado a ser militante, solamente que la idiotez oficial obliga a poner
mi posición por escrito, lo que no sabía era que terminaría por ser famoso, más
con mi necedad de creerme invencible y ponerme con nombre, apellido y hasta
foto de perfil, como para hacer más fácil la cosa del presidio.
Me comenta la periodista que el periódico le
había alquilado un apartamento, algo lejos pero bastante cómodo, nos invitó a
todos pues esta noche ofrecía una reunión en casa, más tarde, mis amigos
venezolanos alegaron cansancio y se retiraron, no sin antes intercambiar
correos electrónicos con besos, abrazos y demás, acepté, total, nadie me
esperaba en el hotel, pedimos la cuenta, pagamos, me despedí hasta con lágrimas
de mis amigos, prometí visitarlos pronto, ellos también se les humedecieron los
ojos, reafirmaron su compromiso de habitación por tiempo indefinido en su casa,
les agradecí, los vi tomar un taxi, el cura, la argentina y yo tomamos otro.
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Rodamos por un buen rato, pasamos varios
puentes históricos como corresponde a una ciudad que tiene más de mil años,
donde historia, fabula y fantasía conviven en el orgullo de sus habitantes,
pasamos por callejones que en mi tierra espantarían al más pintado, al final el
taxi se estacionó frente a un edificio de edad indefinida, con color de vejez,
alguna vez quiso ser blanco pero el tiempo se ha empeñado en darle otro tono,
se adivina cierta decadencia, también se ve la intención del apuro de su jefe
lo que confirma su historia de amante desechada, en otro caso quizás un hotel
sería más apropiado.
Bajamos del taxi, que pagamos entre tres para
que nadie quedase mal, total es Europa donde lo único barato es el aire, sin
embargo queda la duda después de tanto impuesto en moneda dura.
Ella abre la puerta y entramos a un rellano
antiguo, donde casi creo ver un fantasma tras una columna, ha de ser mi
borrachera incipiente, me digo que nunca más aceptaré una invitación igual, la
verdad sufro de cierta tendencia a ser asocial, aunque me empeñe en demostrar
lo contrario, soy uno de los pocos que
conozco que disfrutan noches de vodka y música sin más compañía que el gato o
la computadora.
Subimos cuatro pisos en un ascensor que parece
jaula de pájaro, digo en voz alta que cuando me vaya bajo por las escaleras,
mis acompañantes se ríen a carcajadas, parecen tan borrachos como yo, me relajo
, no puede ser peor y me dejo llevar por
la situación, veremos hasta donde llegamos, es hora de conocer más gente.
Entramos a un apartamento pequeño, dos
habitaciones, un baño, una salita con sofá, dos poltronas, cocina para dos,
varios ceniceros rebosantes de colillas, que prontamente Serena vacía metódicamente
en una papelera queparece de
diseñador pero prontamente aclara que la compró por cincuenta centavos en un
almacén de chinos a las afueras de la ciudad, muy cerca de la casa de las
amigas que ya deben estar cercanas a llegar, suena un teléfono en alguna parte,
me quedo en la sala con una copa de vino tinto en la mano, mi amigo (el casi ex
cura) me dice que me tranquilice, nada pasará, que me hace falta más roce en
mi soledad, hoy ya nada se puede hacer
con el problema de la persecución política, quien quita si alguna de las amigas
me da unos besos para despedirme por la puerta grande de Italia y decir en
Venezuela que no me fui liso, como dicen allá, nos reímos a carcajadas, la
chica sale de su habitación sonriente avisa que se va a duchar mientras que sus
amigas llegan, Ramiro se ofrece a lavar su espalda y me dejan solo con el
encargo de atender el intercomunicador , si no han salido al llegar las amigas
hay varias botellas de vino enfriándose desde temprano en la nevera, copas
limpias en la cocina, que les diga quién soy, que ellos salen pronto, se van
riendo por la habitación, la cual cierran, se oyen risas ahogadas y hasta
gemidos, salgo al balcón para dejar de sentirme intruso, eso del amor siempre
lo he considerado algo muy privado .
