domingo, febrero 19, 2012
Domingo por la mañana
Hace unos días estuve de paseo por una playa paradisiaca, donde el cielo y el mar se funden en un azul profundo, un cielo de esos tan azul que produce calma y euforia al mismo tiempo, calma por estar lejos de todo y euforia por la alegría de saber que existen aún días así. Paseando por la arena vi unos niños jugando a la orilla del mar y me detuve a verlos , en ese preciso instante apareció un pelicano que olímpicamente ignoró a todos y se posó sobre los restos de un muelle desaparecido hace años.
Mientras jugaban, los niños se dieron cuenta de la presencia del animal y comenzaron a tirarle piedras, acto seguido y en mi condición de adulto les reclame y exigí que dejasen de lanzar piedras al animal pues este nada les hacia, el niño que parecía ser el líder me respondió que no importaba pues al final el pelicano no era de nadie y el no veía mal alguno en apedrearlo, pero en vista del regaño dejaron de molestar al animalito y siguieron su juego.
Varias cosas me impresionaron de este incidente, primero la violencia gratuita de los niños y segundo el apoyo que le prestaban sus padres, pues si bien nunca dijeron nada, tampoco intervinieron para detener tal barbaridad. Eventos como ese, me imagino, suceden todos los días y comienzan con un animalito indefenso y a medida que van creciendo los jóvenes también lo hacen sus presas, hasta terminar con la vida de un ser humano sin que esto suponga gran problema para nadie. La verdad no creo que sea culpa de la televisión, internet, el cine o cualquiera de los medios de entretenimiento actual, siempre existieron las películas y libros sobre guerras pero la cifra de violencia nunca fue tan alta como ahora, si fuesen culpables de esa visión agentes externos, nunca hubiésemos podido leer a la caperucita roja con su lobo antropófago y el leñador que la rescata de la panza del animal, hasta donde se, en mi infancia nadie mató a ningún niño por jugar al lobo feroz . sin embargo hoy si lo hacen por jugar a los policías y ladrones con el arma de su padre.
En estos tiempos de violencias gratuitas, todos deberíamos hacer una suerte de campaña para minimizar el efecto de tal aberración del nuevo milenio, si cada padre responsable inculca la visión de que la violencia no resuelve nada a sus hijos, seguramente tendríamos un impacto bastante alto sobre las cifras rojas en los próximos años, aunque sabemos que los seres humanos son asesinos por naturaleza, eso no indica que debamos serlo por obligación. Tantas vidas perdidas por la tontería de querer ser superiores y lo peor, creérselo. Los conductores se gritan, los padres andan armados para imponer su ley, los adolescentes se las ingenian para encontrar armas de fuego para amedrentar a sus pares en el barrio y así un círculo vicioso de violencia que siempre se rompe con la muerte de alguien.
Seria interesante que en las escuelas enseñasen la vida y obra de gente como Gandhi y aprendan que una vida ajena es tan importante como la propia.
Prof. José Ramón Briceño