Al rato de mirar la nada desde el balcón
recuerdo que desde ayer no me he conectado a internet, seguramente hay cientos
de mensajes reclamando ser contestados, desecho la idea por no poder resolver
nada, me hago el desentendido del asunto, suena el intercomunicador, al otro
lado se oye un acento extraño, son voces de mujeres, les explico la situación y
les abro la puerta, las recibo, son tres, una argentina, una italiana y una
venezolana (solo de nacimiento según aclara horas más tarde), les sirvo vino
blanco muy frío, un Chianti bastante aceptable que recibieron con beneplácito,
nos presentamos.
La argentina dijo llamarse Bianca, la italiana
Giovanna y la venezolana Ángela, las tres eran jóvenes, de menos de treinta y
cinco, todas bellas en su estilo, la argentina igual que
su compatriota de pelo teñido de rubio platinado, alta, flaca pero con curvas
no muy pronunciadas , la italiana morena de aspecto asalvajado, tenía estilo de
desenfado descuido muy cuidado con anteojos de montura de pasta que le daban
aspecto intelectual, la otra, de curvas suaves pero insistentes, jeans
desteñidos, suéter ajustado, usaba lentes, cabello rojo, teñido claro, labios
pulposos de esos que invitan al beso, andar felino y acento deslenguado de la
gente de mi tierra, con ella fue algo eléctrico, le hable de mis habilidades
como fotógrafo e intento de escritor a pesar de mi formación científica,
tuvimos muy buena química desde ese primer momento.
Hablamos tonteras, les explique quien era, que
hacía allí, como conocí a la dueña del piso, ellas me contaron que fueron
compañeras en la universidad, la italiana en realidad era argentina de
nacimiento, vivió allá hasta graduarse y cuando la política empezó a torcerse
se mudó a Italia, gracias a las redes sociales nunca perdió contacto con sus
amigas y la última que quedaba allá era Serena, pero ya estaba resuelto el
problema, esa noche era la primera vez que se reunían en ocho años, Ramiro y yo
(pensé) no estábamos en la cuenta pero al parecer éramos bienvenidos, no les
dije nada de mi amigo, preferí que ellas mismas se contaran el asunto.
La pareja emergió de las profundidades de la
habitación, limpias, húmedas, frescas y felices, nadie cayó que ambos hubiesen
podido hasta hace pocos años ser apedreados por faltas a la moral, me sonreí,
mi amigo me miró de soslayo y asintió entendiendo cierto reparo en mi mirada.
Las amigas se saludaron, gritaron e hicieron
todas esas cosas que hacen las mujeres cuando se reúnen, nos dejaron al margen
mientras se ponían al día, la venezolana me miraba insistentemente, quería pensar
que era mi imaginación o el deseo de que fuera realidad, mi amigo me confirmó
lo que pensaba, me dije que la noche prometía, nos servimos más vino, Serena
sacó unos entremeses, nos contamos chistes, la anfitriona les contó sobre su pareja
y se rieron a carcajadas, se palmearon, el cura se sonrojó.
Como buenos emigrantes pusieron música de su
tierra, escogieron, para mi sorpresa, una selección de Andrés Calamaro, Ramiro
se sintió descolocado pues no sabía de esa música, en cambio yo soy fan del
cantante, debo confesar que tengo toda su discografía y les dije que tenía más
de los argentinos geniales en mi reproductor portátil, el cual saque de mi
bolsillo para conectarlo a los altavoces, bailamos, nos reímos, claro, todo con
sordina no vaya a ser que los vecinos se quejaran, no estábamos en
Latinoamérica donde los escándalos se perdonan de vez en cuando. Las muchachas
lloraron, los hombres casi, pero entre tragos, risas, bailes y conversas, nos
fuimos calmando.
Me
retiré a un lado cuando el sueño y la borrachera no me dejaron en paz, me
despedí y Ángela (así se llama la venezolana), me pidió compartir el taxi, no
me negué, en el ascensor nos besamos, en el rellano casi nos desnudamos, ganó
la sensatez de ella, decidimos irnos a
mi hotel, allí amanecimos desnudos y felices.
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